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¿Rusofobia?

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El triunfo de Trump, su difícil aceptación, y la guerra en Siria han despertado en los medios algo así como “la cuestión rusa”. O Rusia como enemigo de Occidente. La facilidad con la que contra Rusia se habla de Occidente como un todo resulta llamativa. Porque en otros casos no se admitiría.
Por ejemplo, es de trazo grueso y un poco medieval hablar a las claras de una confrontación entre occidente y el islam.
Y nadie entendería que se hablara de un occidente contra oriente.
Entonces, ¿por qué se dice alegremente lo de occidente frente a Rusia?
Quien lo dice no ha de dar explicaciones, no ha de abochornarse ni es considerado un salvaje. Es más, es casi chic, como si por decirlo así el individuo se adornara con los logros de la democracia liberal, la alianza atlántica o el triunfo sobre el nazismo. El que lo dice se “churchilliza”.
En España esto se repite con una alegría llamativa que no provoca sarpullido alguno, quizás porque, como existe antiamericanismo, haya también en nosotros gotas bien diluidas de rusofobia.
No hace falta ir a la visión negativa reciente de la rusa putiniana, las denuncias de homofobia, mafias, corrupción fabulosa, intervencionismo militar o represalias de sesgo autoritario, esto algo que más o menos entendemos y sabemos discriminar; se trataría de otras cosas, más arraigadas en nosotros y contra las que apenas hay mecanismos de defensa.
En primer lugar, es el efecto de décadas de Guerra Fría. En el español esta visión de la historia -que hasta oculta el papel soviético en la limpieza del fascismo- enlaza, sin darse apenas cuenta, con décadas de propaganda franquista contra Rusia. Esa propaganda no cae sin más. Cala en nosotros una oscura monstruosidad al dibujar lo eslavo.
Pero es que en España quizás haya que ir más lejos. No sólo surge la protesta contra el “orientalismo” bolchevique. A principios de siglo ya hay susceptibilidad contra un país lejano y por lejano también próximo -esa hermandad relativa que vio Cioran-, algo que quizás se explique por la diferencia entre el católico romano y el ortodoxo, y que también se manifestó en la desconfianza española hacia el materialismo, o el nihilismo de finales del XIX, o incluso de la demonología rusa. La “orientalización” del cristianismo ruso tuvo que ser extraña al país convertido en bastión romano. Algo que debía repugnar un poco a nuestra sensibilidad. Los rusos han vivido un cristianismo muy pendiente del apocalipsis, algo fascinante, y quizás por ello dramático, supersticioso, y que habrá influido mucho en su visión del mundo. Es algo que, como todo lo demás, tampoco conocemos bien. Siempre recuerdo el chiste de Eugenio: “Mucho ruso en Rusia”…
Pero me quedo, a modo de vaga noción, con la sospecha de que llevamos encima como mínimo un siglo de propaganda rusófoba que no sabemos detectar tan bien como la antiamericana, y que le permite a mucho liberal más o menos advenedizo (liberal sobrevenido, o liberal consensuado -liberal transitivizado-) tomar el nombre de occidente en vano. Como un cruzado, vaya.

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