Cuando mi abuela mandaba mi madre le hacía unas críticas terribles, que no guardaban proporción con lo bien que iba el negocio ni con lo acolchadamente que nos permitía vivir. Lo que más le reprochaba es que se dejara robar por su empleado de confianza.
Es verdad que aquel señor, a quien tanto quise, administraba el B a su manera -ah, cuando aún teníamos- y a veces exigía a algunos proveedores producto para su familia. En cualquier caso a mi abuela no se les escapaba nada y si dejaba hacer era porque los números le cuadraban.
Con el tiempo mi madre tomó las riendas, despidió al histórico empleado y suspendimos pagos. Mi abuela la cesó y como venganza mi madre le robó la colección de diamantes que había sido la ilusión de su vida desde que con mi abuelo hicieron las Américas y trabajó para un joyero judío en Venezuela del que tanto aprendió para fundar Semon.
En mi familia, la “lucha contra la corrupción” dio como resultado que el negocio ya no sea nuestro y una caja fuerte saqueada. También España vivió peligrosamente cuando por unas propinas en B estuvo a punto de caer en la suspensión de pagos populista. ¿Qué clase de negocio habríamos hecho? En la Dirección General de Tráfico, por no más que minucias, nos quedamos sin María Seguí, la persona más competente para su cargo: aquellos días, hasta la derecha mediática hizo el ridículo publicando sandeces acusatorias en lugar de defender el talento y los intereses del Estado. Lo más probable es que Francia no vea a Fillon de presidente por un par de contratos sin la menor importancia comparados con lo mucho que el exprimer ministro podría aportar a Francia y a Europa. Os merecéis a Le Pen, cretinos.
Cuando mandan los puristas el día termina con recuento de cadáveres y tras el foco sobre la corrupción sólo hay alguien que no sabe qué decir. Se agota la esperanza si el talento no es la medida. La competición de los mejores es el centro del mundo y todo lo demás es carraca del atraso y excusas del servicio.
Otros temas