Pablo Casado no va a dimitir ni dejará caer a su secretario general. Esta fiebre que siempre de vez en cuando le sube a la derecha madrileña tuvo el recorrido que tuvo en el Congreso de Valencia de 2007, cuando Esperanza Aguirre intentó disputarle el liderazgo a Mariano Rajoy; y esta semana le volverá a bajar cuando por fin entre en contacto con la realidad. Por supuesto es legítimo que cada cual exprese su opinión sobre lo que tendría que hacer este o aquel político, pero otra cosa bien distinta es no tener en cuenta el mecanismo de las cosas para establecer un pronóstico razonable sobre lo que va a suceder.
Me sorprende que personas adultas y analistas serios se dejen llevar tanto por la emoción del carisma y concedan tan poca importancia al peso de la maquinaria. Manifestaciones de tres o cuatro mil personas impresionan poco a un catalán acostumbrado a ver a más de un millón pidiendo la independencia. Lo callejero no tiene por qué ser lo legítimo, ni lo democrático; ni siquiera tiene necesariamente que ser, por apabullante que pueda resultar, lo mayoritario.
En un país civilizado, las decisiones no se toman a gritos, ni en la calle, ni en las ruedas de prensa ni en las redes sociales, porque de ser así, Cataluña sería ya un Estado independiente, el presidente Rajoy habría pedido el rescate en 2012 y Pablo Iglesias sería el presidente del Gobierno. Y hasta siempre, comandante.
El PP tiene sus cauces perfectamente establecidos y democráticos para tomar sus decisiones. Y aunque en este mundo loco todo puede cambiar de la noche a la mañana, el partido está mayoritariamente con su presidente. Hoy será por lo tanto un día de grandes decepciones, porque el jolgorio de ayer dejó poco espacio a la lectura racional de los hechos y de su alcance. Yo también soy eufórico y me gusta dejarme llevar por la pasión que algunas personas y escenarios me provocan. Muchas veces me comporto, lo admito, como un nuevo rico con lo que de repente irrumpe en mi vida y me fascina. Pocos periodistas han entrevistado tantas veces como yo a Isabel Díaz Ayuso y a su entorno, y le han escrito artículos tan abiertamente fervientes. Si pudiera votarla como presidenta de Cataluña, la votaría con las dos manos. Pero sería engañar a los lectores decirles que pienso que vaya a ganar esta guerra. Es más, pienso que va a perderla, aunque a tantos tomadores del cielo por asalto les cueste ahora dar alguna credibilidad a mis palabras.
Por supuesto Casado y sus colaboradores saldrán también magullados. Pero los liderazgos de un partido serio, y el PP lo es, se dirimen en los congresos nacionales, que los convoca el presidente y no la calle, y cuando toque, supongo que durante el mes de julio, nadie va a presentarse contra Pablo. ¿Quién lo hará? Ayuso sabe que no tiene los apoyos. No digo que no los merezca, simplemente digo que no los tiene. ¿El cobardón de Feijóo? Mañueco apoya a Casado. Moreno Bonilla no está para inventos y el PP andaluz no es ni remotamente suyo. Para hallar las respuestas correctas hay que hacerse las preguntas adecuadas. El principio de realidad era muy difícil de explicar en la Cataluña inflamada de finales de 2017, o cuando se dio a conocer la sentencia del Tribunal Supremo por el juicio del “procés” y las calles de Barcelona empezaron a arder. Pero al final se impuso aunque todavía hoy, muchos independentistas y muchos de ellos amigos míos, no sepan entender por qué.
La España de lo carismático nos ha dado muchas tardes de gloria, y ha sido muy divertido contarlo, pero Cataluña está en decadencia autonómica, Pablo Iglesias de tertuliano, Ciudadanos pidiendo caridad y los que desde la derechita cool se las dieron de tan listos insultando al presidente Rajoy tienen ahora exactamente lo que merecen con Pedro Sánchez y su banda.
Pablo Casado capeará el temporal. Y ganará las próximas elecciones si Pedro Sánchez acaba de hundirse y es él quien las pierde, como tiene que pasar siempre en España para que la derecha eche a la izquierda de La Moncloa.
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