Federico Marín Bellón el 31 dic, 2012 El 1 de enero, Magnus Carlsen romperá el récord histórico de Garry Kasparov en la clasificación de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE), con 2.861 puntos Elo. El joven noruego superará el registro que estableció el «Ogro de Bakú» en 1999, de 2.851 puntos, comparables a los 8,90 metros que saltó Beamon en los Juegos Olímpicos de México, una plusmarca que duró casi 23 años. El propio Kasparov llegó a considerar imbatible su cota, que enterraba a su vez otro hito legendario, el que logró Bobby Fischer (2.785 puntos) en julio de 1972, justo antes de calzarse la corona. ¿Quién es el mejor de la historia? Fischer, en 1965, siete años antes de proclamarse campeón del mundo. Foto: AP (Esta entrada, en versión algo reducida, ha salido publicada en el diario ABC de hoy, en papel) Con su inminente récord, Carlsen ha reabierto a sus 22 años el debate sobre quién es el mejor de la historia, tan subjetivo como comparar a Pelé con Messi, otro al que le falta una Copa en su currículum. Cuando se supo que había culminado la proeza, uno de los patrocinadores se apresuró a publicar en el diario «Dagens Næringsliv» una página en la que proclamaba al muchacho «best ever», el mejor de todos los tiempos. Miguel Illescas, ocho veces campeón de España, cree que es prematuro: «Con todo respeto, Magnus es fantástico, pero ¿el mejor de la historia? Si ni siquiera ha sido campeón mundial…». Carlsen tendrá en 2013 una excelente oportunidad para refrendar su evidente superioridad en el campeonato del mundo, al que renunció en el último ciclo por una extraña pelea con la FIDE. En el extremo opuesto, Emanuel Lasker fue campeón durante 27 años y casi nadie lo considera el mejor. Pero si hablamos de pegada, si nos preguntamos quién juega mejor en una imposible batalla a través de los siglos, Illescas es menos categórico: «Cada generación es mejor que la anterior, ergo…». Aunque añade un dato cruel: «Lamentablemente, es Houdini 3.0 (un programa informático) quien juega mejor que nadie». El ajedrez tiene una vara de medir más precisa que otros deportes, el Elo. El doctor Arpad Elo fue un científico de origen austrohúngaro que ideó la fórmula que rige el ajedrez mundial desde 1970, y el estadounidense desde 1960. Su sistema es pura estadística. Permitiría incluso comparar a jugadores de distintas épocas, salvo por un detalle: sufre el mal de la inflación. Kasparov, frente a su eterno enemigo, Anatoli Karpov En la actualidad, 47 jugadores pertenecen al club de los grandes maestros con 2.700 puntos o más. En julio del año 2000, aquella sociedad solo admitía a once elegidos. Incluso Karpov se quedaba fuera, por un punto. ¿Prueba esta «permisividad» que el Elo actual está hinchado o simplemente hay más y mejores ajedrecistas? Ambas opciones no son excluyentes, pero es un hecho que la puntuación media de los mejores sube unos cinco «milímetros» al año, como las aguas de Venecia. El debate sobre el mejor de la historia admite a otros candidatos, como Capablanca, Alekhine o el estadounidense Morphy (favorito de Fischer), que dominaron el ajedrez mundial en otros tiempos, quizá menos duros que los de Fischer, Kasparov y Carlsen. Al cubano Capablanca, quizá el mejor de los «antiguos», le calcularon un Elo máximo de 2.725 puntos, una barbaridad para los años veinte. Anand, Kramnik, Topalov y Aronian han superado la barrera de los 2.800, aunque al último también le falta un mundial y nunca ha sido número uno. Es curioso que el armenio tenga el tercer mejor registro histórico, con 2.825 puntos.Aún hay otro método, consistente en estudiar las partidas de todos con ayuda de ordenadores y comprobar quiénes hacían más jugadas «perfectas». Se han utilizado varios programas y parece que el elegido por los dioses de silicio es Bobby Fischer, con Kramnik, Kasparov y Capablanca a rebufo. El noruego Magnus Carlsen no parece tener techo, por el momento Los tres favoritos Bobby Fischer respiraba ajedrez. Él solo venció al imperio soviético y atrajo sobre el tablero una atención impensable. Su serie de 19 victorias consecutivas (sin intercalar ni unas tablas) contra la élite sigue imbatida. En la cima de su carrera, sacaba cien puntos a sus seguidores, algo tampoco igualado. Su voluntad de ganar a cada uno de sus rivales incluso con negras solo se ha vuelto a ver con Carlsen. «El ajedrez es la vida», dejó dicho. Para él no hubo otra cosa. Garry Kasparov se subió a la perestroika y se proclamó hijo del cambio. Superó a Karpov en la rivalidad más intensa que ha conocido el deporte, con 144 partidas entre ambos. Fue campeón mundial con 22 años. Profesionalizó el estudio de las aperturas con ayuda de las computadoras y su «librillo» todavía es codiciado, incluso por Carlsen, que lo fichó como preparador. Tras jubilarse, fracasó en su intento de derrocar a Putin. Las reglas fuera del mundo son mucho menos justas. Magnus Carlsen parece el menos obsesionado de los tres por el juego. Tampoco muestra el mismo afán por arrasar desde el pitido inicial. En el medio juego, cuando empieza el baile, impone su descomunal talento. Contra Carlsen una posición igualada es un martirio. Él dice que el secreto es disfrutar y «comprender» este juego casi infinito. Magnus tiene algo más que un microchip en la cabeza. Su procesador incluye una brújula natural; nunca se pierde entre la maleza de variantes. 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