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Muere Lothar Schmid, el árbitro de la Guerra Fría

Muere Lothar Schmid, el árbitro de la Guerra Fría
Federico Marín Bellón el

«Todo el mundo dijo que era una guerra entre el Este y el Oeste, y eso es lo que fue en realidad», aseguraba el alemán Lothar Schmid el año pasado, en su última gran entrevista. En ella contaba algunos secretos del «duelo del siglo» entre Spassky y Fischer, que dirigió en 1972. Ajedrecista de largo recorrido y notables triunfos, los libros de historia lo acogieron sin embargo como pacificador de los tableros. Lothar Schmid murió el sábado en Bamberg, a los 85 años, debido a las enfermedades propias de su edad.

Nacido el 10 de mayo de 1928 cerca de la ciudad alemana de Dresde, Lothar Maximilian Lorenz Schmid era un jugador respetado por todos, requisito indispensable para pasar a juzgar las acciones de sus compañeros. Sus dotes diplomáticas ayudaron a destensar la cuerda política que amenazaba con estrangular el Mundial de Islandia. Después de aquello, fue requerido para llevar otros mundiales casi igual de conflictivos, comos los que dirimieron Karpov y Korchnoi en 1978 y Kasparov y Karpov en 1986.

En sus declaraciones a la prensa alemana del año pasado, Schmid contó que participó en la otra Guerra Fría como único nombre justo aceptado por ambos bandos. Demasiado tarde comprendió que tendría que lidiar con detalles aparentemente nimios, como el tamaño de las piezas, al tiempo que él mismo era juzgado y manipulado por el KGB y la CIA, tan presentes aquellos meses estivales en Islandia.

«Fue difícil reunir a dos personalidades tan distintas», contaría. A punto estuvo de no lograrlo. El jugador americano encadenaba una petición tras otra, alguna caprichosa hasta el delirio, y ni siquiera asistió a la ceremonia de inauguración. No voló a Reikiavik hasta que le prometieron un porcentaje de los derechos de televisión.

Todo ello obligó a posponer dos días la primera partida, algo que consintió con caballerosidad Spassky y que para el árbitro fue una suerte, confesó, porque pudo volar a casa y ver a su hijo, que «se había caído de la bicicleta y estaba ingresado en el hospital».

Después de empezar con una derrota y de no presentarse a la segunda partida con nuevas exigencias sobre la distancia de las cámaras y de los espectadores, el encuentro volvía a estar en el aire. Bobby aceptó jugar la tercera partida solo si se trasladaban a una pequeña sala, anexa al escenario. Spassky reconocería años después que ceder de nuevo fue un error psicológico. Para Lothar Schmid, fueron los momentos más complicados de su vida: «Ambos ajedrecistas eran más altos que yo», recuerda, «pero los agarré de los hombros, los empujé hacia la salita y les exigí: “ahora jugad”». El resto es historia.

«No era el diablo»

En «la venganza del match del siglo», celebrada veinte años después pese a la prohibición de los Estados Unidos, Schmid volvió a ser el árbitro, reclamado por el campeón americano. «En realidad, Fischer no era el diablo. Se salía de lo normal, era extraño, diferente y un auténtico genio como ajedrecista».

Schmid, en una partida con el sueco Stenborg, en 1957

Como jugador, Schmid ganó dos medallas por equipos en las Olimpiadas de 1950 y 1964 y cuatro individuales, en 1950, 1952, 1968 y 1970, sólo dos años antes de pasar a la historia en Reikiavik. En todas sus participaciones representando a Alemania Federal obtuvo resultado positivo. Fue además campeón alemán y subcampeón mundial de ajedrez por correspondencia, una modalidad en la que la capacidad de análisis es aún más importante que en las partidas en vivo. O lo era, hasta que los ordenadores cambiaron las reglas del juego.

Schmid no fue un niño prodigio, pero sí un adolescente destacado. A los quince años ganó el campeonato de Dresde. En su participación en torneos, más que sus triunfos destaca su segundo puesto en 1968, empatado con Petrosian y por detrás de Paul Keres. Ocurrió en Bamberg, donde vivía, y donde asegura que Fischer le visitó un par de veces en la «posguerra».

Schmid. en el campeonato de Alemania de 1959, en Nuremberg. Foto: Karl Schnörrer

En los últimos años, Schmid disfrutaba y alimentaba su impresionante colección de libros de ajedrez, se dice que la mayor del mundo, con miles de volumenes. El impulso definitivo a su colección llegó cuando heredó una pequeña fortuna del escritor de libros de aventuras Karl May, como contaba Antonio Gude en su blog. Entre otras maravillas, tenía uno de los diez ejemplares de la obra impresa de ajedrez más antigua que se conserva, la «Repetición de Amores y Arte de Ajedrez», de Luis Ramírez de Lucena, publicada en Salamanca en 1497.

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