Salvador Sostres el 29 feb, 2016 Sólo le han dado un Óscar a Leo de Caprio cuando le han matado al hijo y ha eloquecido, en una película horrible, y con un director que tendría que haber sido detenido, y no premiado, por los lugares donde ha llevado a su equipo a rodar. Pero hombre, ¿usted qué se ha creído? Los Óscar son la fiesta de la corrección política y de la hipocresía. Por eso han premiado una película que, oh casualidad, va sobre lo mala que es la Iglesia. El mundo va tan mal porque el main stream de nuestro tiempo es negar a Dios y prestigiar la tara. Los guapos, los inteligentes, los que cumplen su palabra, los que no abandonan a sus familias y los que más o menos son felices, ésos son culpables, ladrones y fascistas. Ésos son el cubo de la basura, y no sólo no merecen ninguna distinción sino que cualquier ocasión es buena para despreciarles. Vivimos de espaldas a la gran sonrisa de Dios y así es imposible que fructifique nada. Un mundo que cree que la tristeza es más conmovedora, y más profunda, que la alegría, es un mundo extraviado y podrido de falsos ídolos. Un mundo donde el fracaso tiene más prestigio que el éxito es un mundo que no sabe dónde va, y que se asoma al abismo. Los Óscar quieren gente triste, y fomentan un imaginario donde el enfermo y el tarado no son objeto de compasión sino puestos como modelo a seguir. Hasta tal extremo ha llegado su desesperación y su relativismo. La otra gran fiesta de todo lo que ha salido mal, moralmente hermanada con los Óscar, es La Marató de TV3, ese insólito happy park de la calamidad cuyo verdadero objetivo no es ninguna recaudación solidaria ni curar a nadie sino que el catalanismo pueda regocijarse en la desgracia, que es su estética, y su identidad. El catalanismo, como los Óscar, se siente cómodo con la tara, y por eso sus referentes intelectuales son Pilar Rahola o Carme Forcadell. Alguien podría pensar que celebramos la derrota del 11 de septiembre para conjurar el destino con nuestras propias manos. Pero es falso, la celebramos porque nos gusta perder y sentirnos moralmente superiores a los que nos ganan, y por eso la mitad del barcelonismo odia a Cruyff, porque tuvo la osadía de enseñarnos a ganar. De Reagan a Obama hay cientos de estatuillas concedidas a las más insondables tragedias, y que han desanimado a la sociedad más libre del mundo, y hoy los americanos se siente avergonzados de ser ellos mismos, y por todo creen que han de ser perdonados. No haberle dado ningún Óscar a Tom Cruise por sus magníficas Misiones Imposibles es de país que quiere perder; lo mismo que regodearse en el drama en lugar de hacer programas sobre ricos y personas a las que le va bien, y felicitarlas, y abrazarlas, e invitarlas a un aperitivo, es de país que lleva la esclavitud en su ADN mucho más allá de sus circunstancias. Cuando la mala es la Iglesia, el diablo danza. Y todo lo demás es caer. Otros temas Comentarios Salvador Sostres el 29 feb, 2016