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Blogs French 75 por Salvador Sostres

Brummel

Salvador Sostres el

He visto la colonia Brummel en un supermercado. Me la regalaron mis amigos del instituto la noche de despedida porque me iba a estudiar el COU a Dublín. Hoy el COU es el segundo de Bachillerato. Mis amigos eran muy importantes para mí y sobre ellos tenía construido mi mundo. Por oposición al descalabro de mi familia, por oposición a mi angustia y a mi guerra total contra el mundo. He visto esta colonia y he recordado lo solo que con ellos me sentí, y cómo en realidad a cada uno les había asignado un papel que tenía que ver más con mi afecto que con el suyo. Una colonia Brummel.

No culpo a esos chicos. Yo me los inventé, los retorcí, los amasé. Los puse en mi vida porque tenía que rellenar las casillas de mis ideas y eran lo que había. No funcionaron, y aunque todo lo forcé y con algunos casi resulta, al final siempre Brummel.

No digo que no me quisieran, la verdad es que no lo sé. Yo les quise mucho pero tampoco sé si exactamente a ellos o a lo que necesitaba que representaran y que nunca alcanzaban. Si realmente me quisieron yo nunca lo noté porque fue en su medida, y no en la mía, que ha sido siempre la única que me ha importado, la única que me ha servido para entender el mundo y para relacionarme con él. No lo digo por dármelas de nada, al contrario: más bien para explicar la soledad y que no lo pasé bien.

Me sentí muy solo hasta pasados muchos años y pasados también muchos amigos insuficientes como pies pequeños que no rellenaban el zapato. Ni los amigos de la infancia ni las aventuras de adolescente significan nada para mí. Nada de lo espontáneo. Sólo lo que ocurría en mi cerebro me importaba y cómo realizar lo que en mi mente imaginaba. Siempre he sido esto. Tuvieron que pasar muchos años para que aprendiera a afinar la búsqueda. Conocí a mis ídolos a mis artistas a mis empresarios. Ahora casi nunca me equivoco y que no pueda cubrir el cráter no significa que no lo tenga bien dimensionado. Sin admiración no puedo respetar y sin respeto no puedo querer.

No culpo a los chicos de la Brummel pero me da pena recordar que nunca fui capaz de relacionarme con nadie sin depender de mi agujero y que todos los años de mi soledad fueron los que tardé en entenderlo.

Hay algo que me reprocho -es un modo de decirlo, porque de nada sirve este reproche- y es el tiempo que perdí tratando de fijar lo que ya se veía que no encajaba. Las veces que hice de tripas foie para no sentirme tan al margen de todo. Negar la evidencia no sólo no me salvó de sentirme solo sino que además me sentí abandonado. Y de regalo de despedida, una colonia de supermercado.

Incluso cuando de algún modo todo esto ya lo había aprendido -aunque sin haberlo aún teorizado- volvía de vez en cuando a abrir una colonia Brummel por ver si la fragancia era especial y podía contener alguna metáfora a pesar del supermercado. Alguna metáfora que salvara a mis amigos, que me salvara a mí y a mis años tan perdidos. Me costó tanto vivir solo como aceptar que había sido derrotado. No es tan fácil ni tan corto ni tan limpio hacer las paces con lo que te ha destrozado. Y todavía cuesta más aceptar que aquello fue lo que pasó y que no hay nada que pueda rescatarlo.

Habría sido mejor aceptar el fracaso de no tener nada ni a nadie que tratar de conformarme con lo que igualmente no me servía. Habría afinado el instinto de búsqueda mucho antes. Habría estado igual de solo pero por lo menos habría sido propietario de mi soledad, autor de ella, y no una víctima como lo fui aunque no me quejara. Preferiría que los sentimientos tuvieran alguna importancia previa en mi vida, preferiría un poco de pulsión automática. Preferiría no depender siempre de las agotadoras, frustrantes, agobiantes cajitas. Me gustaría no tener opinión sobre mis afectos, o por lo menos sobre algunos de ellos, y que no todos se tuvieran que justificar por una explicación o por una idea, y que bastara solamente el amor fluyendo. Lo he intentado, pero queriéndome alzar, nada he logrado.

Mis amigos son todos recientes. Más o menos recientes y guardan todos alguna proporción con mi agujero. Todos dependen de mi ansia. Para algunos yo dependo también de la suya. Hay amor, hay afabilidad y hay ternura. No es algo cerebral y rígido, pero cuando los miro y tiro de su hilo, cada cual el suyo, hay siempre un razonamiento inicial, un criterio, una ansiedad proyectada contra el vacío de la que luego nace el afecto. Nunca es al revés. Siempre la deformación va primero, y aunque nunca más me he vuelto a sentir tan solo como cuando me construí sobre unos amigos que en realidad no existían, muchas veces tengo aún la intuición, el espanto de aquel vacío, y veo a aquellos chicos reflejados en el frasco de Brummel en el supermercado e intento pensar si mi felicidad de hoy es real o he estado soñando.

Ha pasado el tiempo, he aguantado el tirón y mi mundo gira por donde yo digo. Las cajitas están llenas, las ideas resueltas, siempre algo me sorprende, y siempre me acompaña la angustia de que lo que hoy es tan fuerte podría quizá romperse. Los que hemos caído por el vacío entre el mundo y el yo nunca más dejaremos de vivir con este terror. Físicamente con él, espectralmente su compañía. Si a veces desaparecemos no es por mala educación sino porque muchos fantasmas han vuelto del pasado y se quedan unos días de visita.

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