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Blogs Madre no hay más que una por Gema Lendoiro

Yo por mi hija, ¡ma-to! (¡amos hombre!)

Gema Lendoiro el

De todas las virtudes que me adornan no está precisamente incluida la coherencia. Ya digo siempre que donde dije digo…Y es que uno tiene derecho a  cambiar de opinión. O no. Pero si lo hace ha de asumir las consecuencias. Y yo vengo dispuesta a todo. Resulta que ayer me descubrí como una madre al estilo yo por mi hija maaaa-to. Les cuento. Nos fuimos (pleno puente y sin familia en la ciudad ni amigos a los que molestar) a comer al típico sitio donde los niños juegan a demanda. Jardines amplios, juguetes a mansalva, ¡hasta había dos cuidadores en el comedor para que los padres pudieran comer sin muchas interrupciones! Fuera había de todo pero sobre todo muchos niños. Y esto puede ser muy bueno o muy malo según la óptica con la que se mire.

Doña Tecla, que es muy suya, no necesite de nadie que le toque las palmas. Ella con un pelota de balón o unas pequeñas piedrecillas que ir empujando por el suelo ya va más que arreglada. Es en serio. Nuestro presupuesto en juguetes se limita a veinte animales del chino a euro cada uno, otros veinte coches del idem a idéntico precio y a los juguetes que cayeron en Navidad que, por expreso deseo de los progenitores, no fueron muchos. Después, cuentos y un puzzle al que le falta veinte piezas. En total, una miseria comparado con lo que los niños de su edad tienen. Pero hemos decidido que mejor poco que mucho porque, además de que no nos cabe en la casa, es mejor que se busquen las castañas. Y si se aburre, mucho mejor, estimulará su inteligencia. Aburrirse es de tontos, dice siempre el padre de las criaturas. Y tiene razón.

Total que después de comer nos pasamos a la terraza del jardín a tomarnos el café. Y ahí ya sabíamos nosotros que empezaría el conflicto porque rondaban dos niñas, macarras como pocas, de 6 y 8 años que ya le habían hecho el feo a doña Tecla de ignorarla pese a los requerimientos de ésta. Vale, no pasa nada. Es la ley de la selva. ¡Ya me dirán ustedes a cuento de qué dos niñas tan mayores van a querer jugar con una tan pequeña! Hasta ahí llegan mis entendederas. Contemplamos la escena marido et moi sin ánimo de intervenir hasta que la cosa empezó a pintar machacona tipo Bronk. La mema de los 8 años, ni corta ni perezosa y sin mayor provocación que doña Tecla la mirase con carita de: ¿puedo jugar con vosotras?, decidió empujarla. Hice el ademán de levantarme y marido me paró: Espera, a ver qué hace. Y no hizo nada. Se quedó quieta (intuyo que haciendo puchero porque estaba de espalda) Pero no les debió de parecer bastante que la otra imitó a la primera y volvió a empujarla, esta vez sí, provocando que se cayera. ¡Hasta aquí hemos llegado! Ahora no me para ni San Pedro. Firme como una generala, corrí hacia la escena del crimen y brazos en jarras le dije: “Pschhht, oye, ¿qué haces? ¿por qué la empujas? ¿Sabes que yo soy su amdre? ¡Como la vuelvas a empujar te enteras!

Sí, sí, es verdad. A lo mejor podía haber sido más pedagógica pero, ¿qué quieren qué les diga? Me perturban las injusticias y si son con mi sangre, más.

Ni qué decir tiene que las abusonas no volvieron a rodear el perímetro de mi macarra y la madre de las mismas ni se enteró. Estaba muy ocupada degustando un juantonic.

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