Tras leer la entrevista concedida por Errejón a Bustos en El Mundo, queda la sensación de que el líder de Más Madrid se encamina también desde la izquierda hacia el nuevo espacio progresocioliberalconservador, es decir, todista, pues, por raro que parezca, también reivindicó el conservadurismo.
Errejón, de modo más concreto, reclamó un espacio para una izquierda no sectaria y nacional. La nación es de izquierdas, recordó (albricias), y no sé cómo conseguirá que no le llamen nacionalista a partir de ahora.
Errejón, ayer chavista, hoy todista, pide un espacio por el que debería preocuparse también la derecha. Cierta derecha. La que no está tan centrada, tan anclada, que aún puede girar. Errejón vuelve a recordarnos que quizás existe un lugar vagamente trumpiano al que dirigirse. No es el suyo, pero es colindante.
Una propuesta que fuera primeramente nacional, preocupada ante todo por el trabajo y la economía, ámbito en el que se debería incardinar la inmigración, que es un fenómeno distributivo. Unos ganan con ella, otros pierden. Y no solo mensajes liberales en economía. Algo que acompañe la bajada de impuestos. Trump los bajó pero lo reforzó con mensajes intervencionistas o proteccionistas. Una retórica “obrerista”. Jobs, jobs, jobs, que se acompaña de una propuesta antielitista, contraria a los efectos del capitalismo de amiguetes y a la corrupción. El Estado es necesario para responder a los enormes cambios de la globalización.
Trump ganó reforzando lo nacional, pero mediante un nacionalismo económico, y haciendo eso se llevó muchos votos demócratas. Cuando parecía que había que parecerse a ellos (mensajes para minorías) giró a la derecha desdoblando un discurso hacia el trabajador. Menos regulaciones, menos impuestos, pero intervención directa si cabe, aranceles y obra pública si es necesario.
No se fue al centro, se fue a la derecha a coger esos votos por el otro lado, dando la vuelta. Les cogió la espalda descubierta.
Y no hablo solo de medidas. Fue una retórica. El tono “pressing catch”, popular, hasta zafio de Trump conectaba con eso. Este era el encanto, la maravilla del populismo: conectar con aspiraciones democráticas mediante un mensaje distinto. Una ruptura menor, una ruptura de tono.
Las comparaciones son muy difíciles, España es muy distinta, pero existe una propuesta que no se ha intentado. Vox ha parecido estar en el punto de poder lanzarse a ella. Los medios han corrido a situarlos en una determinada posición radical, y ellos insisten en recalcar aspectos ideológicos que refuerzan la caricatura. Dando por sentado que Vox no es antisistema (solo pudiera serlo, creo, por la pasión nacional de Abascal), esto beneficia a la izquierda, al centro y al PP: un Vox encajonado en la “extrema derecha”, la vieja derecha católica con esteroides, vitaminada. Esto le sirve al PSOe para meter miedo y le sirve finalmente al “centroderecha” para obtener un turbo, un extra de votos con el que (si se doblega al pactar) recuperar gobiernos como Madrid o Andalucía. Pero… ¿y ese espacio que espera a un populismo no dicho, no pulsado?
Si una propuesta nacional, indudable, se reforzara con un mensaje dirigido al trabajador, un mensaje antielitista en su doble vertiente de economía y “guerra cultural” ¿encontraría aquí un espacio que pudiera responderle?