El líder del mundo libre ha dicho que la matanza de París es un crimen contra la Humanidad. Y es así. Lo que exactamente pretendían los terroristas era dispara contra todos nosotros, y matarnos. Tal como Hamas quiere mucho más el exterminio de Israel que la creación del Estado palestino, el islamismo y muy particularmente Estado Islámico no es un mensaje de vida y de esperanza, sino de muerte y crueldad.
Es hora de reivindicar la superioridad cristiana, y católica, porque es hora de reconocerse y de afirmarnos en todo aquello por lo que quieren asesinarnos. Es legítimo y comprensible que estemos asustados, pero no podemos tener miedo. Es cuando cedemos, cuando nos tambaleamos, cuando creemos que no es nuestra guerra si no nos han matado a nosotros; es cuando nos escondemos, cuando miramos hacia otra parte y buscamos por cobardía las causas del crimen en nuestro mundo libre en lugar de plantar cara a los criminales, es entonces cuando el mal sabe dónde encontrarnos y nos encuentra débiles, indefensos, temblando, y puede con tanta facilidad aniquilarnos. Tenemos que defendernos, sí. Pero tenemos sobre todo que proyectarnos en nuestra defensa, porque para nosotros ganar no es un resultado sino que prevalezca nuestro modo de vida libre, pacífico y ordenado.
¿Quién dirá esta mañana que no es Charlie Hebdo? ¿Quién podrá decir que no es un restaurante o un concierto de rock? La civilización está siendo atacada por la barbarie y podemos ganar este desafío -como tantos otros hemos ganado antes- si nos mantenemos fuertes y unidos, abandonamos el relativismo, y somos capaces de mirarnos al espejo con sinceridad y humildad, pero también con la valentía y el amor de asumir que la libertad es un deber, que nuestro mundo libre nos reclama en todas sus fronteras y que nuestra dejadez y nuestro cinismo es la principal munición de nuestros enemigos.
La matanza de ayer en París es lo que el islamismo piensa de la libertad y de la vida, del progreso y de la prosperidad, del esfuerzo que hemos hecho para llegar hasta aquí. Es hora de alzarnos y de defendernos, y de volver a ser la luz que alumbra al mundo.
“No tengáis miedo”. La heredidad de Juan Pablo II no puede ser una Humanidad atemorizada.
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