Después de cuatro tablas seguidas, parecía que el ajedrez se había muerto de nuevo, comlo diagnosticaron Capablanca y tantos otros, pero entonces los árbitros robaron unos minutos a los relojes –todo legal, habíamos llegado a los desempates– y los grandes maestros se pusieron a crear, enfebrecidos, incluso contra el criterio de las máquinas. Ding Liren y Aronian pasan a la final y se aseguran un puesto en el torneo de Candidatos. Es la primera vez que un ajedrecista chino se clasifica y aspira a jugar el Mundial.
Fotos: Anastasia Karlovich
En la retransmisión de Chess24, por ejemplo, se podían escuchar elogios (en otro momento la misma frase podría ser una crítica) como «Liren acaba de hacer una jugada muy humana». Ni una abuela lo superaría. Lo mejor de todo es que entre sus restos de humanidad, los jugadores realizaban impresionantes exhibiciones de cálculo en posiciones en las que hasta los módulos informáticos temblaban de inseguridad. Sus valoraciones oscilaban como un metrónomo a medida que pasaban los segundos y las bestias profundizaban en los secretos de la posición.
Especialmente bella fue la partida que Levon Aronian ganó a Maxime Vachier-Lagrave –imprescindible victoria, para seguir vivo–, pero también la victoria de Ding Liren contra Wesley So, después de que este último diera un recital de precisión. Con ambos contendientes caminando descalzos sobre el filo de la navaja, el menor descuido suponía caer desangrado. El estadounidense rozó la victoria, pero el chino, con la peor puntuación Elo de los cuatro semifinalistas, se defendió con tal habilidad que cuando So se quiso dar cuenta, era él quien luchaba por las tablas con el reloj como presión añadida. A Ding Liren se le escapó un bello remate, pero su «muy humano» juego fue suficiente para convertir la ventaja sin problemas, más allá del esfuerzo suplementario, y su camino también terminaba en Roma. O en la final del Candidatos.
En la última partida, el jugador chino llevó la lucha hacia un final con alfiles de distinto color con una firmeza pasmosa, sin que su imaginativo rival fuera capaz de alterar su sistema nervioso. Ojo con Liren, que es el único de todos los jugadores de la Copa del Mundo que no ha perdido una sola partida. Y aunque parezca mentira, tiene sangre en las venas: «Un entrenador me dijo que ignorara la cobertura que hacen los medios de mi país, pero ¡no puedo hacerlo! A veces me sirve de motivación», declaró tras su victoria.
El duelo entre los otros dos astros, para algunos la final anticipada (no en vano son los números dos y tres del mundo), fue algo de locos. Después de jugar un ajedrez sublime, en el quinto «set» entre ambos Aronian desperdició una ventaja sideral. Las máquinas –qué sabrán ellas– le daban una ventaja de +10 puntos de valoración, como si tuviera una dama limpia de ventaja, por lo menos. Lo «mejor» de todo es que MVL le dio la vuelta a la tortilla y también la quemó, para acabar firmando las tablas más engañosas que quepa imaginar. Por hacer una comparación odiosa, fue como si el primero ganara 3-0 en el descanso de un partido de fútbol, que el rival se ponga luego 3-5 y que todo acabe 6-6.
El misterio era saber cómo les afectaría el paseo por la montaña rusa en la siguiente partida, nada menos que el temido Armageddon. A saber: Aronian estaba obligado a ganar, mientras que al francés le valían las tablas. A cambio, el armenio tenía la piezas blancas y más tiempo en su reloj.
De algún modo, los semifinalistas recuperaron la mesura, sobre todo Aronian, que llegó a un final de torres y peones en el que además de tener las mejores cartas, las jugó mejor. Nadie podrá decir que no es un digno finalista. Nadie podrá quejarse de la resistencia de Vachier-Lagrave. Su duelo ha sido de los que crean afición. Con luchadores así, el ajedrez es un juego apasionante. No hay otro más violento.
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