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La prueba de que las máquinas (todavía) son tontas

La prueba de que las máquinas (todavía) son tontas
Federico Marín Bellón el

La Copa Sinquefield se acerca a su final después de que Magnus Carlsen lograra, a duras penas, detener la increíble racha ganadora de Fabiano Caruana, quien al final encadenó siete victorias consecutivas en el torneo más duro de la historia. Luego, los ordenadores han señalado con precipitada crueldad los errores que le han impedido conseguir un récord aún más increíble. Sin un par de fallos, llevaría nueve puntos en nueve rondas. Lo que no supieron hacer las máquinas es entender la última partida entre Carlsen y Levon Aronian. Cualquier jugador avanzado sabía que el enfrentamiento debía terminar en tablas, pese a los intentos desesperados del campeón del mundo, que apuró hasta la jugada 84. Los programas informáticos seguían aventurando que el noruego iba a ganar con facilidad incluso tres jugadas antes de firmarse el empate. Su ceguera fue asombrosa.

Las blancas están ganando, se puede leer debajo del tablero. (Si pinchas en la foto, se ve con mayor claridad). En cualquier caso, eran tablas

Las blancas están ganando, decía con suficiencia el módulo del programa Stockfish, del que ya he hablado alguna vez por aquí y cuya calidad está fuera de toda duda. Sin las bases de datos de finales, sin embargo, la posición simplemente escapaba a su entendimiento, mientras dos «simples» humanos sabían perfectamente lo que estaban haciendo y rozaron la perfección durante horas.

Los encargados de la retransmisión por internet, excelente (mejor que ver la tele), tuvieron reflejos y llevaron al gran maestro Ben Finegold, quien explicó la única posición en la que Carlsen pudo haber encontrado un resquicio en la defensa de las negras, una oportunidad ya perdida. El experto encontró la genialidad con ayuda de las citadas tablas o bases, que simplemente contienen todas las jugadas posibles cuando quedan pocas piezas sobre el tablero. Por eso saben con matemática posición cuál será el resultado de la partida si ambos ajedrecistas juegan a la perfección.

Fabiano Caruana, el ajedrecista de moda

Por eso es tan injusto que algunos aficionados hagan sangre con las imperfecciones que cometen siempre los grandes maestros, solo porque un ser sin corazón les diga que determinado movimiento es 0,3 puntos peor que otro. Un respeto a los grandes maestros, señores. Lo que acaban de hacer Carlsen y Aronian, los dos primeros de la clasificación mundial (hasta que se actualice y muestre el avance de Caruana), es dar una lección gigantesca a los ordenadores y a los aficionados peor informados.

En su última partida, en efecto, Fabiano Caruana tuvo ganado a Nakamura, pero se le escapó un simple truco táctico, para el que el italiano no encontraba explicación en su entrevista posterior con Maurice Ahsley. Luego, supo mantener al menos la sangre fría necesaria para no tirar el punto entero, pero quedó claro que sus gafas no las fabrica Google, como ya sospechaba alguno. Con siete victorias y dos tablas en nueve partidas, su actuación sigue siendo histórica. Carlsen fue comprensivo y declaró que, simplemente, Fabiano está cansado. Y cuando trataron de mostrarle una jugada en la que él también había cometido un supuesto error, desmontó casi con fastidio los argumentos de los comentaristas (el citado Maurice Ashley, Yasser Seirawan y Jennifer Shahade), que ni siquiera ayudados por el programa habían visto tan lejos como él. «Por eso él es campeón del mundo», concedió Ashley.

Y por eso las personas, desde hace tiempo mucho más débiles que las máquinas a la hora de jugar al ajedrez, todavía entienden cosas que ni el ordenador más potente es capaz de imaginar siquiera. Nos queda poco, que conste.

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