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Blogs Madre no hay más que una por Gema Lendoiro

Nosotras… que lo quisimos todo

Gema Lendoiro el

Me llegó hace unos días una novela enviada por la editorial Planeta, Nosotras que lo quisimos todo. Escrita por Sonsoles Ónega. Me suelen enviar libros desde las editoriales a casa así que, en un principio no me extrañó aunque sí pensé para mí: Qué raro que me envíen una novela (normalmente me mandan libros de no ficción y referidos a temas de familia que es a lo que me dedico profesionalmente) El caso es que lo dejé en mi mesa de trabajo y no le hice mucho caso.

Sin embargo ayer fue una de esas tardes en las que, cosas del destino, sobre las seis tenía más o menos todo terminado. Las niñas en casa, jugando en el salón a mi lado y me dije: voy a ver de qué trata el libro este que me han enviado. Sólo con haberme leído la contraportada el día que recibí el libro hubiera despejado la x. La novela va de la tan cacareada e imposible conciliación. 

Reconozco que a veces me invade la pereza al sacar estos temas porque, a pesar de darle vueltas y más vueltas al asunto, sigo sin encontrar respuestas que me convenzan. Lo único que ya tengo claro es que trabajar fuera de casa y desempeñar una tarea profesional con altas responsabilidades, tener la casa más o menos decente y apañada y ser una madre más o menos aceptable, es imposible sin ayuda, sin delegar en alguien alguna de las tareas, no al 100% pero sí parte. No especifico qué ayuda porque cada familia sabe sus circunstancias. Hay personas que tienen la inmensa suerte de tener padres que ya no trabajan y todavía están en forma que se hacen cargo de los nietos hasta que llegan los padres a casa. Pero esto, ¿es justo para los abuelos? Están las familias que tiran de personas pagadas para cuidar a los hijos hasta que llegan los padres. Pero esto, ¿es justo para lo hijos? Y existen las familia que uno de los miembros, en la gran mayoría de los casos la mujer, o no trabaja o ha reducido su jornada laboral drásticamente para poder estar fuera de su trabajo a partir de las cuatro, cuatro y media que es cuando los escolares en España salen del colegio. Pero, ¿esto es justo para la persona, generalmente la mujer?

Entonces, ¿qué hacemos? ¿No tener hijos no es la solución aunque, como habla Eva Levy en esta entrevista, vivimos un invierno demográfico. Yo añadiría que una largo y gélido invierno demográfico donde tener hijos se ha convertido prácticamente en una heroicidad y donde las cosas, a pesar de que llevamos décadas incorporadas al mundo laboral, son tremendamente difíciles si tienes la osadía de trabajar y ser madre. Y a ver quién puede permitirse el lujo hoy día de vivir con un solo salario teniendo en cuenta lo ridículamente bajos que son. Porque no todas las circunstancias son iguales y no es lo mismo vivir en un pueblo con huerto y casa heredada o por la que pagas 200 euros que vivir en piso de 60 escasos metros cuadrados que no baja de los 700 euros al mes.

La novela de Sonsoles Ónega plantea la vida de una mujer alta ejecutiva en una multinacional que, llegado un punto, debe decidir si aceptar una oferta de su compañía e instalarse en Hong Kong con todo lo que eso conlleva, o desistir y quedarse en Madrid. Es cierto que no todas las mujeres son altas ejecutivas pero estas también existen y también tienen dudas, miedos y lloran cuando el avión despega y saben que se alejan a veces hasta una semana de su ciudad, de sus hijos, a veces hasta de su país. Los sentimientos y el amor a los hijos no entienden de estatus profesionales ni económicos ni sociales. Afortunadamente. Estoy recordando que estos días, en el chat que tengo en wasap con 4 madres del colegio de mis hijas, una de ellas nos contestaba desde Japón. ¿Japón? Coño, qué lejos, pensé. E inmediatamente mi estómago se solidarizó con ella (no se lo dije) pensando en que por muy alta ejecutiva que sea y por mucho que disfrute con su profesión, irremediablemente echará de menos a sus hijos. ¿Me hubiera pasado esa sensación si alguna de las madres del grupo hubiera dicho que el marido está en Japón? Seré sincera. No. ¿Acaso los padres no echan de menos a sus hijos? Sí, seguramente. Pero hemos interiorizado, al menos yo, que somos las madres las que nunca rompemos esos vínculos. Mucho menos mientras nuestros hijos son tan pequeños.

Sonsoles habla en su novela de varios tipos de mujer casada/emparejada con hijos:

(cito textualmente del libro)

MODELO A: La mujer que, inconscientemente, se ha casado, ha tenido hijos y quier continuar, al cien por cien de rendimiento, con su carrera profesional. Esa soy yo. (Ojo que aquí hay que explicarlo todo, esto no lo dice Gema Lendoiro, ni siquiera Sonsoles Ónega, si no la protagonista ficticia de la novela)

MODELO B: La mujer que, conscientemente, se ha casado, ha tenido hijos y se ha dado cuenta de que es imposible continuar, al cien por cien de rendimiento, con su carrera profesional. Esas son algunas de mis amigas. 

MODELO C: La mujer que se ha casado, ha tenido hijos y continúa, al cien por cien de rendimiento, con su carrera profesional y su vida personal, sin sentirse culpable por hacerlo. (Esa es la que yo quiero ser porque estoy segura de que este tipo de mujer jamás anularía una cita para depilarse) Nota aclaratoria: Lo de depilarse viene a cuento porque páginas atrás la mujer protagonista tiene un día donde todo se le acumula y para despejar la agenda anula su depilación.

Con mucho sentido del humor añade otro a continuación: La más inteligente. La que vio venir el percal y se casó bien o muy bien.

Entiendo que se refiere a casarse con un hombre con el suficiente patrimonio como para que no tengas que trabajar nunca más en tu vida y dispongas de una buena cuenta corriente, incluso si el matrimonio se va a pique. Esto se suele dejar bien atado en los contratos prematrimoniales que tanto se estilan en USA. Pero es que allí es más predominante la cultura protestante donde no está mal visto hablar de dinero y no corres el riesgo de parecer la típica interesada si planteas esto al día siguiente de que te pongan el anillo de pedida en la mano. Lo cierto es que debería ser lo normal. Si una mujer renuncia a su carrera profesional para dedicarse en cuerpo y alma a los hijos, el hogar y la familia, sería lo lógico que tuviese garantizados unos ingresos si el matrimonio va a pique. ¿Qué es, si no, el matrimonio más que un contrato? Porque… cuando nos enamoramos todo es bonito pero ¿cuántas mujeres pasan auténticas penurias tras un divorcio? “A puñaos

Además yo pondría otra mujer: La que nunca se ha planteado trabajar y siempre ha tenido clara su vocación: casarse, tener hijos y ser ama de casa. Desde mi punto de vista esta mujer es la que tiene menos conflictos internos. Por mucho que las mujeres “emancipadas” y “liberadas” tengamos la tentación de mirarlas como si se estuviesen perdiendo algo. Pues no, nada que ver. Saben perfectamente lo que hacen y, créanme, tienen menos dudas que usted y que yo. De eso que se libran.

La novela, muy alejada de la realidad de la inmensa mayoría de las mujeres de a pie, no deja de ser por ello sumamente interesante y pone, como siempre, el dedo en la llaga. Obviamente todo este debate no se produciría si no tuviésemos hijos pero este no es el caso. Los tenemos y los queremos atender. Lo mejor posible. Y todas sabemos que la mejor manera de hacerlo es estando con ellos. Y esa es, precisamente, la eterna batalla interna que tenemos las mujeres hoy día. Cuando pienso en la generación de mi madre (que siempre trabajó) no veo tanto conflicto interno. No sé si es porque ahora estamos más histéricas que antes, no sé si es que le damos demasiadas vueltas a todo (cuando todo debiera ser mucho más sencillo) o es que nuestras madres eran más inconscientes que nosotras. Me explico. En el libro pasa de soslayo, pero no evita, lo que muchas veces nos hemos planteado. ¿Qué factura emocional pasará a mis hijas que las lleve antes de los 3 años a la guardería? Ya no te digo antes. Recuerdo que mi madre me ha contado infinidad de veces que con 16 meses mi padre decidió (y ella estuvo de acuerdo con él) que donde mejor estaba era en la guardería en lugar de en casa de mi abuela paterna. Mi abuela siempre me contaba que aquella decisión la tuvo meses llorando. Ya hora entiendo el porqué. Ella, que se convirtió en abuela con 49 años (la misma que tenía Gloria Serra o Ana Rosa Quintana cuando fueron madres de sus respectivos mellizos) estaba perfectamente capacitada para cuidar de mí. Sin embargo mis padres, que por supuesto lo hicieron creyendo que hacían lo mejor, se equivocaron. Y esta frase la digo sin asomo de duda: un bebé de 16 meses está mejor con su abuela que en una guardería las horas en las que sus padres están trabajando.

Pero volviendo al hilo, creo que las que nacimos en los setenta y ochenta ahora nos hacemos demasiadas preguntas que no tienen respuestas y, como no nos conformamos con ello, tenemos grandes zozobras internas que no terminan nunca de dejarnos satisfechas. Muchas noches, cuando mis dos hijas están ya dormidas, me siento muy culpable de haber dejado pasar un día más en sus vidas (que jamás volverá) en el que podía hacer estado más tiempo con ellas. Y, a continuación, me siento doblemente culpable (e idiota) por sentirme así. Al fin y al cabo, en el 95% de las ocasiones que me ausento es porque estoy trabajando.

Y luego queda la otra parte, la vida matrimonial que sí, que afortunadamente deja la pasión de lado y ese señor tan simpático que tan loca te volvía se convierte, a Dios gracias, más en un compañero de vida que otra cosa. Esto da para otro post pero básicamente me quedo con que, afortunadamente el enamoramiento no es eterno porque, de lo contrario, no haces nada. Es muchísimo más reconfortante lo que viene después aunque lo primero también es necesario .

 

Conclusión. La primera, compren el libro y léanlo. Es entretenido y está muy bien escrito. la segunda, se va a quedar igual que antes, con las mismas interrogaciones y las mismas no respuestas. No tenemos la solución. O quizás esta pase por aceptar que no somos iguales (sí en derechos) Aceptar que la condición mamífera es la que mueve nuestras conductas, también las que duermen en nuestro subconsciente. Y aceptar esa diferencia como algo sagrado, bonito, grandioso. No como una carga. Y en esa maravillosa diferencia quizás (porque tampoco estoy segura) encontremos la paz que nos falta. 

Y es que nosotras, que lo quisimos todo, no damos a basto.

PD: Nota para la autora del libro. “Querida Sonsoles, todavía me acuerdo cómo y cuando te conocí. Fue en el verano del año 2000 en los cursos de verano de El Escorial. Tú hacías las prácticas para la COPE y yo para Radio Voz. ¡Cuánto ha llovido desde entonces! Ahora ya madres, trabajadoras y, encima en esta profesión tan bonita como ingrata (a veces) Me alegra saber de tus éxitos. Un abrazo.

 

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