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La fórmula secreta de la fama

La fórmula secreta de la fama
Federico Marín Bellón el

Mikhail Simkin y Vwani Roychowdhury, investigadores del departamento de Ingeniería Eléctrica de la Universidad de California, han descubierto gracias a la ajedrez, o a los ajedrecistas, «la fórmula secreta de la fama», según informan en MIT Technology Review. Todo el mundo sabe lo que es la fama y quién la tiene, con o sin mérito. Basta poner un nombre en Google para descubrir si es alguien es conocido. Justo o no, es un método aceptado y utilizado por otros investigadores. Los logros conseguidos por las celebrities no son tan sencillos de tasar, sin embargo, motivo que llevó a Simkim y Roychowdhury a centrarse en los ajedrecistas. Gracias a la puntuación Elo, es más fácil cuantificar de forma precisa los méritos de un jugador, algo no tan sencillo en otras actividades e incluso en otros deportes.

El estudio, que compara de forma directa logros e impacto social, ha permitido abordar diversas cuestiones sobre la naturaleza de la fama y, sobre todo, determinar lo que todos sospechamos: la fama, en general, excede los merecimientos de muchos. Para elaborar su estudio, los investigadores crearon una base de datos con 371 grandes maestros y maestros internacionales, nacidos entre 1901 y 1943, y compararon su nivel ajedrecístico y su fama. El primer valor es objetivo (o casi). La puntuación Elo, utilizada por la FIDE para elaborar su clasificación, no es un número mágico, sino que surge de una fórmula ideada por el físico estadounidense de origen húngaro Arpad Elo. Su método cambió para siempre el ajedrez cuando en 1978 lo expuso en el libro «The Rating of Chessplayers, Past and Present».

Anand, recibido en la India después de proclamarse una vez más campeón del mundo, en 2013

Los investigadores «solo» han tenido que comparar Elo y número de entradas en Google de cada ajedrecista. La primera conclusión es que la fama crece de forma exponencial en relación con los logros deportivos. Bobby Fischer, el prodigio estadounidense que arrebató la corona del ajedrez mundial a los rusos en 1972, es un gran ejemplo. En comparación con Mijail Botvinnik, campeón del mundo y padre del ajedrez soviético (se acaban de cumplir veinte años de su muerte), el Elo de Fischer era un 6% mayor, pero en cuestión de fama nunca hubo color: 173.000 entradas en Google frente a 1,2 millones del americano. Con un poco más de éxito (ambos fueron campeones del mundo y Botvinnik disputó y ganó más veces la final), Fischer multiplicó por más de siete su impacto social e incluso hoy esa apreciación parece quedarse corta.

Simkin and Roychowdhury se plantearon otros campos de estudio, como el de los pilotos de la Primera Guerra Mundial. En este caso, se podía determinar cuántos rivales había abatido cada uno, una forma más o menos objetiva de determinar los éxitos, pero al contrario que en el ajedrez, un piloto solo puede matar a otro una vez. Otra posibilidad era contar los logros de los ganadores del Premio Nobel, donde también encontraron ejemplos parecidos. Paul Dirac, por ejemplo, varios cientos de veces menos famoso que Albert Einstein, contribuyó a la física solo dos veces menos que el celebérrimo genio.

En definitiva, y demostrada la tesis principal después de introducir todos los datos en el ordenador, los investigadores determinaron un valor matemático. Simplificando bastante, concluyeron que la fama crece de forma exponencial respecto a los méritos. Los investigadores, por el camino, descubrieron las bondades del sistema inventado por Arpad Elo, como su capacidad para predecir resultados entre jugadores que no se habían enfrentado nunca e incluso para comparar ajedrecistas de distintas épocas. También comprobaron que un gran maestro suele llegar a su apogeo a los treinta y tantos.

Todo esto no es más que un resumen del planteamiento del estudio (me parecía excesivo publicar las fórmulas matemáticas), cuyas conclusiones habían sido anticipadas hace mucho tiempo por el refranero español: Cría fama y échate a dormir.

Ajedrez

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