En lo que esta chica te hace sufrir recuerdo hasta qué punto te quiero y soy tu amigo. En este dolor, en esta impotencia, en esta tristeza que te apaga estoy contigo y sé cómo se sufre y sé cómo se sale y si te duele yo me quedo tu dolor y te sirvo la ginebra y los otros elixires que hoy los jóvenes ponéis en los cócteles.
Yo siempre te he querido aunque a veces eres tan cretino que se me quitan las ganas de hablar contigo. Entonces no nos vemos pero en la distancia te miro y te sigo y acudo si te muerde algún drama porque verte sufrir y apartarme no es lo que yo hago; y enseguida se me pasa el enfado y bebemos, reímos y te ofrezco mi ayuda si es que puede servirte de algo, y me mancho contigo y me duele contigo hasta que se cura. Tenemos ginebras, tenemos conciertos y los mejores restaurantes para disimular el vacío inmenso. “Es que tu crees que el lujo puede ser sustituto del amor”, me dicen algunos de los que dicen que no me leen. Por supuesto; y de la muerte.
Nos protegemos del enamoramiento como nos protegemos de la muerte porque es la misma devastación, la misma inminencia. Nos defendemos de las chicas que nos hacen sufrir como de los juicios sumarísimos, porque nada en nuestra defensa puede ser dicho. Y muy probablemente perderemos siempre, y cuando digamos “yo nunca más me vuelvo a enamorar” volveremos a caer y nos volverán a arrasar, cada vez con menos piedad, y cada vez tendremos menos fuerza para volvernos a levantar. Pero aquí estaremos llorando y riendo y llevándonos el mundo por delante, y voy a ser la mayor frustración de tu vida si crees que algún día voy a abandonarte.
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