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En guayabera

En guayabera
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Siempre es grato ver una guayabera. La gente en guayabera transmite una sensación de felicidad. La guayabera responde al simpático y reducido mundo de objetos paradójicos: es una prenda de tipo caribeño pero asociada a la posibilidad del trabajo. La guayabera no es la hawaiana, es una prenda veraniega con la que sí se podría trabajar. La guayabera transmite hedonismo y a la vez cierta responsabilidad, un poco como el puro, el cigarro puro, el habano con el que se la asocia: el puro es disfrute sensualón, pero también algo que hace alguien con responsabilidades. La guayabera es alegre y tiene la utilidad de sus bolsillos, es ‘arreglá pero informal’, y por eso quizás las llevaba Jesús Gil en ese mundo marbellí suyo en el que se firmaban operaciones cerca del jacuzzi, asesorado por el relincho aúlico de Imperioso.
Nuestra guayabera es marbellí, aunque la guayabera sea cubana y siempre nos remita a un universo sudoroso e informal. Holgadito.
El hombre que lleva guayabera incorpora, lo sea o no, la naturaleza psíquica del gordo feliz. Con guayabera se es gordo aunque no se sea, y el que lo es puede serlo con absoluta propiedad, pues la guayabera protege y justifica y solo sienta bien al hombre henchido y ventripotente. Un enjuto iría con ella como disfrazado. La guayabera está para llenar las chorreras del pechamen, para que se inflen esas dos columnas de floripondios a cada lado del pecho.

Por eso me ha gustado ver la guayabera en la percha insospechada de Enric Juliana, incorporar al periodista del ‘manca finezza’ al universo guayaberil. Ha sido en un vídeo de CC.OO (nada menos) con el que he tropezado no por obra del algoritmo sino de la serendipia, que es como un algoritmo superior que nos tiene prefigurada la fatalidad.
Juliana salía en el interior de su casa, en lo que parecía ser su despacho, con una biblioteca de fondo (el croma del intelectual) y escribiendo junto a un globo terráqueo. El globo también tiene lo suyo (se le ve junto al esférico como a un mustélido soñador, como aquel Tico de Willy Fog), pero la guayabera es lo que se ha quedado con la escena. Y no porque cubanice castristamente su aspecto, lo divertido es que se trata de él, de un hombre mediterráneo, de un mediterráneo casi profesional. Es un catalán, con querencia por Valencia y experiencia en Italia, siempre con Andreotti y los Borgia en la boca, con sorpassos y mezzogiornos.
Este mediterráneo tan exterior, este hombre mediterráneo constante y específico, ¿qué hace al llegar a su casa? Se pone guayabera. Esto me ha hecho gracia. La dulzura ribereña del mare nostrum, con sus blancuras más sobrias, con ser mucho, no es lo de Cuba: mucho hablar del equilibrio mediterráneo, pero queremos la holgura caribeña.
Abandonamos las divinas proporciones por la exención habanera, por ese recuerdo colonial. En la calle, como un federalista; en casa, como un señor colonial.
Es que además hay una soberanía doméstica sensual en ello, una forma distinta de estar en casa análoga a ponerse un batín de tercipelo rojo. Es un uniforme de felicidad, la rendición a un calor que no hace. Una invitación, como diría Camba, a no ser tomado ni demasiado en serio ni demasiado en broma, ¡una prenda gilista! ¡¡Una prenda populista!!!

A partir de ahora sabremos que Enric Juliana escribe sus oraculares artículos de LV en guayabera, que busca sus desconcertantes paralelismos italianos con esa prenda desparramante, que está escribiendo del Piamonte vestido como un señor de Camagüey.

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