Salvador Sostres el 23 dic, 2016 Ada Colau quiere acabar con los delfines del zoo de Barcelona, y no porque le importen los delfines, sino porque le importamos nosotros. Nosotros que somos la derecha, naturalmente. A la derecha los delfines siempre nos han gustado. Por lo que tienen de inteligentes, por lo que tienen de bellos, y por lo que tiene de jerárquico disfrutar con los espectáculos con animales. Hay un orden. Un orden que cuando no se respeta emerge el monstruo: París sin ir más lejos quiere acabar con su plaga de ratas y miles de parisinos se oponen al considerarlo un “genocidio”. Con lo que los franceses, y muy especialmente los parisinos, les hicieron a los judíos, no me extraña en absoluto que crean que a eliminar una plaga de ratas se le pueda llamar genocidio. El énfasis que pone Ada Colau en acabar con los delfines es de la misma especie. Ada Colau detesta que nos divirtamos, que seamos felices, que los delfines de toda la vida nos entretengan como han entretenido a los niños de derechas todas las generaciones. Porque la derecha siempre ha ido a los delfines, tal como la izquierda siempre ha ido al camping. Esto es lo que mueve y motiva a la alcaldesa de Barcelona. De ninguna manera los delfines en general, ni concretamente la vida de los cuatro delfines que tiene el zoo de mi ciudad, le interesan lo más mínimo, y lo prueban los posibles destinos a los que estos magníficos animales se enfrentan cuando les expulse del Zoo por su terrible resentimiento: o bien la hipocresía de mandarlos a otros zoos, en los que vivirán igual o peor que en Barcelona; o bien condenarles a grotescas soluciones ecologistas que todos los expertos coinciden en señalar que comportarán su muerte a corto plazo. Es populismo y fanatismo negar la superioridad humana en la relación con los animales, y quienes lo hacen no sólo no protegen en absoluto la vida de las bestias, sino que suelen perjudicarla, como es el caso de la demencia antitaurina, que no sólo no mira por la vida del toro, sino que le da lo mismo si se extingue el toro de lidia; que es lo mismo, o parecido, que sucede con mis amigos los delfines del zoo de Barcelona. A Ada Colau no le molestan los espectáculos con delfines, sino las personas a los que nos gustan los espectáculos con delfines; tal como a los antitaurinos no les mueve ningún interés generoso por el toro sino el odio contra los amantes de la Fiesta. El animalismo es una coartada del odio. Hitler fue el primero en legislar sobre los derechos de los animales, y los parisinos que vendieron a miles de judíos a los nazis creen hoy que es genocidio acabar con una plaga de ratas. Todo cuadra. Estoy convencido de que a estos defensores de las ratas, lo primero que se les ocurrió decir tras lo del Bataclán es que no podemos caer en la islamofobia. Ratas en el corazón, ratas. Espectáculos con delfines y sus sensacionales saltos habrá siempre e iremos a verlos donde haga falta. Lo de Ada Colau lo acabaremos convirtiendo también en espectáculo, y pronto vendrá gente de todo el mundo a ver cómo salta. Otros temas Comentarios Salvador Sostres el 23 dic, 2016