Federico Marín Bellón el 22 mar, 2013 Buenos Aires, 1927. Capablanca defiende en Buenos Aires el título mundial de ajedrez frente a Alekhine. En este escenario memorable, Manuel López Michelone cuenta la misteriosa y decisiva visita que recibe el cubano en su habitación de hotel. Puede que sea solo un cuento. Quién sabe lo que hay de verdad en su relato. El autor del texto, que ha autorizado su publicación en este blog, desvela una historia imposible que gustará a los amantes del ajedrez y a quienes sepan apreciar la buena literatura. Recorte de prensa sobre el campeonato mundial de 1927, en el Club Argentino de Ajedrez de Buenos Aires Tuve la suerte de conocer al maestro mexicano Manuel López Michelone en 2010, en el primer Festival de Ajedrez que organizó la UNAM en Ciudad de México. (Debo eterno agradecimiento a Yago Gallach por presentarnos y a la Universidad por hacernos compartir mesa). Dos años después volvimos a encontrarnos en el mismo foro, donde La Morsa, como a Manuel le gusta darse a conocer en el ciberespacio, presentó a concurso este relato. Debo hacer constar que el calificativo de maestro no es en absoluto gratuito en su caso. Maestro en ajedrez, según la FIDE, pero también de Matemáticas por la UNAM y de Ciencias por la Universidad de Essex, López Michelone es un experto en inteligencia artificial y un notable escritor, con varios títulos publicados. Pero sobre todo, es una persona cuya inteligencia, que apenas le cabe en el cuerpo, sólo es comparable a su humildad. De sus libros apenas puedo recomendar uno, «Desarrolla la intuición en ajedrez», no porque el resto sean malos, sino por ignorancia propia. Es el único de los suyos que he leído. De momento. Si el lector quiere saber más sobre el autor, puede seguir el Blog de La_Morsa o disfrutar de sus comentarios en Twitter. Todo lo que sigue es suyo: Manuel López Michelone, en la foto de su perfil en Twitter Confesión insólita Corría el año 1927. Capablanca y Alekhine se enfrentaban en Buenos Aires, Argentina, por el título mundial. El match había generado una gran expectativa. El encuentro era sin límite de partidas. Los empates no contaban. Ganaría quien llegara primero a seis triunfos. Antes del encuentro por el título mundial, el resultado entre ambos jugadores era claramente favorable a Capablanca por cinco triunfos, siete empates y ninguna derrota. De hecho, la última victoria de Capablanca sobre Alekhine había sido unos pocos meses antes en el Torneo de Nueva York. En ese torneo sextangular, Capablanca había tenido una actuación brillante y lo había ganado con 2.5 puntos de ventaja sobre Alekhine, que terminó segundo. Las cosas no sonaban fáciles para el retador, Alexander Alekhine, sin embargo, afirmaba alegremente a los medios: «No sé cómo le voy a ganar seis partidas a Capablanca… ¡pero tampoco sé cómo él me las va a ganar!». Comenzó el encuentro con una sorprendente victoria del retador, después de una dudosa apertura del genial cubano. La segunda partida fue un empate y en la tercera Capablanca venció, para emparejar los cartones. Hubo otros tres empates y de nuevo el campeón defensor, en la séptima partida volvió a ganar. Otra retahíla de tres empates y el retador le daba la voltereta al encuentro ganando las partidas diez y once. Sin duda el climax del match parecía acercarse, pero hubo que esperar porque el equilibrio se mantuvo por ocho partidas y de nuevo, Alekhine, triunfaba, alejándose en el marcador por tres puntos de ventaja. Parecía que todo estaba dicho pero el cubano no cedería sin luchar su título. Otros siete empates y Capablanca retomaba el triunfo. Ahora estaba a dos puntos del retador, pero claro, sin contar los empates, el match estaba lejos de estar decidido. Alexander Alekhine, retratado por Man Ray Y entonces ocurrió algo notable esa noche. Después de la victoria del cubano en la partida número 29. Ambos jugadores ya notaban en su rostro las huellas de tantas y difíciles partidas. Capablanca cenó frugalmente y se fue a dormir. Se aprestaba a ello cuando tocaron la puerta de su habitación en el hotel más elegante de Buenos Aires. Abrió la puerta y un hombre, con un largo abrigo y barba le extendió la mano diciéndole: «Buenas noches, señor Capablanca, le molesto porque he hecho un descubrimiento impresionante». El cubano hizo un amago de cerrar la puerta, pero el hombre le detuvo mientras le decía: «Le ruego 20 minutos de su tiempo…» y después de una larga pausa continuó: «Por favor…» Ante esto, el gran campeón le dejó entrar y el hombre se quitó el largo abrigo, sacando una bolsa que contenía un ajedrez el cual rápidamente dispuso en una mesita. Era un hombre corpulento y alto. Se sentó en la primera silla que halló y habló: «Mire, maestro», le dijo el bizarro personaje, «he encontrado la manera de ganar en ajedrez en 26 jugadas, haga lo que usted haga». Capablanca sonrió. No era la primera vez que alguien afirmaba semejante locura. Hizo un ademán de fastidio pero el sombrío hombre continuó: «Juguemos una partida. Si no le gano en 26 jugadas me excuso y no le molesto más». Capablanca, para terminar con el episodio decidió jugar con el extraño personaje… «¿Quiere jugar blancas o negras?», le preguntó irónicamente Capablanca a su eventual rival. «No importa qué piezas elija, le ganaré en 26 jugadas o menos», dijo aquel hombre con una seguridad aplastante que acaso infundía cierto temor. Comenzaron la partida y a las pocas jugadas el cubano estaba en graves problemas. El hombre aquel le ganó en menos de 26 jugadas con un mate que dejó frío al campeón. No lo podía creer. Reacomodó las piezas pensando que todo era una mala pasada, pero en la siguiente partida el campeón volvió a hallarse en dificultades. El extraño rival parecía jugar con una seguridad impresionante. No meditaba mucho cada movimiento, pero sus ojos reptaban por todo el tablero. Hacía sus jugadas con firmeza. Las manos del rival de Capablanca dibujaban un pasado complejo. Eran unas manos rudas, llenas de callosidades. Parecían tener cientos de arrugas… El campeón del mundo, pocas jugadas después, tuvo que inclinar su rey. Recibía otro trepidante jaque mate en menos de 26 jugadas de nuevo. José Raúl Capablanca, para algunos el mejor jugador de la historia Capablanca le vio a los ojos y se quedó suspenso… No halló brillo ni emoción en los de su antagonista. Hubo un silencio incómodo… Antes de que Capablanca le preguntara cómo hacía para ganar una y otra vez, el hombre aquel recogió sus trebejos y los metió metódicamente en la bolsa. Se puso su abrigo y le dio las buenas noches al campeón, indicándole que lo vería en otra ocasión. Capablanca solamente acertó a decir: «Enséñele esto al Sr. Alekhine, a ver qué piensa…», mientras el hombre aquel se iba por el pasillo del hotel sin siquiera voltear a mirarlo. Dos empates más pasarían en el encuentro por el Campeonato del Mundo y Alekhine volvía a derrotar en el match a Capablanca. Le faltaba una partida más para hacerse campeón. Al término de la misma, cuando Capablanca felicitaba a su rival por la manera en como le había ganado, le preguntó a Alekhine si un extraño hombre no había tocado la puerta de su cuarto un par de días antes. El retador entonces le contó lo siguiente: «Sí, alguien tocó la puerta de mi habitación y me dijo que había encontrado una manera de ganar siempre en ajedrez en menos de 26 jugadas»… y agregó: «Parecía un lunático… Me reí un poco de él… Pero ante su insistencia lo dejé pasar y jugamos no una, ni dos, sino decenas de partidas esa noche. ¡Le confieso que perdí todas! Y en menos de 26 jugadas. Era asombroso. Aún no lo puedo creer… Pero ya a punto de amanecer, con ese hombre ahí, que no reflejaba emoción alguna, que casi no parpadeaba, decidí que solamente había una cosa por hacer…¡Tuve que matarlo!». Ajedrez Tags AlekhineCampeonato del MundoCapablancaMicheloneotros blogs Comentarios Federico Marín Bellón el 22 mar, 2013