Trudeau anunció ayer una medida económica de emergencia: dos mil dólares al mes durante un periodo de hasta cuatro meses para quienes hayan perdido sus ingresos.
Esto está en la línea con lo que propuso Trump. El gobierno acude al rescate, “no deja a nadie atrás”, pero con un rescate de la persona.
Esta medida parece “limpia”, distinto de lo que vemos en España. Una causa será, seguro, nuestra debilidad financiera, pero además se advierte algo enmarañado e ideológico.
Las medidas del gobierno movilizan dinero, pero no termina de soltarlo y por lo que no sueltan añaden una especie de arbitraje entre los agentes económicos. En el mundo de la empresa y el trabajo prohíbe el despido, pero prohibir el despido no es lo mismo que cobrar. El empresario queda maniatadado y en lugar de un cheque limpio se añaden restricciones. No hay un cheque trumpiano al trabajador sino una intervención en la relación empresa-trabajador. A esto se le llama “hibernar”, pero es una hibernación forzosa, no una latencia bien protegida. Es un coma económico inducido, más bien, que puede traer consecuencias, fallos orgánicos vitales. Hace falta dinero: oxígeno, plasma.
Con la vivienda y el alquiler sucede algo parecido. Que entre ellos se apañen. Se insta a una renegociación del alquiler y se interviene discriminado además según la naturaleza del propietario. Es impopular decir esto, pensarlo incluso, pero la propiedad es la propiedad. No hay propiedad buitre y propiedad pequeñoburguesa, el derecho a la propiedad, ¿puede ser más débil o más fuerte según de quién se trate? Aunque no es la propiedad todavía lo que aquí se afecta, por más que Iglesias amenace, sino el precio. Se interviene directamente y se afecta a la relación entre agentes económicos.
En ambos casos se percibe un sesgo que es incluso verbal, terminológico: el empresario cruel (que nunca es “empresaria”) y el gran propietario de vivienda (cuando no “fondo buitre”) deben ser limitados, restringidos para proteger al empleado y al alquilado. El Estado resulta muy aparatoso en su intervención, muy vistoso, con mucho aparato de decreto y norma comparece un Estado benéfico, justiciero, social, democrático, de derecho y preocupadísimo, pero en lugar de soltar el dinero lo que hace es sobrerregular unas relaciones económicas.
¿No sería mejor pagar, ayudar sin más al “dejado atrás”?
Nos preguntamos si hay dinero para algo así. Dinero aparte, se percibe una idea “conflictiva” de las relaciones económicas. A todo se traslada el aroma del viejo “conflicto social” (lo marxista de nuestra constitución, ómnibus ideológico). Ricos, pobres; los que más, los que menos; patrono, obrero; propietario, inquilino. En esto, que siempre tiene su letra pequeña, hay también mucha parafernalia y escaparate para su votante, macerado durante muchos años en una idea extractiva de la economía: lo público contra lo privado. El marxismo económico, pasado por la lactante socialdemocracia, se va traduciendo en una especie de maniqueísmo primitivo que observa la economía como un mundo separado de cielo e infierno, alma y cuerpo, los de arriba y los de abajo, un dualismo que, utilizando la sanidad (“la mejor del mundo”) como gran ilusión fiscal y pretexto, cara, ejemplo de lo mejor del Estado, encadena intelectual y económicamente a los votantes, y tiene mucha responsabilidad en los problemas fiscales actuales, causa de que ahora sea tan difícil evitar que “alguien se quede atrás”.