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Blogs French 75 por Salvador Sostres

El precio

Salvador Sostres el

Un lector atento a lo que verdaderamente importa me manda un paquete y cuando lo abro son unas maravillosas Sheldrake de Oliver Peoples, negras, de las que muchas veces he escrito que son las gafas más bonitas del mundo, pero que no me decidía a comprarlas por no estar seguro de que precisamente a mí me quedaran bien. “Usted cree que no le favorecen pero yo creo que sí”, dice la escueta nota. El humor es nuestro y la generosidad también y hay algo mejor que un columnista de derechas: y es un lector todavía más de derechas. Concisión y finura y un toque de calidad -virtud huidiza de las cosas- para que se sepa de qué estamos hablando.

Siempre he sido obsequioso con mis artistas porque creo que la gratitud hay que mostrarla. Yo era más de mandar caviar, cuando solíamos tener. Y ya entonces, aunque de ningún modo nos habíamos vuelto tan tontos con lo de la corrupción, se decía que esto era “comprar”. He visto como los que más sospechan de la ternura son los que nunca sintieron su caricia. Lo mismo sucede con el éxito y con el dinero. No hay compradores, hay vendidos. Pagar hay que pagar siempre y somos Reyes Magos de lo que adoramos. ¿Fueron unos corruptos? ¿Trataron sus majestades de comprar el favor de un Dios? La corrupción está en el junco cuando se doblega y no en el viento.

Todos compramos y todos nos vendemos. Vivir es transaccionar y los que creen que no tienen precio son los que acaban marcándolo más bajo. Claro que tenemos precio. Siempre tenemos un precio. Lo que nos define no es quién nos compra sino qué vendemos y cómo y a quién. ¿Las gafas de mi lector son un regalo o un precio? ¿Mi “independencia” -esa palabra tan cursi y tan ridícula: desconfía siempre de quien la use- depende de unas gafas o de lo que yo haga a cambio, si es que hago algo? La prostitución está en uno mismo: no busques sombras en la rotonda ni excusas en el mercado. Busca más bien tu salvación como todos la buscamos pensando lo que haces y lo que no. Y sé generoso, tus regalos deberían de llegar.

Mi hermoso nuevo regalo, ¿tendría que devolverlo si fuera diputado o ministro? Cuando todavía fumaba, estuve a punto de mandarle una caja de Behike 54 al presidente Rajoy con el primer aumento de salario después de la crisis, en agradecimiento por habernos sacado de ella. ¿Habría sido un soborno? ¿Cuánto tiempo hubiera tenido que esperar para pedirle una entrevista para que no pareciera que una cosa iba por la otra? ¿Puedo ser un ciudadano agradecido y generoso y mantener mi opinión sobre cada cosa? ¿Es la ingratitud una forma de independencia? ¿O es que no se puede decir la verdad sin estar triste o enfadado?

Mi atento lector no me ha pedido nada a cambio de su obsequio tan extraordinario. Pero si mañana me lo pidiera, la corrupción no estaría en sus gafas, ni en él, ni en nada más que en mi precio, fuera yo consciente, o no lo fuera, de tenerlo. No hay atajos: hay espejos y si no te gusta lo que ves no es culpa del cristal. Hacerse la estrecha para disimular es más inmoral que cualquier cosa que hagas. Hagamos lo que tengamos que hacer pero por la puerta grande y asumiéndolo. No busques excusas: busca más bien conocerte para entender qué haces y por qué. Tus muñecas boca arriba y hacia el sol. Conoce tu precio y enamórate de él y que sea tu salvoconducto mucho más que tu secreto.

Casi siempre he sido generoso y casi siempre me han tratado con generosidad. Bienaventurados los lectores que cuidan de sus columnistas. Y tiene razón el mío: ahora que he logrado adelgazar, por fin las Sheldrake y yo somos una unidad de destino en lo universal.

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