Manuela Carmena ha tenido la ocurrencia de ir a Bolivia y ha vuelto, como no podía ser de otra manera, con vómitos y diarreras. Está ingresada en el hospital Ramón y Cajal. Afortunadamente los médicos no temen por su vida y le deseo la más pronta y total recuperación.
¿Pero qué hace la alcaldesa de Madrid yendo a Bolivia? ¿Saben qué hace? El ridículo. La alcaldesa de Madrid tiene que ir a Londres y a París, a Berlín o a Nueva York. Estos son los modelos y ésta tendría que ser su ocupación.
Si hasta mi doméstica, que es de allí, y está acostumbrada a los rigores de su submundo, tuvo un ataque de estos el mes pasado, cuando fue unas semanas de vacaciones, ¿qué suerte esperaba tener Carmena, a su ya avanzada edad, y tan habituada a sus costumbres de derechas, por muy comunista que quiera parecer?
Hay que dejar de hacer turismo solidario. Hay que dejar de asistir a cumbres tercermundistas que no llevan a ninguna parte. Tenemos que desterrar de nuestro imaginario, y de nuestra demagogia, el folclore del subdesarrollo.
Si viajar en general está sobrevalorado, hacerlo con rumbo a lugares donde las condiciones de vida sin mucho peores que las nuestras, es una intolerable forma de suicidio. Tenemos Roma, tenemos Barcelona. Tenemos Venecia, tenemos Sevilla. Tenemos Chicago, Los Ángeles y Solsona por Corpus.
Vómitos y diarreras, secuestros, fenómenos naturales truculentos y desgraciados, levantamientos y un amplísimo catálogo de la más variada delincuencia, constituyen el clamoroso setlist de las afueras de La Civilización. Es una suerte si todo lo que tienes que lamentar volviendo de Bolivia son unos desórdenes intestinales.
Hay una geografía del desprecio por la vida, además de lo mucho que tantas veces cuesta pagar el médico o el rescate.
Se empieza organizando un Belén sin Dios y se acaba en Bolivia vomitando. Seguro que la Biblia lo advierte en alguna página. Los de la nueva política, qué viejos son.
Otros temas