Si el miedo es libre, que lo es, la inseguridad corre desbocada por las praderas de la conciencia. Magnus Carlsen llevaba un año sin perder una partida clásica y más de diez sin caer en un desempate. En la Copa Sinquefield, sin embargo, fue desarbolado en las partidas rápidas que decidieron el título por Ding Liren, otro jugador de alguna galaxia remota. Para el número uno sigue siendo un año excepcional, pero por primera vez en su reinado se le aparece un fantasma.
El número uno ya venía de dar síntomas de haber perdido la magia. Después de transformarse definitivamente en un centauro, mitad hombre mitad bestia informática, Carlsen volvió a conocer el vértigo, a perder la fe y, con ella, algunas partidas. Jean-Claude Lauzon explicaba mejor que nadie la fragilidad de los mortales. La cita es de «Léolo», un peliculón: «Ese día comprendí que el miedo habita en lo más hondo de nosotros y que ni una montaña de músculos ni un millar de soldados podrían hacer nada para remediarlo», confesaba el protagonista.
Lo peor para Carlsen no es haber quedado segundo en un torneo, sino la grieta abierta en su armazón y la amenaza futura de un rival indescifrable. Susan Polgar se preguntaba si algún otro jugador había sido capaz de superar así al campeón alguna vez. El propio campeón consideraba su derrota «absolutamente merecida». La sombra noruega de Carlsen, el periodista Tarjei J. Svensen, repasaba su inmaculado diez de diez en desempates desde 2007:
2018: 3-0 vs Caruana
2018: 1,5-0,5 vs Giri
2017: 1,5-0,5 vs MVL
2016: 3-1 vs Karjakin
2015: 2-0 vs Yu
2015: 1,5-0,5 vs Vachier-Lagrave
2015: 3-2 vs Naiditsch
2012: 2-0 vs Caruana
2011: 1,5-0,5 vs Ivanchuk
2007: 3-2 vs Onischuk
Parece ser que la última vez que Carlsen perdió un «tie-break» fue en 2005, contra Simen Agdestein, su primer gran entrenador y un tipo con una curiosa historia detrás. Además de campeón de Noruega, fue futbolista de la selección nacional. En San Luis, Carlsen y Ding Liren entablaron las dos partidas rápidas, y en las aún más veloces del blitz el chino ganó 2-0. ¡Bomba! La primera por tiempo, en posición delicada del número uno, y la segunda por desesperación. Los 82.500 dólares que le tocaron «en suerte» al ganador son irrelevantes. Ding Liren asestó su último golpe a una velocidad que su rival ni lo vio venir. Las crónicas oficiales cuentan que la posición final era tan pintoresca que al campeón del mundo se le escapó una sonrisa de resignación.
Pero hablemos del vencedor, como se merece, y no de la desasosegada víctima.
Para Ding Liren es su primera victoria en un supertorneo, aunque el año pasado culminó una racha redonda de cien partidas sin perder y se instaló entre los mejores con naturalidad pero sin hacer ruido. El jugador chino es número tres del mundo en ajedrez clásico y número dos en blitz, ¡por delante de Carlsen! Supera los 2800 puntos Elo en las tres listas que computa la FIDE. Su ascenso a la cumbre no tiene nada que ver con la casualidad.
Su llegada al podio mundial se produjo en febrero de este año. Doce meses años era el número 11. La escalada ha sido tan silenciosa que no ha llamado la atención como debía. La ventaja del factor sorpresa, si acaso le servía de algo entre la avisada élite, se le ha terminado para siempre.
Con 26 años, Ding Liren es algo más joven que Carlsen, ventaja añadida a un proceso de maduración más lento, que sugiere que lo mejor está por llegar. Parece un tópico añadir que es imposible saber lo que le pasa por dentro, pero lo cierto es que tiene la sangre más fría que el aire acondicionado de Las Vegas.
Además de no cometer errores, el gran maestro chino es muy rápido. Es raro ver a Carlsen con desventaja de tiempo en una partida. Ding Liren tiene una técnica tan depurada y un juego tan natural que parece apurarse aún menos con el reloj. Cuando se trata de combinar, tampoco le tiembla el pulso. En San Luis hizo movimientos fantásticos, llenos de profundidad y belleza.
Como rival de Carlsen, parece diseñado a conciencia. El campeón del mundo ganó las dos últimas coronas en las partidas de desempate, con una superioridad casi humillante. Su confianza era tal que en ambos casos pecó de «cobarde» en las partidas clásicas, porque sabía que en las rápidas sus posibilidades se disparaban. Si llega el caso, contra Ding Liren no le valdrá la misma estrategia. La ansiedad que puede generar ese solo factor puede desequilibrar el duelo.
El chino, por otro lado, pierde al año casi tan pocas partidas como el noruego. Por eso mismo, no tengo claro si un Mundial entre ambos sería el mejor espectáculo posible. Lo malo es la amenaza de las tablas perpetuas. Lo bueno es que el resultado final generaría más incertidumbre que nunca.
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