¿Cuántos temas de conversación conocen ustedes que saben, de antemano, que como salgan a relucir en una comida/cena/encuentro acaban por saltar chispas? A mí me salen, así sin pensar demasiado, unos cuantos. Entre los clásicos, aquellos que tiene que ver con la política, que si eres rojo o facha, lo que se relaciona con el aborto, el conflicto árabe-israelí o si eres del Madrid o del Barça. Pero señores y señoras, existe un tema mucho más peliaguado y que trae mucho más jaleo y enjundia que todos los de arriba juntos. Y ese es: la maternidad. Así es, como lo leen. Si se pensaban ustedes que eso era un punto de encuentro entre las mujeres por aquello de que cuando son madres tienen una experiencia única e irrepetible qué contar y con la que sentirse identificada…permítanme que les diga que no, ya verán ustedes que no. Que nada que ver.
Cuando aterricé en la blogosfera estaba embarazada de 8 tiernas semanas de doña Tecla y ahora le faltan menos de tres meses para los tres años así que en este tiempo he visto de todo. Cuando llegué, por cierto, no sabía entre poco y casi nada. Sabía algo, porque había editado años atrás el libro Un regalo para toda la vida de Carlos González y que éste había generado, al igual que Bésame mucho, un grupo potente de opinión en que figuraban mujeres que se posicionaban fuertemente hacia un estilo de vida que ellas llamaban primorosamente: crianza con apego; y, por otro lado había otras que no llegaban a entender muy bien esto. Estos ojos vieron luchas descarnadas luchas al puro estilo numantino y confieso haber padecido ansiedad viendo cómo algunas se tiraban de los pelos virtualmente.
El caso es que con algunas tendencias de crianza, especialmente con las que generan más polémica, yo estoy muy de acuerdo. Es más, lees las cosas que dicen y en general (porque a veces no lo comparto) son muy lógicas y llenas de sentido común. Salvando las distancias, muchas mujeres son a estas tendencias, lo que algunos curas al Evangelio. Es decir, la base es irreprochable, es admirable, pero la interpretación de la misma, así como su defensa, son nefastas porque, igual que en muchas religiones, se cometen fanatismos. Y eso, señores, a mí me da mucho miedo.
Cuento esto porque hace poco en mi página de facebok he tenido que bloquear a una persona (y denunciarla) por insultos tipo: paranoica, vete a un psicólogo, deshumanizada y otras lindezas que no deseo repetir por aquí. ¿Por qué? Porque no está de acuerdo conmigo en mis opiniones. Punto. No le hace falta más.
Esto es una gota en un océano. He conocido mujeres madres que son deliciosas en ambas formas de pensamiento. Y al revés, las he conocido realmente malas. Finalmente he llegado a la conclusión, única y creo que verdadera, de que quién se manifiesta en foros insultando a quién no opina como ella es, sencillamente, maleducada. Independientemente del tipo de crianza o estilo de vida que tenga. No tiene qué ver con estilos de vida más o menos naturales. Esta persona, como muchas, tiene claro que practica una crianza respetuosa, lo que no tiene tan claro es el respeto a los demás.
Quiero decir finalmente con todo esto que a veces me pongo a observar desde la barrera y me da la sensación de que en algunas cosas hemos perdido muchísimo el norte. Estoy casi convencida de que en el 99% de los casos una persona a la cara no te diría las mismas cosas que hace amparada por el anonimato y la seguridad de hablar sin que te miren a los ojos. No entiendo qué revolución hormonal puede pasar por una mujer que acaba de parir y se ponga a decir barbaridades. Algo se me escapa y juro por los dioses que no sé qué es.
Particularmente no me posiciono en el lado de ningún tipo de crianza porque no me gustan las etiquetas. Me gusta coger a mis hijas en brazos cuando lloran y confieso que si por mí fuera dormiría con ellas hasta que fuesen a la universidad. También he disfrutado dando el pecho, a raudales, pero entiendo que a veces hay que dejarlo porque no se puede o no se quiere y no se ha de demonizar a esa madre como si fuese una maltratadora. Me encantaría ser una madre dulce que nunca levanta la voz pero más bien no lo consigo aunque estoy en ello. La comida para mí nunca ha sido un problema porque soy de las que lleva a rajatabla la máxima: ningún niño se muere de hambre habiendo comida. No me agobio ni me preocupo aunque, eso sí, les hago amorosa y primorosamente las papillas de verduras para que no tomen potitos. Soy despistada, no atiendo a lo que me dicen en la puerta de la guardería, me he reído de que doña Tecla haya sacado cate en no atender, no he ido corriendo a asesorarme (ni siquiera por internet) en qué consisten los centros de atención temprana. Con todos mis respetos, no me los creo, me parecen una chorrada. ¿Puede que me equivoque? Es posible. Veo que mi hija atiende a lo que le da la gana, ni más ni menos como hacemos los adultos y no nos han diagnosticado ni mucho menos medicado.
Me considero en general una madre muy normalita, con unas hijas muy normalitas, que no destacan especialmente en nada salvo en que a nosotros nos parecen las más ricas y simpáticas pero eso es lo normal en todas las madres. Me gusta recuperar mi identidad como mujer y con la segunda la he recuperado antes, mucho antes que con la primera. Siento remordimientos cuando me alejo de ellas, especialmente si no es por trabajo, pero también entiendo que no todo en mi vida es maternidad y que el resto de mis vidas han de estar también plenas para no trasladar resentimientos. No quiero ser una mujer que sólo habla de sus hijas, de maternidad. Lo más importante son ellas pero no tengo que trasladar eso a todo el mundo porque para el resto del mundo mis hijas son algo bastante secundario.
Y, sobre todo, me da mucha pereza que siempre, siempre, siempre, se martirice a la gente con las mismas insinuaciones de que no van por el camino correcto de ser buenas madres.
Y esta es mi opinión. Ni es palabra de Dios ni dogma de fe. Si estás de acuerdo, fantástico. Si no lo estás, también. Pero sin insultos
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