¿Son más inteligentes las máquinas o las personas? Las primeras juegan mejor al ajedrez casi en el cien por cien de los casos, pero si hablamos de inteligencia real, los humanos todavía tienen algo que aportar. Sir Roger Penrose, profesor de la Universidad de Oxford, ha alcanzado notoriedad en los últimos días por lanzar el Instituto Penrose, pero sobre todo por crear una posición que cualquier jugador aficionado entiende mejor que los módulos informáticos más avanzados. Los ordenadores creen que ganan las negras. Nosotros sabemos que la posición es tablas. Él piensa que puede ser la clave para entender por qué nuestro cerebro es único.
Esta es la posición, absolutamente improbable, por otro lado. Se nota que es artificial, pero sirve perfectamente para demostrar las tesis del profesor Roger Penrose (Colchester, 1931), un destacado científico que compartió en 1988 el Premio Wolf de Física con un tal Stephen Hawking por sus trabajos para ayudarnos a comprender mejor el universo. Sir Roger es además hermano del gran maestro de ajedrez Jonathan Penrose, campeón británico en diez ocasiones entre los años cincuenta y sesenta. El resto de la familia no es mucho menos brillante.
Cualquier ajedrecista experimentado con sangre en las venas y un mínimo de materia gris sabe que las negras, con su inmensa ventaja de material, son incapaces de hincarle el diente a las blancas, siempre que estas no cometan el error de mover sus peones. Todas las piezas mayores negras y su rey están atrapadas, mientras que sus peones están bloqueados. Los tres alfiles negros (una cantidad que nunca verás en la vida real) pueden moverse libremente, pero solo por las casillas de este color. Por sí mismos son incapaces de dar mate al rey blanco, que campa a sus anchas por las casillas más claras del tablero.
Lo interesante de la posición es que a las máquinas les cuesta un mundo darse cuenta de algo tan simple. Como carecen completamente (o casi) de intuición, ellas calculan todas las posibilidades matemáticas, una cantidad astronómica de opciones que las aturden y las dejan ciegas en lo esencial (el ajedrez no es infinito, pero sigue siendo demasiado complejo incluso para un supercomputador). Lo esencial aquí es que tener una dama, dos torres y tres alfiles de ventaja no sirve para nada. Es como ser rico a un minuto de la muerte. Da igual que los programas profundicen a toda velocidad cinco movimientos de antelación o muchos más. Siguen pensando que con semejante desequilibrio la victoria es obligatoria. Un aficionado, no digamos un gran maestro, entiende de un vistazo que las negras están en una tela de araña formada por sus propios peones y los blancos. Lo único que no deben hacer es menear la jaula.
Sir Roger Penrose creó este problema para demostrar que la mente y la conciencia humanas no pueden ser superadas por una computadora, que «el cerebro tiene capacidades fuera del alcance de las máquinas». El reto inmediato, como es lógico, es comprender por qué nuestra frágil puede funcionar mejor, aunque sea en ocasiones tan específicas. «La gente se deprime cuando piensa en un futuro en el que los robots nos robarán el trabajo, pero podría haber áreas en las que los ordenadores nunca serán mejores que nosotros, como la creatividad», afirma Penrose. La tesis puede parecer demasiado optimista, pero la pelota está en el tejado de los ordenadores o, como mínimo, de sus programadores.
James Tagg, inventor de las pantallas táctiles LCD y futuro director del Instituto Penrose, declaró que están interesados en «ver cómo los cerebros de la gente tienen esos momentos Eureka». «Para mí son como un flash luminoso, pero para otros será diferente», añadió en declaraciones al diario «The Telegraph».
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