Federico Marín Bellón el 23 jul, 2012 El pasado mes de noviembre, «The New York Times» nos recordaba que Jacqueline Piatigorsky cumplía cien años, cifra en la que finalmente decidió plantarse el día 15 de julio. Fue una notable tenista y excelente ajedrecista, escultora y, por encima de todo, benefactora del ajedrez. Perteneciente a la célebre familia de banqueros Rothschild, la gran dama del ajedrez le debía su apellido a su marido, el chelista de origen ucraniano Gregor Piatigorsky. En la primera Olimpiada de Ajedrez femenina, celebrada en Emmen (1957), Jacqueline consiguió la medalla de bronce en el segundo tablero. Y lo mejor estaba por llegar. Jacqueline Piatigorsky, vapuleando a su marido, cuyo campo de batalla preferido era el chelo Nacida en París en 1911, de la novelesca vida de Jacqueline queda constancia en su libro autobiográfico «Jump in the waves», publicado en 1988. Fue criada durante algunos años en un castillo con zoo privado, lo que a primera vista puede parecer envidiable, pero debido al carácter distante y frío de sus padres y a que la niñera no era mucho más cariñosa (de hecho, no vio a sus hermanos durante tres años porque las respectivas nanis no podían ni verse entre ellas) se convirtió en una joven muy tímida, a la que casaron a los 19 años con un pariente lejano, matrimonio que le duró cinco años. Poco después se casaría con su gran amor, el intérprete de chelo Gregor Piatigorsky. La ocupación nazi de Francia llevó a la familia a los Estados Unidos, donde pasados los cuarenta años, insatisfecha con limitarse a criar a sus dos hijos, aprendió a pilotar aviones y se convirtió en una de las mejores ajedrecistas del país durante casi dos décadas. En una casa frecuentada por artistas, no es nada sorprendente que llegara a jugar contra Marcel Duchamp. Sus mayores éxitos sobre el tablero fueron la citada medalla de bronce en la Olimpiada de 1957 y un segundo puesto en el campeonato femenino estadounidense de 1965. Como competidora, la señora Piatigorsky llegó a quedar segunda en un campeonato femenino de los Estados Unidos. La prensa americana seguía sus proezas Su carácter competitivo, quizá una venganza contra su madre, que la consideraba «una perdedora», quedó refrendado cuando debutó con éxito como escultora a los 65 y, más aún, cuando empezó a ganar torneos senior de tenis pasados los 70. No llegó a igualar las proezas de nuestra Lilí Álvarez, pero sus éxitos eran recogidos con frecuencia por la prensa local. En realidad, por lo que se recordará a Jacqueline Piatigorsky es por su faceta como organizadora de torneos. Buena conocedora de las penosas condiciones en las que se jugaban la mayoría de competiciones, se propuso cambiar aquello. En 1961 patrocinó el famoso duelo entre Samuel Reshevsky y Bobby Fischer, los dos mejores ajedrecistas estadounidenses del momento, pero el encuentro acabó suspendido por una pelea de calendario que al parecer provocó la propia organizadora, que quería que la duocécima partida se jugara por la mañana para poder asistir a un concierto de su marido. Cuentan en «Los Angeles Times» que a Fischer le dio un ataque (el quería jugar por la tarde para poder dormir más) y abandonó el encuentro, cuando el marcador reflejaba un empate a 5,5 puntos a falta de cinco partidas. Dos años más tarde, aprendió de sus errores y organizó la primera copa Piatigorsky, con una bolsa récord de 10.000 dólares y la presencia, por primera vez, de dos fenómenos soviéticos, el campeón mundial Tigran Petrosian (Armenia) y el legendario Paul Keres (Estonia), que acabaron compartiendo el primer puesto. Lo meritorio de aquello es que hasta entonces la Unión Soviética no permitía que sus mejores jugadores fueran a los Estados Unidos, por si les gustaba demasiado su decadente estilo de vida. No menos apasionante fue la segunda copa Piatigorsky, en Santa Mónica (1966), ganada por Boris Spassky, con Bobby Fischer en segundo lugar, en un prólogo del famoso enfrentamiento por el título mundial de 1972, del que hablaba el otro día en esta entrada, ahora que se han cumplido 40 años. La patrocinadora no solo dobló los premios, sino que ideó un sistema para que las partidas pudieran seguirse con un pequeño retraso en una sala de análisis. Bent Larsen y Bobby Fischer, observados por el matrimonio Piatigorsky en Santa Mónica Jacqueline, viuda desde 1976, deja dos hijos, cinco nietos y diez bisnietos, además de miles de jóvenes que se iniciaron en el ajedrez gracias a sus desvelos. Cualquiera que la conociera sabe que no descansará nunca en paz, sino que organizará alguna competición allá donde esté. Que gane el mejor. Ajedrez Comentarios Federico Marín Bellón el 23 jul, 2012