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Blogs Jugar con Cabeza por Federico Marín Bellón

Mi vida como una estrella del poker

Federico Marín Bellón el

El domingo salió publicado en el suplemento D7 el reportaje sobre mi participación en la final del European Poker Tour en Montecarlo. Aprovecho para inaugurar la subsección Hemeroteca, en la que iré recuperando algunos reportajes y entrevistas ya publicados en ABC.

Una imagen nueva del infiltrado en la mesa de juego, recién enviada por Isabel Jiménez, paisana de Almería y estupenda reportera de Antena 3

Todos los jugadores que aparecen en la foto cayeron antes que yo, excepto el señor francés de camisa blanca, justo el que parecía más débil

MONTECARLO. Antes de describir las alteraciones del pulso y de otras constantes vitales que siente un pececito recién sumergido en el torneo de póquer más importante de Europa, tengan en cuenta que entre los tiburones de aquella fauna destacaba el último campeón del mundo, Joe Cada.

No hará falta aclarar que caí, pero no antes de ocho horas y de ver en la cuneta a mitos como Phil Ivey, Gus Hansen, Patrick Antonius, Negreanu, Eastgate, Mercier… gente que no necesitaba el premio para llegar a fin de mes.
En algún momento de mi lucha por la supervivencia me sentí como Rocky Balboa recibiendo mamporros y rugiendo que me podían dar la del pulpo, pero que no me iban a tumbar. Y así fue durante ocho niveles (en cada uno se suben las ciegas o apuestas mínimas para que nadie pueda apoltronarse a la espera de buenas cartas).

Juan Manuel Pastor y Óscar “la Púa” Blanco, los únicos españoles que entraron en premios

Entretanto, podía sentir cómo Joe Cada y los otros escualos olían la presencia de un pardillo cargado de fichas. Ya saben, si en los primeros quince minutos no sabes quién es el primo, entonces es que el primo eres tú. Por si acaso, puse mis esperanzas en un señor francés bastante simpático que tenía a mi izquierda. Sea como fuere, ambos vimos morir al menos a otros cinco sólo en nuestra mesa (de nueve).

Lo cierto es que sentarse con 30.000 euros en fichas y casi dos millones de primer premio a la vista (mejor que sea de halcón) es una de las sensaciones más intensas que puede vivir un ser humano sin que haya sexo ni disparos de por medio. Poli Rincón, campeón de Liga con el Real Madrid, finalista en la Copa de Europa, autor de cuatro goles a Bonello el día que Malta entró en nuestro santoral, asegura que nada le ha proporcionado un subidón de adrenalina tan fuerte como el del póquer.

Poli Rincón, un crack

El primer día, cuando sus tréboles de cinco hojas derribaron los ases de un rival, Poli gritó como si hubiera marcado el gol de Torres, el de Forlán y el de Marcelino juntos. Se escuchó en todo Mónaco, un país en el que siempre tienes a un millonario a menos de seis metros. A mi lado, doy fe, por lo menos había uno.

El tiempo en Montecarlo no fue primaveral, sino veraniego, salvo para algunas personas. ¿Por qué se abrigan siempre tanto las señoras mayores? Ambas fotos están tomadas el mismo día, con media hora de diferencia

Uno llega al Monte-Carlo Bay Hotel & Resort y ya se siente intimidado. Por la habitación, con un ventanal en el que cabe el Mediterráneo, por el ambiente, por los coches, por las mujeres… Si Las Vegas es Silicon Valley, en Montecarlo el IMD (índice de mujeres despampanantes) no es menos elevado y además el grado de sofisticación es mayor. Otro detalle: a la vuelta me llevaron al aeropuerto en helicóptero. ¿Cómo habría sido el regreso si consigo ganar?

Estas eran parte de las vistas desde mi habitación; el angular de la cámara no daba para más

Juan Maceiras, un profesional del naipe que juega bajo la gorra de PokerStars, me pregunta si estoy nervioso. Imposible negarlo. «Eso es bueno», dice, «así estás más atento». El momento crítico es cuando te sientas y coges las fichas por primera vez. ¡Hay una que vale 10.000! Los habituales hacen malabares, mientras tú te conformas con disimular el recién contraído parkinson.

Las “croupieras” eran mucho más simpáticas y daban mejores cartas. ¡Dónde va a parar!

Enseguida llega la primera croupier de un ejército sincronizado al milímetro. Se llama Bettina y en la primera mano me entrega un as, boca abajo, para que no se entere nadie -ganas me entran de guiñarle un ojo- pero el otro naipe es muy feo. Lo último que quiero es quedar eliminado por una tontería en los primeros minutos.
(En nuestra modalidad de juego, «Texas Holdem», cada participante recibe dos cartas. Luego aparecerán hasta cinco más, boca arriba y a disposición de todos. Uno puede utilizar su propio rey y otros tres comunes, por ejemplo, para formar un poker de lo más monárquico. En las distintas rondas de apuestas no es infrecuente que alguien se juegue todas las fichas. Es la modalidad «sin límite», pero lo de perder la casa es cosa del cine).

Juan Maceiras, con los compañeros (y sin embargo amigos) de Antena 3, Isabel Jiménez y Pablo Montero

Es imposible contar tantas horas de juego en unas pocas líneas, pero puedo decir que a medida que superaba los retos que me había impuesto empecé a relajarme y, como advertía Maceiras, a jugar peor. Superé la primera mano y la primera hora, aumenté mi montón de fichas inicial, no fui el primer eliminado de mi mesa e incluso me marqué algún farol sin que me aletearan las orejas. En un exceso de temeridad, me puse las gafas de sol durante un rato. No lo recomiendo.

Mi principal error, de hecho, fue estar pendiente de no perder la famosa cara de poker, de «hacer la estatua» después de cada gran apuesta. Lo malo es que eso mismo me impedía observar bien la reacción de los rivales. Un par de veces «supe» que no llevaban nada y lo aproveché, y una vez me escapé vivo con pareja de damas contra otra de reyes, pero malogré las mejores oportunidades, sobre todo un full de Estambul al que no le saqué paritdo suficiente. Y cuando recibí dos ases, la mano soñada (y temida, antes de empezar; con ella apenas hay marcha atrás), no sólo mi corazón me impedía escuchar lo que se decía en la mesa -pensé en hacer alguna metáfora a lo Bogart en «Casablanca», pero nada peor que dejarse arrastrar por la cinefilia-, sino que el miedo a ver cómo me llevaba a la ruina en una fase tan temprana me impidió extraer demasiados dividendos. Cuando el otro se tiró me quedó una extraña mezcla de alivio y decepción.

Este helicóptero me llevó de vuelta de Montecarlo al aeropuerto de Niza

Lo mejor de todo es que llegué pensando que no me atrevería a jugar muchas manos y casi peco de lo contrario. Vi con morbosa satisfacción cómo caían en mi trinchera profesionales de los que llevan su nombre inscrito en la ropa (o el eslovaco aquel tenía menos memoria que el prota de «Memento» o aquello era mala señal). En determinado momento, sin embargo, me sentí superado, sin control sobre lo que ocurría, con lo fácil que es jugar en casa cuatro partidas a la vez mientras ves a Buenafuente. También cometí un error del que todavía me avergüenzo, pero disfruté como un enano y aprendí como un gigante (o al revés) y comprobé lo fácil y lo imposible que es a la vez este endiablado juego.

La sala de descanso para los juagdores, con juegos de todo tipo, como un futbolín, un par de consolas e incluso un tablero de ajedrez

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