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Blogs French 75 por Salvador Sostres

El estornudo

Salvador Sostres el

Cuando el sol me da en la nariz me hace estornudar. No sé muy bien por qué ni me interesa. El caso es que sucede. He aprendido a estornudar a mi manera, un poco estruendosa, pero que evita la expulsión de fluidos sobre todo por la nariz.

Bajando del colegio de mi hija, camino del bar donde siempre paro a tomar dos Vichy y dos cafés, me vino uno de estos estornudos y pasó una chica por mi lado que al oír el ruido me miró como haciéndose la extrañada. Desolador parecido, vacilante expresión bovina. Pero vi su mueca de disgusto y me afectó a pesar de que no la conocía de nada y que mi sentencia sobre ella era sumaria. Cuando inmediatamente me vino el segundo estornudo, bajo las mismas circunstancias, renuncié a mi técnica y procuré no hacer ruido, con el penoso resultado de que me quedara con mis mocos en la mano. No llevaba pañuelo de ninguna clase, de modo que tuve que esperar a llegar al bar y rezar para no encontrarme antes a nadie.

Mis mocos y yo por una vaca. Piensa en la cantidad de veces que dejaste de hacer lo que te convenía por el qué dirán y no es razonable. Sobre todo porque quien lo dice suele ser una vaca.

Lo más importante que tenemos que decidir es nuestro público. Los aplausos que nos van a impresionar y los reproches que vamos a escuchar. Siempre hay algún espontáneo que dice algo interesante, pero esperemos a que lo diga antes de quedarnos con los mocos en la mano. Nuestro acto reflejo no puede ser el de ceder, sino el de la insistencia. Miradas desaprobación siempre hay, como fulanas, y tal como hemos aprendido a distinguir entre el amor de nuestra vida del “a ti te encontré en la calle”, tenemos que aprender a no dejarnos impresionar por el primer idiota que pasa.

Hay que saber que nos miran y que estamos siendo permanentemente juzgados. Tenemos que venir juzgarnos de casa, saber qué queremos de nosotros y asumir que no lo va a entender casi nadie. Hay que aguantar la posición. Si cedes a la extrañeza, a la reprobación o al linchamiento, no te quieren más ni gustas a más gente; y si dejan de mirarte no es porque por fin aprueben lo que haces sino porque te cubre tal lodo de mocos que ni pueden verte.

La mayor parte de la gente no tiene ninguna personalidad ni ninguna posibilidad de tenerla y sólo se afirma en el escarnio de lo distinto, de lo que sobresale. Sólo así puede calmar la frustración, el resentimiento. No lo critico, de hecho lo entiendo. Precisamente por ello es importante no sucumbir, porque yo veo sus vidas, y veo la mía y no hay duda de lo que nos pasa es lo que hacemos.

La dinámica de la turba, y esto has de saberlo, no es la de intentar mejorar o hacer algo diferente. Ni siquiera la de tener más aunque sea robándote. Ellos sólo necesitan, para calmarse, que tú seas menos. Su metadona es que te rindas. Su motivo de celebración es tu fracaso. Por herramientas que les des, ellos nunca aspiran a nada. Sólo les interesas tú resbalando por el sumidero.

Ser rarito no es un problema. El problema es no ser nada, que nada te defina, que nada te consigne, que nada en ti resulte extraño. El problema es la turba, que no quiere su luz sino apagar la tuya. Rarito es una palabra que entiendo que pueda disgustarte. A mí me gusta bastante, sobre todo por lo de Tim Burton. Puedes buscar otra si esta te resulta incómoda, pero recuerda siempre que hoy lo de ser raro se ha puesto muy barato, que el carril central es abrumador y que hay una gran ola de mocos que te persigue en el trabajo, en la calle, en la cama y que espera tu más mínima duda o tambaleo para aplastarte.

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