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Blogs Madre no hay más que una por Gema Lendoiro

La cofia congénita

Gema Lendoiro el

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ya se sabe que el veraneo es para desconectar o al menos para intentarlo. Aunque no puedo dejar de trabajar en vacaciones sí que el ritmo baja y aprovecho para leer todo lo que en invierno me resulta imposible. Todos los veranos me digo lo mismo: Gema, tienes que leer más. Es más productivo que el móvil. Leer produce un efecto similar a la ingesta de un lexatín 3 mg. Al menos para mí. Y no, no estoy exagerando. Lo malo es encontrar qué leer porque, lo reconozco, empezar me cuesta. Sobre todo si ya es el segundo o tercer libro de las vacaciones. Los personajes del libro ya terminado se quedan hablando en mi cerebro en el siguiente y me rechinan las 30 ó 40 primeras páginas. Un caos.

El caso es que ayer me leí No somos tontas, de la editora Asun Lasaosa, una navarra (muy navarra) afincada en Madrid desde hace ya unos cuantos años. Lo primero que les diré es una mala noticia. Salvo que esté reeditado en e-book, el libro está descatalogado porque la editorial, Espejo de Tinta, hace años que cerró sus puertas. Una pena y lo digo de corazón porque durante un año y medio yo fui la directora de la misma. El tiempo pasa tan veloz que a veces hasta asusta.

Volviendo al tema que nos ocupa. El libro. A pesar de que este blog nació como un espacio para la maternidad, el tema del machismo lo he tratado aquí muchas veces porque creo, sinceramente, que se trasmite muy bien de madres a hijos y también, como es lógico, a hijas. Una lacra que seguimos padeciendo en el siglo XXI en países “civilizados” de Occidente. El libro, escrito en el 2006 y con total vigencia en 2015 y, me temo, en 2046, es una reflexión sobre el machismo que nos rodea y que, hasta a veces parece que nos hace gracia cuando, en realidad, gracia, lo que se dice gracia, no tiene ninguna. De hecho, en la base más primitiva del machismo están las siempre seguras muertes anuales de mujeres a manos de sus parejas.

Estoy muy de acuerdo con Lasaosa en casi todo lo que dice. En otras cosas que se refieren a opiniones políticas no tanto y es que es algo muy importante que debemos asumir: la lucha contra el machismo no debería tener opción política por mucho que algunas personas muy devotas del pensamiento único adjudiquen a declararte de derechas ser automáticamente machista, taurina y no sé qué conceptos más. Y no debería ser así, digo, porque en el otro lado de la cuerda están ELLOS.  Sí, con mayúscula para que lo leas bien, no porque sean más importantes. Y si hay algo que a ELLOS les une desde Betanzos a Kuala Lumpur es que en eso sí están prácticamente de acuerdo. ¿En qué, estarás pensando? Pues en sostener el patriarcado, el nido donde se gesta, nace y se reproduce el machismo. Unos lo querrán sostener por convencimiento propio y otros porque la parte reptiliana de su cerebro así se lo dice. 

Las madres, sí, las madres, tenemos la inmensa tarea de cambiar los roles. Y no es machismo pretender que sea la madre. Es la realidad ya que somos, en la inmensa mayoría de los casos, quienes pasamos más tiempo con nuestros hijos. He dicho mayoría, no todos. Y esa realidad a cambiar empieza por quitarse lo que la autora ha llamado en el libro la cofia congénita. Una manera muy visual de explicar por qué tú y no tu hermano, se levanta a recoger la mesa los domingos cuando vas a casa de tu madre a comer. O que explica por qué tu suegra te manda poner a ti la mesa en lugar de a su adorado hijo. ¡Hombre! ¿Cómo va a poner la mesa un tío con todos sus…? Eso es cosa de mujeres. Vale, puede que si no te apetezca discutir y puesto que nuestras madres y suegras están rozando los setenta, ya no haya mucho qué hacer salvo torcer el morro. Pero, ¿qué me dices del trabajo? Empezando por la vergonzosa brecha salarial y continuando con ese jefe que en medio de la reunión te envía a ti, mujer, a por cafés. Y ni se le pasa por la cabeza enviar a tu compañero que tiene tu mismo puesto (no tu mismo salario, recuerda) o incluso puesto inferior. Habrá quién piense que exagero. Pues no, no lo hago. ¿Qué tiene de malo servir café? En realidad el hecho en sí no tiene nada de malo. Si alguien viene a mi casa yo le sirvo el café encantada. Lo que de verdad es malo, pero muy malo, es pensar que las mujeres, por el mero hecho de no tener colita estamos destinadas a hacer ese tipo de tareas. Eso es lo verdaderamente indignante.

¿Qué tipo de sociedad es aquélla que tolera que hombres y mujeres tengan idénticas responsabilidades pero diferentes derechos? ¿Es natural que por el hecho de ser mujer estés condenada a cobrar menos haciendo el mismo trabajo? ¿A ser señalada porque disfrutes de tu sexualidad igual que ellos? ¿Qué tipo de sociedad tolera que una mujer tenga que someterse a un estrés trepidante porque debe escoger, rápidamente, en plena baja maternal entre su bebé o perder el ritmo de su carrera? ¿Qué tipo de sociedad condena a las mujeres que se atreven a pedir una jornada reducida (una ridícula hora diaria que devuelven con creces a su empleador) al limbo? ¿Qué tipo de sociedad tolera decenas de muertes anuales de mujeres a manos de sus novios o maridos porque “o eran suyas o no eran de nadie”? Pues, desgraciadamente la sociedad en la que vivimos. No estamos hablando de Riad. Estamos hablando de España.

La cofia congénita, pues, está en la parte límbica del cerebro y para que no nos salgan frases estúpidas tipo: ¡Mujer tenías que ser! o ¡Fíjate si será guarra que ya va por 3 novios desde que se separó! hay que trabajarlo. Por nosotras y por nuestras hijas, las que mañana educarán a nuestros nietos. Soy madre de dos, una de casi cinco  la otra de casi tres y ya veo, de soslayo, alguna actitud que no me gusta como que, por ejemplo el otro día Doña Tecla me dijo que los leones machos son los que mandan porque son los más fuertes y que, por eso, papá es el jefe de la casa. Vale, es cierto que el león macho tiene más fuerza física que la leona y, puestos a comparar, mi marido es más fuerte que yo…físicamente. Lo que no implica que a nivel emocional sea así y, por supuesto, que eso le convierta en el jefe de la casa. ¿Quién te ha dicho eso?, le pregunté alucinada.”B.P.”, me contestó (un niños de su clase) ” Pues no, reina, eso no es cierto, nadie manda más que nadie, mucho menos porque sea niño y tu niñas. Los dos sois iguales” Tiene tela el asunto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Una de las cosas más emotivas del libro desde mi parecer es la solidaridad con las mujeres que, vícitmas de una sociedad y una educación, por ende, machista, han repetido los patrones heredados. ¡Los dichosos patrones con los que hay que pelearse tanto! Comprender a nuestras abuelas sin juzgarlas forma parte del proceso de entender nuestra sociedad para cambiarla en aquello que falla. ¿Qué podemos hacer para que esto no siga como está? Pues podemos hacer mucho, la verdad. Muchísimo, de hecho. Cada una en su micro mundo y micro cosmos porque las cosas se cambian así, sin ningún tipo de dudas. No necesitamos una revolución más que la nuestra propia en nuestro ámbito. No ponerle el café a tu jefe salvo que hayas sido contratada para tal tarea. No consentir que te ninguneen o desprecien con palabras tipo: cielo, cariño, encanto, nena o esa absurda manera de llamar que algunos tíos tienen a las mujeres, así como perdonándoles la existencia. ¿Estamos locos o qué? Y no bajar nunca la guardia porque hemos conseguido, la verdad, grandes avances y no nos podemos permitir el lujo de retroceder. Ni un solo ápice.

 

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