Hace 120 años, Emmanuel Lasker se proclamaba campeón del mundo de ajedrez al derrotar a Wilhelm Steinitz. Tuvieron que pasar otros 27 para que cediera el testigo a su sucesor, el cubano José Raúl Capablanca. Además de ajedrecista fue filósofo, matemático y autor teatral, jugaba con destreza al bridge y al go y entre sus amigos figuraba Albert Einstein. Su récord en la cumbre no fue comprometido por ningún gran maestro, ni siquiera Kasparov.
Lasker nació en la ciudad prusiana de Berlinchen (actual Polonia) en la Nochebuena de 1868 y no aprendió a jugar hasta los once años. Aficionado a las matemáticas, muy pronto descubrió que el ajedrez podía ser más rentable que los números, en partidas de café en las que solía destrozar a sus rivales. Competidor nato, una de sus principales aportaciones al juego fue su enfoque psicológico. Sabía encontrar el punto débil de sus contrincantes y hacer siempre las jugadas más molestas. Frente a las normas estrictas que se planteaba Steinitz, padre del ajedrez moderno, Lasker fue el primer jugador «antidogmático», como lo definió una vez Kramnik. Botvinnik resalta que fue nadie antes entendió la importancia de preparar cada competición de forma específica.
Pese a su larguísimo reinado, Lasker no vivió en la opulencia. Incluso se arruinó varias veces, una de ellas cuando tuvo que huir de la Alemania nazi. Tuvo escasa puntería en su cambio de residencia y poco después escapó también de las purgas de Stalin en Moscú. Acabaría sus días en Nueva York, donde permaneció hasta su muerte, a los 72 años. En el tramo final de su carrera, alguien le criticó una vez por no dejar el ajedrez para siempre, después de haberlo ganado todo. «Puedo prescindir de la gloria, pero no del dinero del premio», respondió.
Como campeón del mundo, a Lasker se le ha acusado a menudo, no siempre injustamente, de eludir a los rivales más peligrosos. Una forma de hacerlo era exigir a sus retadores elevadas cantidades de dinero, reminiscencias de su miedo a la pobreza. Eran los tiempos en los que el rey podía poner casi cualquier condición a los aspirantes, antes de que la FIDE asumiera la organización del Mundial.
Lasker defendió su título con éxito frente a Marshall, Tarrasch, Janowsky (dos veces) y Schlechter. La guerra se sumó a sus habilidades como negociador y así logró posponer una década su esperado duelo frente a Capablanca. Cuando se enfrentaron en 1921, en La Habana, la fuerza del cubano ya era irresistible para él. Perdió cuatro partidas y entabló otras diez, sin ninguna victoria. Detrás dejaba 27 años como campeón, casi el doble que Kasparov.
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