Son muchos los hoteles que se están poniendo las pilas en lo gastronómico, conscientes de que tener buenos restaurantes es un valor añadido para sus huéspedes, e incluso un reclamo para atraer a esos viajeros, cada vez más numerosos, que se mueven pensando primero en dónde pueden comer bien. Uno de esos hoteles es el ANATARA VILLA PADIERNA, en Benahavís, uno de los más lujosos y tranquilos de la Costa del Sol. Hace cuatro años abrió allí un 99 Sushi Bar, referencia siempre de la mejor cocina japonesa, y por fin su restaurante estrella, La Veranda, ha recuperado una línea de cocina clásica tras unas etapas de indefinición a cargo de cocineros mediáticos que no supieron dar con la tecla.
Con ellos, La Loggia y el By The Sea Beach Club, junto a un “pop up” veraniego dedicado a la cocina libanesa, conforman la potente oferta gastronómica de este hotel. Menos el temporal libanés, que responde al nombre de Ola Beirut, he podido probar los cuatro restaurantes. Con muy buenas sensaciones en tres de ellos y la decepción del situado en la playa. Por cierto, en el bar del hotel hacen muy bien los negronis. Añadan también unos desayunos sobresalientes.
99 SUSHI BAR
La oferta de cocina japonesa en Marbella y alrededores ha crecido en cantidad y, sobre todo, en calidad en los últimos tiempos. Y uno de los responsables de ese salto adelante en este 99 Sushi Bar que abrió sus puertas en el hotel hace ahora cuatro años. Como bien saben, el grupo Bambú es uno de los referentes en España (y fuera de nuestras fronteras) de esa cocina japonesa de alto nivel. Las claves, producto de calidad, cuidada elaboración, un punto razonable de creatividad, profesional servicio de sala y una bodega perfectamente seleccionada. Y ese es el modelo que reproducen en el Villa Padierna, con una propuesta que calca la del resto del grupo. Bien ejecutada, eso sí. Lo único que se le puede reprochar a este es la ausencia de guiños a la materia prima local.
No falta la crujiente tempura de langostino tigre, convertida en el plato emblemático de los 99 Sushi Bar y que volvimos a probar como remate de una buena cena. Antes, clásicos que no importa repetir una y otra vez porque raramente decepcionan: usuzukuri de lubina con mojo rojo; tartar de toro kimuchi con caviar y ponzu; sashimi de lomo de atún, chutoro y toro; o gyozas de jabalí con queso de Arzúa y castañas (ricas, pero demasiado otoñales para el verano). En el capítulo de niguiris falló un arroz que no estaba a la altura del gran producto que lo acompañaba: quisquillas, hamachi y rodaballo con aceite de cilantro. Con ellos otro clásico, el gunkan de toro crujiente.
LA LOGGIA
Un restaurante de cocina italiana por la noche y mediterráneo, con una oferta sobre todo vegetal, al mediodía. Muy recomendable esta segunda opción porque además permite disfrutar de muy bonitas vistas desde su terraza. Llama la atención el expositor de verduras del día que se encuentra justo en el acceso a esa terraza y en el que los clientes pueden elegir, si quieren, lo que van a comer. Me gustó especialmente el original aperitivo: un tomate de Coín, presentado entero sobre una tabla y junto a un gran cuchillo. Listo para cortarlo al gusto y añadirle buen aceite y sal. Comida ligera que incluyó zoque malagueño (una especie de gazpacho con naranja) con caballa, surtido de verduras a la plancha, bonito (perfecto de punto) y una torrija con helado de postre. Todo más que correcto.
BY THE SEA BEACH CLUB
Aunque el hotel está algo alejado del mar dispone de este estupendo beach club al que los huéspedes pueden llegar con un servicio de minibús. Cuenta con su propio restaurante, que fue la única decepción durante mi estancia. Una ensalada de atún bastante insípida y un desastroso espeto de sardinas, que llegaron deshechas a la mesa. Se salvó una correcta fritura de cazón.
LA VERANDA
Tras bastante tiempo de indefinición para encontrar su espacio, tiempo que incluyó asesorías de Berasategui o Roncero, ha sido un cocinero menos mediático, Santiago Altuna, quien ha dado con la tecla para este restaurante. Simplemente recuperar una atractiva línea de cocina clásica que encaja muy bien con el estilo del hotel y con el espacio que tiene asignado dentro del mismo, sobre todo en verano con esa magnífica terraza en el jardín interior, rodeando los estanques, un lugar perfecto para las cenas.
Altuna regresa a los primeros tiempos del restaurante y propone algunos de sus platos más simbólicos aportando algún que otro toque personal. Los que mejor funcionan son los más clásicos. Por ejemplo un buen foie gras micuit caramelizado con pistachos, que lleva al lado un esférico de tokai y unas innecesarias fresas; la ortodoxa vichissoise, o el steak tartar de vaca retinta a cuya carne da un ligero ahumado y acompaña con patatas suflé. En el apartado de entradas de la carta veo otros clásicos como la ensalada de bogavante o la crema fría de melón. Al hilo de las modas, también algunos platos veganos, uno de los cuales incluye ese quiero y no puedo que han dado en llamar “queso” vegano.
En los pescados, lubina, merluza, rodaballo o salmonetes en preparaciones sofisticadas. Pruebo los carabineros XL de Huelva. Buen ejemplar y muy buen punto. El cuerpo pelado, y sobre la cabeza una espuma de huevo frito que no le va mal. Al lado un espárrago blanco envuelto en panceta y pasta filo. Las carnes no se salen de la línea: chateaubriand, paletilla de cordero lechal asada, lomo de vaca o magret de pato. Con distintos acompañamientos. Y otra concesión al mundo vegetariano, un “solomillo vegano”. No quiero ni preguntar lo que lleva. Al final opto por la presa ibérica asada, un plato que no acaba de convencerme. La carne cortada demasiado gruesa resulta algo dura. No ayuda demasiado un bizcocho de pistacho que no aporta nada. Por el contrario, el puré de patata es excelente, como lo es la salsa de trufa y parmesano.
Sí me gusta el original postre: un tomate en almíbar con helado de fresa. Muy rico. Una bodega muy bien surtida y un equipo de sala muy profesional contribuyen a que la cena en La Veranda, pese a esas irregularidades reseñadas, se disfrute mucho. Aquí sí se puede hablar con propiedad de cenas románticas a la luz de las velas. Eso sí, abstenerse instagramer porque la luz es más bien escasa.
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