Salvador Sostres el 08 jul, 2018 Mi terapeuta dice que nuestra base animal es adicta a la hormona del estrés, que nos pone en tensión para afilar nuestro instinto de supervivencia. Y que lo único que nos diferencia de las bestias es pensar, y que lo único que compensa el estrés es la oxitocina, que segregamos, o sobre todo segregamos, cuando somos capaces de crear en nuestras vidas espacios de coherencia. “Espacios de coherencia” significa que haya alguna relación entre lo que sentimos y lo que hacemos, lo que por lo visto es muy fácil de entender y bastante complicado de llevar a cabo. Mi amigo Pablo Muñoz lo resume con una frase más hermosa y lapidaria: la ignorancia es no saber lo que nos hace felices. Tengo que confesar que he pasado el año que llevo separado de mi mujer mucho más sujeto a mi base animal que a lo que se supone que me tendría que diferenciar como persona. Estoy agotado. Físicamente agotado. Moralmente agotado. Voy escaso de luz. Por suerte en ningún momento he dejado de escribir bien, pero creo que si hubiera seguido unos meses más de este modo lo habría conseguido. Me alegro sólo en parte de haber parado a tiempo, mayormente por ustedes; pero también me quedo con las ganas de saber qué se siente escribiendo mal. Es un sentimiento tan mayoritario que ni que sólo fuera por unos días me habría gustado conocerlo. Lo peor ha sido la dispersión. El amor en vano, tantas palabras gastadas para propósitos que estaban ya muertos antes de nacer, caricias verdaderas sobre inútiles lienzos. Lo peor ha sido la dispersión, la falta de control, volver a comer y a beber en demasía, el regreso a la noche, las aplicaciones para conocer gente, las mujeres adúlteras tratando de revestir su engaño con metáforas de hojalata, las divorciadas náufragas dispuestas a aferrarse al primer hombre que las escuchara, la vulgaridad de este tiempo que empieza ya a no ser el mío. Y mi propia vulgaridad, que he comprobado que puede llegar a ser más honda de lo que me gustaría tener que admitir. Estoy exhausto. He vivido un año sin límites, sin frenos, como si los días fueran mundos independientes el uno del otro y cada día empezara y terminara todo. He hecho promesas falsas y yo he sido el primero que me las he creído. He visto la verdad pasar de largo y no le he dado importancia. Me he dejado llevar por la pulsión de cada momento y estoy contento de tener todavía pulsiones, y de que sean tan bestias, porque significa que algo original pervive en mí, pero no tengo ya edad para vivir a su merced. He asistido con estupor a la crueldad con que algunas chicas destrozan las vidas de aquellos a los que dicen amar, y si no hay más cadáveres en el suelo es porque algunos están muertos y no lo saben, no porque no estén muertos, ni porque no hayan sido asesinados. Sólo me ha salvado mi única compañera de viaje, que es mi hija y tiene seis años. Ella ha sido la única continuidad de mis días, el único contorno que no he roto, el único hilo conductor, mi único tope con la vida y con la muerte. En ella he confiado, y en mi amor de padre total, y mi amor y su amor me han salvado de estar hoy en cualquier otro lugar, mucho más desagradable. Ella ha sido siempre mi última pregunta y lo que he creído que no podría explicarle no lo he hecho; y lo que no que querido tener que decirle, por suerte e incluso por mucha surte, lo he dejado pasar. A veces con dolor, a veces con nostalgia. Algunos me han dicho: si se lo explicas, ella lo entenderá. Otros me han dicho que igualmente cuando crezca se irá de casa y que yo me quedaré con mi vida a medias. Mi terapeuta me ha dicho que soy un cobarde. Yo no he dicho nada, o prácticamente nada. Sólo quiero repetir esto: mi hija me ha salvado. Poner a mi hija como absoluta prioridad de mi vida es y será hasta el día que me muera mi única forma de vivir y de amar la vida. No espero nada a cambio, ni mucho menos que no se vaya de casa, aunque no tengo prisa, ni creo que la tenga nunca. No sé si soy un cobarde. Bueno, creo que en muchas cosas sí lo soy bastante. Pero también sé que mi valentía es ser padre y que mi hija sea el centro y el espejo de todo lo que hago, porque es así como me siento bien, tranquilo, coherente como dice mi terapeuta, o feliz como dice mi Pablo Muñoz, a quien quiero tanto. Mi mujer me dijo hace un año que me dejaba porque yo no la necesitaba para ser feliz. Nunca he pensado que no la necesitara para ser feliz, pero creo que tuvo razón en algo: y es que tras diez años de matrimonio me había olvidado de lo mucho que la necesitaba para ser yo y para estar bien. Ella también olvidó algunas cosas, y no lo digo para excusarme, y por supuesto tomó una decisión equivocada y que a mí hija podría haberle hecho mucho daño si yo no le hubiera contado un cuento en lugar de la cruda y dura realidad. Pero si lo que pretendía es distanciarse para que viera que yo sin ella me pierdo, eso lo ha conseguido. También he visto algunas otras cosas, que igual no le resultan tan halagüeñas, pero habrá tiempo y amor para decantarlas sin que nos hagan demasiado daño. Yo creo que también ella se ha dado cuenta que romper unna familia it is not what we do, y que tenemos más amor, más humor, más deber y destino en común que por separado. Ésta es finalmente mi oxitocina. Tras un año de buscarla en los más remotos parajes, resulta que la tenía en casa. He visto el mundo derrumbarse y lobos que descuartizaban sin compasión cualquier hermosura que se les cruzara. He visto hombres que han roto su familia, que han dejado a su mujer y a sus hijos para irse con una jovenzuela que no ha tardado ni dos años en convertirle en el mayor cornudo de Europa, y mientras ellos pagan el precio imposible del divorcio, su “nuevo proyecto vital”, de cuatro patas, le pide más y más a cualquier otro idiota que también cree que se ha enamorado. He visto todas las formas del horror y todas se resumen en la falta de piedad. “La lengua me la dieron griega y la casa pobre, en las arenas de Homero”. Yo nunca me habría separado, pero agradezco el aprendizaje de este año. Si estás casado y algún día piensas en marcharte, no te marches. Te lo digo por mí. Te lo digo por mi mujer. Te lo digo por todos los hombres que han roto su familia para que otra les rompiera a ellos. Te lo digo por las lastimosas náufragas. Oxitocina. El gran dolor del mundo acecha por todas partes y tu pequeña familia es la mejor fortaleza para salvarte. 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