Es tan humillante lo que Cataluña se ha dejado hacer con el aplazamiento electoral, tanto en las elecciones al Parlament como en las del Barça, que hasta resulta más grave la falta de reacción de la ciudadanía que el propio ataque a la democracia. Podemos salir a pasear, a comprar y a almorzar; y podremos hacerlo hoy y el 21 de enero, y el 14 de febrero, pero nos han prohibido votar. Por supuesto hay una carga política que tiene que ver con que los que ostentan el poder temen perderlo. Pero lo que sobre todo hay es la degradación de fondo, la apatía mortecina, el desierto moral de pueblo arrasado que se ha vuelto insensible a cualquier atropello. Ante semejante acto de cinismo, de cobardía y de populismo barato, propio de república chavista, los catalanes han respondido con el seguidismo de la vaca en la fila del matadero. Tanto orgullo y tan poca dignidad. Ésta es la democracia del independentismo. Cuando crees que puedes poner urnas contra la Ley también te atreves a negarlas con cualquier pretexto, y la turba idiotizada asiste a la cacicada como un espantapájaros.
Somos el fin de trayecto de la arrogancia aldeana de una mitad de los catalanes; y de la cobardía subalterna y funcionaria de la otra mitad. Si la primera mitad ha querido arrasar a la segunda, la segunda ha sido un triste felpudo, vieja pista de elefantes tendida sobre el macadán. Las dos Cataluñas mezcladas en su indecencia, en su atrofia, en su dejadez, en la miseria moral de los que pierden tanto que ni se enteran. Somos el escarnio de la democracia, la vergüenza la libertad. El alma desvanecida. El cuerpo como un peso muerto, sin rebote.
La humillación es tan severa que cualquier desprecio palidece ante la atrocidad de los hechos. Las personas y los colectivos al final de su agonía, lo peor no es que oscurezcan sino que se vuelven opacos. La vulgaridad sin épica del mal cuando ya no le queda ningún obstáculo, y tú eres un mono que miras y no ves aunque lo tengas justo delante, y todavía te pavoneas como dándote importancia.
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