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Blogs Madre no hay más que una por Gema Lendoiro

Con apego y sin apego yo hago siempre lo que quiero…

Gema Lendoiro el

Confieso que en algunas cosas me siento en tierra de nadie. Una de ellas en algunos aspectos de la maternidad. Me chirrían unas posturas pero las contrarias tampoco me aportan mucha serenidad. Más bien al contrario. Prefiero quedarme a medio camino entre una y la otra. Estoy días ha salido a la palestra la decisión de Sara Carbonero de irse a brasil sin su hijo que tiene cuatro meses y poco. Yo he ido a su blog y no  dice nada de si se lo lleva o no. Habla de lo que mete en la maleta pero del bebé no dice nada. Los medios aseguran que no se lo lleva y es de suponer que de algún lado lo habrán sacado. Tampoco me interesa indagar en ello porque no vengo aquí a hablar de Sara Carbonero sino de los debates surgidos a raíz de este tema.

No creo que sea una cuestión para no tener en cuenta que cada uno llega en la vida a sus propias conclusiones fruto de lo pensado pero también de lo vivido. Sólo 24 horas de nacer Doña Tecla estaba más preocupada de aspectos tan banales como las cortinas de su habitación que de lo que luego estaría de forma perenne en mi cabeza. El hecho de que todo se complicara cuando nació, que no pudiera tocarla ni un sólo minuto hasta cuatro días más tarde, que me tuviera que conformar con verla algunas horas al día a través del cristal, hizo una huella en mí de la que no he sido consciente hasta hace bien poco. A veces uno tiene que curar una herida para ser consciente de que la ha tenido. Es mi caso. Ahora me explico por qué nunca fui capaz de separarme de ella ni una sola hora hasta que tuvo más de un año. Y, sin embargo cuando Mofletes Prietos tenía 4 días de vida su padre, su hermana mayor y yo nos fuimos un domingo por la mañana sin ella a tomar el aperitivo. Fue un apego diferente. Con la mayor no hubo piel con piel y había la necesidad de resarcirse y me duró meses. Me angustiaba separarme de ella. Llegué a ocultarlo porque temí que me tacharan de loca. Ahora sé que no estaba loca, sólo quería llenar un hueco que se había quedado muy tocado. Tener a tu hija en una UCI con altas probabilidades de morirse cambian mucho la perspectiva de las cosas.

Obviamente, cuando llegamos un semana después a casa, lo que menos me importaron fueron las cortinas. Mi segunda maternidad fue con un piel con piel premeditado, sereno, tranquilo. Lo planeé a sabiendas de lo que me esperaba (era una cesárea programada) Prohibí la visita de nadie hasta que nosotros lo decidiéramos y eso me valió el primer enfrentamiento con mi suegra. También con mi madre. Pero no me importó. Yo sabía por qué hacía las cosas y sabía que las hacía bien. Quería que las primeras horas de Mofletes fueran tranquilas y en el calor de la habitación, sin ropita, sólo pañal y mucho pecho materno, el de la leche y el que sostiene la cabeza.

Supongo que por esos primeros momentos se sentaron las bases mejor y no hubo que enderezar tanto y no es que no tenga apego por la segunda, es que con la segunda no se me cortaba la respiración si me iba a algún lado sin ella. O quizás también influye que la segunda maternidad se vive de una manera diferente.

El caso es que, siendo mis maternidades tan diferentes, lo que sí me pasó en ambas es que siempre me he negado, a veces he cedido, a que las niñas duerman separadas de mí, en otra casa. Da igual si hay un plan de una noche en la que llegaremos a las 4 de la mañana y los abuelos se ofrezcan solícitos a quedarse con ellas. Me reconozco egoísta pero me gusta llegar y verlas con sus caritas aplastadas sobre la almohada. Y a pesar de que ya no tenemos 30 años y las resacas por trasnochar se llevan fatal, prefiero la interrupción de mi sueño a las 9 de la mañana para notar sus piernecitas entre las mías porque se me han colado en la cama que ese no sé qué en el estómago cuando te levantas en una casa y no las escuchas. Irremediablemente me viene a la mente el estribillo de la canción de Sabina, “una casa sin ti es una embajada, el pasillo de un tren de madrugada” .

Me gusta mucho seguir haciendo mi vida. En cierto modo, ahora que la pequeña ya tiene 19 meses, he recuperado muchas cosas como salir con amigas, sin pareja, irme un domingo a leer los periódicos al sol, también sola o ir al cine, también sola. Y el próximo fin de semana también me escaparé sola. Pero reconozco también que cuando hay una noche por el medio algo me pinza el estómago por estar lejos de ellas. Y lo pero es que me da la sensación de que eso será siempre así.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Con la polémica de Sara hay cosas que no entiendo. Brasil no es Afganistán. Vale, hay que poner vacunas pero seguramente si se fueran de placer se lo llevarían y se las pondrían sin miramientos. Ellos y cualquier padre. yo, desde luego, lo haría. No creo que porque tengas hijos tengas que dejar de viajar. De hecho, viajar con hijos, es una de las cosas más cansadas y gratificantes que hay. Cuando digo que no es Afganistán hago hincapié en ello porque no es un país donde el bebé no va a poder tomar agua embotellada o irse a un hospital si algo le pasa. Lo que sí tiene Brasil es que está muy lejos de España. Y un mes sin ver a tu bebé pasa factura. En la madre y el en el bebé. Podemos poner miles de frases que nos tranquilicen tipo: el bebé estará “super bien atendido”, es un trajín muy grande el vuelo, bla, bla, bla, bla…lo que usted quiera, señora, pero está con la madre. Y eso, qué quieren que les diga, eso es mano de santo, en el bebé de una periodista modelo de Madrid y en el bebé de una mujer de una tribu de Senegal. Somos mamíferos y dependemos, especialmente los humanos, de nuestra madre básicamente al menos hasta los dos años (incluso si ha habido destete previamente) El problema es negarlo. Y no solamente negarlo, hacerle ver a la madre que se siente en estrés al separarse de su hijo, como una ridícula que no se sabe adaptar a los tiempos nuevos de mujer y madre trabajadora. Ya que vamos a sufrir, al menos que sepamos por qué nos pasa y cómo hacerlo más llevadero.

(Como doctores tiene la Iglesia, lean esto de una experta en el tema, ginecóloga y madre de cuatro niñas)

¿Yo me llevaría a mi hijo a Brasil en su lugar? Sin dudarlo. Con los ojos cerrados. ¿Por qué? Primero porque económicamente se lo puede permitir. Incluso llevarse a alguien de la familia como una de las abuelas. ¿Ella no se lo quiere llevar? En su derecho está. ¿Lo va a pasar mal? Apuesto porque no. Mal, no, fatal y peor que fatal. Son muchos días y los hijos, especialmente cuando son bebés, enganchan mucho.  Es algo que viene de serie en el cerebro de las mujeres. Y digo mujeres de manera muy consciente. Porque el niño tiene un papá pero a quién de verdad necesita en esta etapa temprana de su vida es a mamá. Las reclamaciones, a la naturaleza, que esto no me lo he inventado yo que viene de serie.

Y ahora vamos con el otro extremo. Circulaba ayer por las redes esta foto:

Pues así tampoco, oiga. Así tampoco. Conciliar tampoco significa llevar a tu hijo al trabajo. Habrá mujeres que puedan pero la inmensa mayoría, no. Esto es una petición absolutamente ridícula. Y no solamente ridícula, es que puede provocar el efecto contrario, es decir, hacerle sentir a la madre que vuelve a currar doblemente culpable. Para hacer eso es mucho más honesto pedir una excedencia. ¿Qué pasa si eres cirujana?, ¿te lo llevas al quirófano? ¿Y si eres juez? ¿te lo llevas a los juzgados? ¿O si trabajas de cajera en Día? Lo acunas con el pie mientras cobras? Trabajo es trabajo y me juego el cuello a que muchas mujeres no desearían en absoluto llevarse a su bebé a la oficina.  Cosa diferente es que tengas la suerte de que tu empresa tenga una guardería en el edificio. Eso es otro cantar. Y eso es el sueño de millones de mujeres en el mundo. Pero llevarse a un bebé de 5 meses a un campo de fútbol de esa guisa, como pretende el fotomontaje me parece ridículo, irreal, absurdo. Quién tiene hijos sabe de sobra que no se pasan el día entero durmiendo, mucho menos con 5 meses. Y no entienden de horarios. Estamos a punto de penalti y Martín se pone a llorar, conectamos con Sara en directo para todo el mundo y Sara dice: “Un momento que Martín se ha hecho caca”. No, no lo veo. Quién haya hecho esto sabe que es imposible. ¡Sara!, ¿ha sido penalty? ¡Ay espera que le estoy sacando un gas!” Como coña marinera puede pasar. Pero ya. Imposible retransmitir un partido con el niño ahí, salvo que se durmiera la hora y media (que ya se imaginarán el ruido que debe de tener un estdio. De lo contrario, ni haría bien el trabajo ni cuidaría bien de sus bebé.

Por eso digo que me siento en tierra de nadie porque ni entiendo a quienes defienden alegremente que no pasa nada, porque sí pasa. Ni tampoco comprendo a quienes llevan la maternidad allá donde haya vida así sea un campo de fútbol en pleno Mundial y en Brasil. Creo que todo sería mucho más sencillo si Sara se lo llevase a Brasil y al terminar de currar, estuvieran los dos pegaditos y acurrucados.

¿Aguantará todo el mundial sin el retoño? Por cierto, ¿se dan cuenta que somos mega optimistas dando por hecho que llegaremos a la final? Hace 5 años este debate no hubiera tenido lugar porque sabíamos de antemano que en octavos volvíamos a casa. Sara incluida.

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