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Blogs French 75 por Salvador Sostres

Lo que no se estremece

Salvador Sostres el

Coleridge distingue, en literatura, entre la fantasía y la imaginación. Según él, la fantasía está basada en la memoria y la imaginación en tratar de conocer. A Carlos Barral le parecía una distinción filológicamente peligrosa. A Eliot también. Jaime Gil de Biedma opinaba que sin embargo esta teoría se aplica perfectamente al erotismo. Un chico joven, haciendo el amor, tiene mucha imaginación. Un hombre adulto tiene exclusivamente fantasía porque su propósito no es ya descubrir sino operar con lo que aprendió. No intenta conocer amorosamente, que es lo que la imaginación intenta.

Recibo una llamada que no esperaba y todo vuelve a ser como cuando nos conocimos, hace algunos años. No hay grandes palabras pero lo que se secó vuelve a fluir, la rapidez, el humor, la confianza. Un cable conectado con algo más allá. Así se escriben las canciones. Un verso que abre un camino sin necesidad de recorrerlo. La sombra de algo que no has dicho y que todo el mundo entiende. Un sentimiento que todavía no has nombrado pero que ya se ha abierto paso. A mi edad hay mucho aún que desconozco pero sé cómo terminan todas las historias de amor.

La fantasía, como cualquier forma de regreso, te recuerda sólo lo hermoso y el alma, afortunadamente, tiene una capacidad limitada para almacenar sufrimiento, y la mayor parte de lo que ha guardado son buenos recuerdos. Es dulce no pensar, aunque sea sólo durante unas horas, y dejarse llevar por el perfume del instante. Es de mi edad de vencido dejar que vuelva el recuerdo -sin idea, sin inteligencia- del tacto que prendía los cuerpos y la sensación de sentirse inmortal. Cualquier historia de amor, cuando en el sexo fuimos realmente buenos, está condenada a un triste final. Cualquier sexo, cuando nos explicó y explicó el mundo, está condenado al círculo concéntrico. Nada puede desmentir el trágico final de lo que se gasta. El único destino del hartazgo y del aburrimiento. Pero aunque pasen los años, y el dolor, el cuerpo recuerda. Una llamada que no esperas. Una conversación en la que no dices nada pero cada palabra vuelve a resbalar por la piel sensible y otra vez sedienta.

Luego está la inteligencia, lo que has aprendido. Luego está la historia escrita en tu cerebro, las frases que sabes muy bien lo que significan, y dónde llevan, y a qué precio. Luego recuerdas por qué no escribes canciones. Luego está la parte de exageración y de farsa, lo que proyectaste y sólo existe en ti, las guirnaldas que inventaste para sentir más y mejor, y que cuando llegó el final olvidaste mandar a los operarios que las retiraran y fueron parte de tu angustia. Lo que vuelve, siempre vuelve peor. Lo que retomas siempre es un error. Son ciertos los reflejos, y cierto que hubo un esplendor, pero siempre es más cierto el dolor que te espera. Pero aunque tengas como Ulisses que atarte al palo, no renuncies a unas horas de dejarte ser, brillante otra vez con tus manos sobre el piano. La fuerza que solíamos tener, lo que aún era conocimiento y no sabíamos cómo terminaba. La inteligencia es mi herramienta pero el mundo es mucho más deprimente cuando entiendes su mecano y ves cómo caen las gotas todas al mismo pozo y con el mismo eco. La vida como thriller es mucho más entretenida que como comedia o drama. Si sólo vives en ti, el nihilismo te acecha y dejas de merecer la pena. Yo me salvé siendo el padre de Maria, escribiendo artículos para golpear los portalones de lo oscuro y contestando aún llamadas sin ponerme a pensar hasta que cuelgo y me siento a escribir este artículo.

Pero como ante la muerte de mi padre, me pregunto si es razonable mi sentimiento, si la vida tiene algún sentido sin el premio del deseo. Me pregunto si conocer el final de tragedia, justifica tomar la decisión inteligente. ¿Es cobardía o es inteligencia? No me importa ser un cobarde, porque tantos años de serlo me han permitido aceptar el que tal vez sea mi más profundo defecto. No me siento mal considerándome a mí mismo un cobarde, ni me parece vergonzoso que los demás lo piensen. Me define tanto ser un cobarde, me explica tan bien, y me pone de un modo tan preciso ante mis miedos, que he preferido aceptarlo, vivir con naturalidad en el insulto que merezco y pactar conmigo el desprecio. La realidad comporta siempre una parte de desprecio y yo he preferido pactar con el mío porque corregirlo confieso que no puedo y negarlo sería patético. Lo que me abrumaría sería darme cuenta, cuando ya sea tarde, de que lo que yo creía que era inteligencia era otro fraude, sólo una excusa para evitar la vida. Una pedantería para disimular la falta de talento, de control, la incompetencia para poder darle a mi parte más sensible -si es que aún la conservo- un espacio en la idea.

He recibido una llamada que no esperaba. Me he permitido dos horas de conversación emocionante, sin que ninguna inteligencia la contuviera, y luego para recuperar el control he tenido que citar a Coleridge, a Eliot y a Jaime Gil de Biedma. Triple ración de hielo, por si escapaba algún sentimiento. Y por si mi deseo le quedaba algún prestigio, lo he reducido a fantasía, despojándolo de cualquier conocimiento. Sé que estoy en lo cierto. Sé que las cosas son tal como yo te las explico y que si no las entiendes es porque no eres inteligente. Sé que quererse no es suficiente pero no estoy seguro de que ni siquiera alcance a ser digno lo que no se estremece.

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