Salvador Sostres el 28 nov, 2019 Hoy he recuperado a un amigo. Decir “recuperado” es quizá un poco exagerado, porque en realidad nunca lo había perdido, pero teníamos una luz, una fulgor, un ímpetu, un ser partidarios siempre y de todo que un día se esfumó y este mediodía ha regresado del mismo modo misterioso en que hace unos meses lo vi desvanecerse y una parte de mí se extinguió con él. Y así, viudo de mí mismo, he acudido a la 1 al almuerzo, sin expectativas, pero entre la galantina y la perdiz, entre el diciembre que a lo lejos ya llega, caluroso y lento, y mi júbilo inesperado, he visto emerger de nuevo a su genio pletórico e infinito como una vez lo conocí y fui tan feliz. Dependo poco de los demás. Dependo de mi mujer y de mi hija, y procuro administrar con cuidado lo que con ellas me ocurre porque no siempre puedo controlarlo y cuando se me estropea me siento perdido y no sé qué hacer. También dependo de algunos amigos, de los más fuertes, de los que pueden incendiar París como cualquier cosa y dejarlo todo temblando a su paso, de los que poseen el genio violento que levanta estadios y la vida cambia de signo en su presencia. Ayer te volví a ver y recuperé París en la Bella Aurora, ellos vestían de gris y tú de azul, el poder obsceno de la amistad, el talento liberado de ataduras, el gusto de vivir como recién fugado de un campo de exterminio, la vida puesta en pie para recibir a los soldados que regresan victoriosos a casa. No hay tantos hombres que merezcan la pena, que puedan en una conversación dibujar un mundo e invitarte en aquel mismo instante a vivirlo. No hay tantas odas que estén justificadas, ni tantas tardes por las que sea dulce resbalar sin saber dónde llevan pero seguro de que van a llevarte a un lugar mucho mejor del que estabas. Lo primero que pensé cuando entraste en mi vida es que hacía muchos años que no competía con alguien que pudiera llegar a ser mejor que yo. Lo primero que quise fue callar y escucharte, y dejarme llevar, y no hace falta que te jure que es algo que yo nunca hago, y la verdad es que no sé por qué, o sí que lo sé, pero es otro artículo. Luego está el tiempo, el tiempo que vivimos y que a veces nos une en secuencias de imposible superación y otras nos aleja porque aunque buscamos lo mismo es distinto el mar de esmeraldas en que nos sumergimos. No es que no lo entienda, no es que no lo acepte, no es que no crea que pude ser yo el que se apagó, y por cobardía te culpé a ti, pero más que el amor y los cuerpos, y más que el deseo, más que una casa o el dinero, lo que mayor nostalgia produce es perder la idea, el pulso de la vida en la vena, las hipérboles, los incendios, lo que hace que se eleve el gran telón del mundo y veamos de repente a Dios leyendo el libro de nuestra vida. Podría vivir sin nada si nunca perdiera este ímpetu. Llegué viudo a Nairod, para llevar flores a mi propio entierro. “Y una lágrima de Lilí Marlén flotando en el café”, pero la tarde se ha cerrado sobre lo mejor que algún día fuimos y hemos podido renacer desde aquel recuerdo. De entre todas nuestras tardes no sabría elegir una. Las ciudades se amontonan y se confunden las unas con las otras entre excesos y carcajadas y ese sabor inconfundible a nosotros mismos. Si todos los entierros fueran como el de este mediodía, sería un huelguista San Pedro. Si todo el vivir fuera como el nuestro, Dios podría dedicarse a leer tranquilo nuestro libro tras los telones y sólo tendría que poner los acentos -es todo lo que le pediríamos. Otros temas Comentarios Salvador Sostres el 28 nov, 2019