El 9 de noviembre de 1985, a las nueve y 54 minutos de la noche, hora de Moscú, Garry Kasparov se proclamaba decimotercer campeón del mundo de ajedrez, al derrotar a Anatoly Karpov en la sala Chaikovski de la capital rusa. El joven ogro de Bakú era el símbolo de la «perestroika» y, al igual que esta, trajo un cambio necesario que no terminó de convertirse en una auténtica democracia. El reinado de Garry, sin embargo, es de los más fructíferos de la historia, desde el punto de vista deportivo, en gran parte gracias a la tenacidad irreductible de su archienemigo, con quien protagonizó la mayor rivalidad que ha conocido el deporte.
Los más veteranos recordarán que la victoria de Kasparov se produjo meses después del gran escándalo que supuso la suspensión del primero duelo por el campeonato mundial entre las dos K. El presidente de la FIDE, Florencio Campomanes, había abortado en febrero el Mundial entre ambos grandes maestros, después de seis agotadores meses y de 48 partidas, con el resultado «provisional» de 5-3 a favor de Karpov. Ambos ajedrecistas se declararon estafados. El campeón parecía agotado, incluso enfermo, pero conservaba una importante ventaja. El aspirante, después de perder por 5-0 (para ganar era necesario alcanzar seis victorias, sin que las tablas tuvieran ningún valor), parecía que le había pillado el truco y se había acercado en el marcador después de ganar las dos últimas partidas. Quizá algún día quizá se conozcan las circunstancias exactas de aquella decisión filipina, sin duda aderezada por algún aliño soviético y cierto aroma a KGB.
En cualquier caso, el escándalo dio paso a un nuevo Mundial, al que Kasparov llegó ya con una fuerza imparable. O casi, porque después de ganar la primera partida, perdió la cuarta y la quinta. Igualó el marcador en la undécima, se puso por delante en la 16 y pareció sentenciar en la 19, pero Karpov aún tuvo fuerzas de imponerse en la número 22 y de llegar a las dos últimas con opciones de empatar. Garry se impuso en la última, sin embargo, y se proclamó campeón.
Evgeny Vladimirov, uno de los segundos de Kasparov, describía la pasión con la que se vivió aquel Mundial, con 1.500 espectadores en el teatro y varios miles más en los alrededores de la plaza Mayakovsky, muchos en busca de una entrada en la reventa. Millones de partidarios de uno y otro jugador seguían las partidas a diario, con esa pasión entre futbolística y política que en España solo se da en un Madrid-Barça.
El propio Garry, que acaba de publicar el libro «Winter is coming», ha recordado en su página de Facebook la efeméride y ha revelado la sorpresa que le causó entonces, en mitad de la celebración, la pesimista felicitación de la mujer del excampeón Tigran Petrosian. «Lo siento por ti», le dijo Rona. «¿Que lo sientes por mí, el día que me convierto en el campeón más joven de la historia?», respondió el sorprendido gran maestro, de 22 años. «Lo siento por ti», insistió, «porque el día más feliz de tu vida ya ha pasado». El nuevo monarca del ajedrez mundial se marcó entonces un reto. Quizá la mujer de Petrosian tenía razón, pero intentaría demostrar que sus agoreras palabras estaban equivocadas. «Si siempre tienes nuevos desafíos, el día más feliz de tu vida nunca ha pasado». Garry también ha subido un emotivo vídeo en el que también admite que, en contra de lo que pensaba, lo peor no había quedado atrás.
Kasparov sigue embarcado en un reto que parece imposible, enfangado en la política y sin la sana protección que proporcionan las reglas del ajedrez, pero no ha perdido el sentido del humor. Un aficionado le pedía un pronóstico en un hipotético enfrentamiento contra el Fischer de 1972, el Karpov de 1978 y el Carlsen de 2014. «Si tuviera una máquina del tiempo, la emplearía para cosas más interesantes», respondió. Nunca sabremos quién es el mejor ajedrecista de la historia, aunque cada uno tiene su favoritos y Garry está, por méritos propios, entre los finalistas de casi todos.
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