Siento que solo Macron me hace recuperar el blog. Manda mensajes visuales que apetece registrar. Me pasa ahora un querido benefactor su penúltima foto. Le habíamos visto hace poco vestido de Zelenski, y ahora, entre la primera y segunda vuelta, da un paso más en su periplo estético y simbólico.
La camisa blanca de Bernard-Henri Levy, el blanco inmaculado de la razón, la prenda-uniforme, se lleva a la frontera de lo informal. Se abre los puños, medio arremangado, en algo que ya hemos visto mucho aquí, la manga pepera, el tecnócrata veraniego, solar y ejecutivo. Pero Macron está en permanente evolución, búsqueda, integración y todo lo copia, lo asume, lo absorbe y le estaba faltando otra versión de sí mismo, más personal, así que ahora abre su camisa, no un botón sino más, y nos enseña un pecho peludo digno de Alfredo Landa. Un pecho desconcertante, casi cómico, como si se hubiera pegado una pelambre con velcro.
Macron, siempre suave y pulido, es un auténtico pecholobo y nos lo ha enseñado. Esto en España sería como si Casado, o ahora Feijóo, le hiciera la guerra pectoral a Vox. Macron lucha contra Le Pen y entre ellos dos el que tiene que presumir de pecho es él.
Su pecholobo es un guiño populista, un guiño a los extremos, y reivindica cierta elementalidad pilosa y poscoital. Las oscuridades aterciopeladas del poder, la ratio umbría. Bajo esa camisa blanca de la ‘republique’ hay un líder viril, un poco Putín. Es como si le dijese al electorado: échate aquí, radical. En 2022, un líder, un líder fuerte, tiene que mostrar de qué está hecho su torso.