Desde 2014, el mercado descuenta que la región del Donbas, en el este de Ucrania, es zona de influencia rusa.
La primera pregunta pertinente, entonces, serÃa por qué la Federación Rusa dio el paso, el pasado 21 de febrero, de reconocer, formalmente, la independencia y la soberanÃa de la totalidad de las dos provincias secesionistas del Donbas, es decir, la República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk -que, por el momento, sólo controlan un tercio de la superficie que les reconocen las leyes de Ucrania-.
Igualmente, como complemento a esas declaraciones, Rusia firmó sendos tratados de amistad, de cooperación y de asistencia mutua con ambas repúblicas, que suponen, entre otras cosas, como el presidente Vladimir Putin anunció, posteriormente a la ceremonia de firma de todos esos documentos, la posibilidad del envÃo de las Fuerzas Armadas rusas a las repúblicas de Donetsk y de Lugansk como contingente para mantener la paz en la región.
Esta opción se ha activado inmediatamente, en forma de “operación especial” de las Fuerzas Armadas rusas en el Donbas, a petición de los lÃderes de la República de Donetsk, para hacer frente a los ataques que el ejército ucraniano está lanzando en la lÃnea de contacto de dicha región.
Por último, Rusia, también, urgió, en el momento de la firma del reconocimiento de las repúblicas de Donetsk y de Lugansk, sin éxito, por lo que se está conociendo, al gobierno de Ucrania para que termine cualquier actividad militar en el Donbas.
Hay varios factores que hay que considerar para intentar contestar a la pregunta de por qué Rusia adoptó estas resoluciones, aunque, todavÃa, no esté claro en qué fecha se tomó la decisión del reconocimiento de la independencia de las dos repúblicas de la Ucrania oriental por parte del gobierno ruso.
Por una parte, desde que, el pasado 15 de diciembre, la Federación Rusa envió a Estados Unidos (EE. UU.) y a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) borradores de un tratado y de un acuerdo, respectivamente, en los que demanda a dichas partes garantÃas, legalmente vinculantes, sobre la seguridad en Europa, Rusia se siente decepcionada, en el terreno de la diplomacia, por los esfuerzos realizados por Francia y por Alemania, hasta el momento, a la vista de la ausencia de resultados tangibles obtenidos, para obtener de Ucrania un compromiso creÃble de cumplir los Acuerdos de Minsk de 2015 para resolver la situación en la Ucrania oriental.
Al constatar dicho fracaso, Rusia intentó, durante las últimas dos semanas, llegar a un acuerdo con EE. UU., directamente, para involucrarlo en la aplicación de los Acuerdos de Minsk.
Para ello, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Lavrov, y el secretario del Departamento de Estado de EE. UU., Anthony Blinken, celebraron dos conversaciones telefónicas y Biden y el presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, celebraron otra más, sin éxito en ninguna de ellas, dado que Biden no mostró voluntad de querer influir sobre el gobierno de Ucrania para hacer viable el cumplimiento de los términos y de las condiciones de dicho entendimiento.
En el fondo, uno de los objetivos deseables de Rusia para la solución de los problemas de la seguridad europea, como está puesto de manifiesto en los documentos que Rusia remitió a EE. UU. y a la OTAN, es que Ucrania sea, a todos los efectos, un paÃs neutral, que no pertenezca a la OTAN y que, por lo tanto, no albergue ni bases militares, ni armamento de EE. UU. o de la OTAN en su territorio, dentro del cual el Donbas serÃa una especie de República Democrática de Alemania y la Ucrania occidental, una especie de República Federal de Alemania.
Una vez que Rusia ha reconocido la independencia de las repúblicas de Donetsk y de Lugansk, es difÃcil imaginar que, ahora, al gobierno de Kiev le interese lanzar una ofensiva militar a gran escala contra el Donbas, dada la presencia potencial, abierta y sin restricciones, de la Fuerzas Armadas de Rusia en esa región.
Eso serÃa lo racional, a no ser que se abra paso en esta crisis lo irracional.
De realizarse un ataque de esa naturaleza, el Estado de Ucrania acabarÃa por desaparecer en cuestión de horas.
La realidad es que EE. UU. no quiere llegar, por el momento, a ningún acuerdo con Rusia sobre el futuro de Ucrania porque le es muy difÃcil aceptar que ésta no forme parte de la OTAN y teme que su estatus definitivo marque el futuro de las relaciones de la OTAN con otros paÃses europeos, como Suecia o como Finlandia, que no pertenecen a la Alianza Atlántica.
El mayor riesgo, en estos momentos, a que se desencadene una guerra a gran escala en Ucrania proviene del interés de Biden y de su equipo por provocarla para, por una parte, debilitar a Alemania y para romper su dependencia energética de Rusia -cancelando la activación del nuevo canal de suministro de gas desde Rusia, el Nord Stream 2- y para, por otro lado, tratar de sacar al partido demócrata de la situación de desplome de popularidad en la que se encuentra en EE. UU. en un año de elecciones de mitad de mandato.
Ese serÃa el momento “Wag the Dog” de Biden y de su asesor de seguridad nacional, Jake Sullivan.
Asimismo, el gobierno de Rusia se siente frustrado ante la falta de avances en la toma en consideración, por parte de EE. UU., de sus demandas de diciembre sobre la seguridad en Europa.
Por último, la presión en Rusia para proteger a los ciudadanos de las repúblicas del Donbas creció, en los últimos dÃas, ante el incremento de la violencia en una zona en la que han adquirido la nacionalidad rusa casi un millón de personas, especialmente, durante los dos últimos años.
No debe olvidarse que, desde la creación de Rusia como nación, Ucrania ha sido parte integral del legado histórico y cultural y del espacio de influencia de Rusia, más allá de la consideración estratégica actual de que una hipotética incorporación de Ucrania a la OTAN representarÃa un abanico insoportable de retos de seguridad para Rusia, quien percibe esa posibilidad como una amenaza existencial inaceptable para su paÃs.
En definitiva, podrÃa, por tanto, colegirse que la decisión de Rusia de reconocer la independencia de las repúblicas de Donetsk y de Lugansk ha sido un movimiento preventivo para evitar un conflicto bélico mayor con Ucrania, en el caso de que ésta hubiera intentado una ofensiva militar contra el Donbas.
La segunda reflexión necesaria, en estos momentos, deberÃa intentar dilucidar si esta decisión rusa responde a un plan perfectamente concebido y articulado, previamente, por su gobierno.
Para esto, es importante subrayar que Vladimir Putin es un táctico muy avezado y experimentado, que gusta de mantener a sus rivales lejos de su punto de equilibrio e ignorantes sobre sus siguientes movimientos, que cuenta con instintos muy desarrollados y que cree estar en posesión de una visión clara y consistente sobre qué es Ucrania y en qué se ha convertido -como puso de manifiesto en su discurso didáctico, que fue retransmitido por televisión, el pasado 21 de febrero, al anunciar el reconocimiento de las dos repúblicas del Donbas-.
De igual modo, el pensamiento de Putin -profundamente influido, como el sentimiento colectivo del resto de la población rusa, por el choque que les produjo observar las intervenciones militares de la OTAN, tras el final de la Guerra FrÃa, desde la de Yugoslavia, en 1999, hasta la de Libia, en 2011- surge de la necesidad imperativa que le guÃa a sentirse siempre en lo que él considera como el lado correcto y justo de la historia.
En realidad, la historia de los últimos treinta años en Europa es la de un fracaso al no haber sabido, ni EE. UU., ni sus aliados, facilitar a Rusia un asiento en la mesa, sin que ésta hubiera tenido, necesariamente, en sus manos el bloqueo de las decisiones de las estructuras de seguridad colectivas, ya fueran la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) o la OTAN.
Con todo y con ello, el apetito de una guerra abierta entre Rusia y Ucrania es muy limitado en la sociedad rusa y Putin debe proteger su popularidad hasta 2024, fecha de las próximas elecciones presidenciales.
Hasta el momento, en sÃntesis, Putin ha conseguido recolectar, fácilmente, las frutas que colgaban de las ramas más bajas.
Putin ha logrado fijar la atención de Occidente hacia sus necesidades de seguridad, ha colocado sus prioridades estratégicas sobre la mesa de las conversaciones con sus rivales -aunque, por el momento, no haya conseguido avances sobre éstas-, ha facilitado que se mostraran, en público, las fracturas internas dentro de la OTAN y ha expuesto la insignificancia de la Unión Europea (UE) en la escena internacional.
En lo que respecta a EE. UU., este duelo con Rusia, si no quiere llegar a acuerdos con ella, le obligará a reforzar su postura militar en Europa, con el reto y las complejidades que llevan aparejadas hacer frente a un escenario de dos teatros de confrontación estratégica simultáneos -uno, continental, en Europa; y otro, naval, en el Indo-PacÃfico frente a China-.
En realidad, Europa es un teatro secundario para EE. UU. en comparación con China y está por ver cómo, si de alguna manera, va a reaccionar Europa ante esta realidad incontrovertible.
Todo ello, a la vez que, de forma añadida, el pulso actual entre Rusia y la OTAN podrÃa desbordarse a muchas otras regiones del mundo con lo que crecerÃa la incertidumbre global.
PodrÃa pensarse, entonces, que, con el reconocimiento de las repúblicas del Donbas, Putin le hubiera brindado una oportunidad de oro al presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, para reclamar, ahora, sÃ, el cumplimiento de los Acuerdos de Minsk, de tal forma que, con ello, la decisión rusa, de acuerdo con el tacticismo de Putin, no habrÃa sido más que un acto de presión para que la vÃa diplomática continúe.
La situación para el gobierno de Ucrania podrÃa estar acercándose al lÃmite, como muestra el que se esté abriendo paso la información de que existe una conversación, inconclusa, todavÃa, sobre el cálculo que EE. UU. y que el propio Zelensky están haciendo, en estos momentos, sobre cuál serÃa el momento más oportuno, ni muy pronto, ni demasiado tarde, para que éste abandonara Kiev, rindiera Ucrania y cesara en su puesto.
La paz en el Donbas es una condición necesaria para que Occidente y Rusia puedan empezar a bosquejar un acuerdo sobre Ucrania y, quizás, de forma indirecta, con su movimiento preventivo, Rusia haya contribuido sustancialmente a garantizar ese requisito.
Puede que EE. UU. quiera sabotear esta opción, a través de estimular una guerra entre Rusia y Ucrania, que llevarÃa a la desaparición de ésta.
China observa en la distancia y rumia si éste puede ser su momento también.
Los demócratas estadounidenses son especialistas en comenzar guerras, que, luego, no saben cómo concluir.
El presidente Donald J. Trump, en cambio, no comenzó ninguna guerra durante su mandato y, por ello, nunca recibirá el Premio Nobel de la Paz.
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