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Las dos incertidumbres clave de la cumbre Putin-Biden

Las dos incertidumbres clave de la cumbre Putin-Biden
Jorge Cachinero el

La cumbre entre Vladimir Putin y Joseph R. Biden, en Ginebra, Suiza, tiene dos antecedentes de cumbres celebradas entre los dos países en esa misma ciudad.

El antecedente más inmediato, aunque, distante, en el tiempo, fue la cumbre entre el presidente de Estados Unidos (EE. UU.), Ronald W. Reagan, y el jefe del Estado de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, Mikhail Sergeyevich Gorbachev, que tuvo lugar durante dos días, en noviembre de 1985.

La cumbre de 1985 recuperó la comunicación entre los dos países después de la invasión soviética de Afganistán en 1979.

El antecedente mediato sucedió en julio de 1955 en la que fue, de hecho, una cumbre a cuatro porque, además de EE. UU. y de la URSS -y sus presidentes respectivos, Dwight D. Eisenhower y Nikita Khruschev-, asistieron, también, los primeros ministros del Reino Unido, Anthony Eden, y de Francia, Edgar Faure.

De hecho, esa de 1955 fue la primera cumbre de las cuatro potencias vencedoras de la II Guerra Mundial, tras su conclusión en 1945, y tras el bloqueo de Berlín y el comienzo de la llamada Guerra Fría entre Occidente y la URSS.

La cumbre de 1955 se cerró sin grandes acuerdos y fue la confirmación de la división de las áreas de influencia y de control dentro de Europa entre las dos grandes potencias.

El contexto de la cumbre entre Biden y Putin viene marcado por el deterioro de las relaciones entre EE. UU. y Rusia desde 2014.

En aquel año, la situación interna de Ucrania quedó fuera de control tras los acontecimientos que sucedieron en 2013 y en 2014 en la Plaza de la Independencia de Kiev y el enfrentamiento, indirecto y a través de terceros interpuestos, que EE. UU. y Rusia vivieron en aquel país y que ha provocado el desencadenamiento de una guerra civil entre las zonas rusófilas, al este del país, y las que están bajo control del gobierno de Kiev, por una parte, y la recuperación, por otra, que Rusia obtuvo de la soberanía sobre la península de Crimea.

Muy poco después, a propuesta del presidente de EE.UU., Barack Obama, Rusia fue expulsada del G8 -G7, desde entonces-, formato de reuniones que convoca a las principales economías del mundo.

El marco de diálogo que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) había creado, desde 1991, al final de la Guerra Fría, también fue desmantelado y suspendido por la OTAN, en abril de 2014, después de los acontecimientos ocurridos en Ucrania y en Crimea, a pesar de que aquel diálogo había sido reforzado en 1997, con la firma del Acta Fundacional OTAN-Rusia y la posterior constitución del Consejo OTAN-Rusia -NRC, por sus siglas en inglés-.

Por todo ello, la relación bilateral entre EE. UU. y Rusia es más importante ahora de lo que fue durante las últimas décadas al haber desaparecido los canales estructurados de interlocución entre ambos países que ofrecían tanto el NRC de la OTAN o como las reuniones del G8.

Los asuntos que han sido considerados más importantes para cada uno de los dos países en el proceso de preparación de esta cumbre son, en sí mismos, una muestra de la distancia que separa los intereses de ambos.

Para EE. UU., lo que genera más desconfianza y controversia del comportamiento de Rusia son su supuesta interferencia en las elecciones presidenciales de 2016; la que EE. UU. califica como “invasión” rusa de sus vecinos -más específicamente, Ucrania-; y la ausencia de respeto a los derechos humanos, especialmente, los de los rivales políticos del presidente Putin.

Con todo y con ello, en EE. UU. se cree que es necesario reestablecer la interlocución con Rusia y, probablemente, lo era desde hace mucho tiempo.

En el caso de Rusia, el principal elemento de rozamiento con EE. UU. es su “interferencia“, como se describe en Moscú, en Ucrania y la amenaza existencial que, para Rusia, representa el que la OTAN o, incluso, la Unión Europea (UE) linden con la frontera occidental de Rusia, una de las dos prioridades estratégicas tanto de la Rusia imperial, de la URSS y de la actual Rusia, a lo largo de su historia como nación.

No obstante, Rusia percibió el interés de Biden por celebrar esta cumbre como una concesión por parte de EE. UU. después de tanto años de sanciones económicas, a la vez que identificó un deseo por parte de EE. UU. de “dividir y conquistar” o de provocar una disrupción en la relación estratégica creciente entre Rusia y China.

La realidad, en cambio, es que, durante la última década, Rusia ha fortalecido sus relaciones con sus vecinos, ya sean Corea del Sur, India o Japón, en Asia, donde Rusia está ganando visibilidad e influencia -que están siendo correspondidas por las que estas naciones asiáticas están consiguiendo en Rusia-, o con otras naciones como África del Sur.

De hecho, especialmente, después de los acontecimientos y las sanciones económicas que sufrió a partir de 2014, Rusia ha dejado de estar obsesivamente preocupada por Europa y ha extendido el ámbito de sus intereses más allá del Viejo Continente, aunque sigue, intelectual y culturalmente, sintiéndose la nación de herencia blanca y cristiana que representa los valores de la civilización occidental, a pesar del hastío que, entre sus clases dirigentes, provoca el comportamiento de algunos países de Occidente hacia ella.

Todo lo anterior, sin embargo, no es más que el decorado delante del cual se desarrolla la trama más importante de las relaciones geoestratégicas de EE. UU. con Rusia -y, por ende, con el resto de las potencias globales o regionales en el momento presente- y de las que son protagonistas Joseph Biden y las dos incertidumbres que éste proyecta sobre la política exterior de su nación.

La primera de estas incertidumbres está en relación con su estado de salud y, por extensión, con su capacidad para ejercer las funciones del cargo que ostenta en plenitud de sus capacidades y de sus facultades.

Los líderes mundiales lo ponen en duda.

Por ejemplo, durante la última cumbre del G7, celebrada en Cornwall, ese fue el caso del primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, a quien periodistas acreditados en la cumbre oyeron comentarios que hizo a miembros de su equipo al respecto, bien involuntariamente, por descuido o por indiscreción, o bien voluntariamente, por razones inimaginables.

La segunda de estas incertidumbres está relacionada con la legitimidad electoral y, por lo tanto, democrática del acceso del propio Biden al cargo que hoy ocupa y que, en estos momentos, está siendo comprobada y auditada en algunos estados de EE. UU.

Una vez que se resuelvan próximamente estas dos incertidumbres, se podrá hacer un juicio más preciso sobre cómo va a redefinirse el estado de las relaciones entre EE. UU. y Rusia en el futuro.

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