Las mujeres de mis amigos no me tienen miedo, me tienen envidia. No es que crean que voy a llevar a sus maridos por el mal camino ni les importa el precio de mis restaurantes aunque tantas veces lo usen como excusa. Lo que os destruye de mí es ver que vuestros hombres son felices conmigo y que en nuestros momentos de pura magia no os necesitan.
Y una esposa puede aguantarlo casi todo salvo que su marido no la necesite para ser feliz. Lo que en el macho es el honor, en la hembra es el orgullo. No me odiáis, os doy envidia. No me mataríais, me arañaríais.
Les pido siempre a mis amigos casados que en casa disimulen lo bien que lo pasan conmigo. No dar nombres, bajo perfil. “Invéntese una enfermedad”, recomendaba a los exultantes Josep Pla. La alegría de la franca amistad de los hombres es infinita pero hay que gestionarla con prudencia cuando llegas al hogar. Todo bien, sin entrar en detalles. Más bien aburrido sin ti. Y nada más. Explicar la fiesta en casa es una temeridad. Conversaciones estériles que no llevan a ninguna parte y tus euforias de hoy serán sus reproches de mañana.
Seamos amigos expansivos y maridos discretos. Informemos de lo que sea imprescindible para continuar y pensemos muy bien las consecuencias de cada testimonio que ofrecemos de nuestra felicidad. Las esposas de mis amigos me respetan y hasta me quieren, pero no pueden evitar presentirme como a una lagarta que les rondara lo suyo: y a pesar del indiscutible amor que me tienen, detecto no pocas veces este resentimiento irreflexivo, inevitable, dolorido de mujer cuando no es el centro de las eclosiones de su esposo. ¿Por qué me llamáis machista si me tiraríais del pelo y me llamaríais “guarra” como a una rubia?
Y en el fondo y me sabe mal decirlo están en lo cierto. El sentimiento es absurdo pero la intuición es la correcta. Nunca, nunca, nunca una esposa podrá darle a su marido la honda y redonda felicidad que otro hombre podrá procurarle, la amistad sin contrapartidas, la alegría sin sombra, la euforia de vivir al abordaje desde el niño profundo que nunca hemos dejado de ser. No hay mujer en el mundo que ame sin reproche ni que se entregue sin querer a cambio controlarte ni que no piense de nuestro niño profundo que es un imbécil. Luego tenéis cosas maravillosas, texturas únicas y cobijo contra la intemperie.
Pero para la brillante alegría de vivir nunca comprenderéis nuestro mecanismo por simple que os parezca. Entiendo vuestra frustración. Entiendo que me boicoteéis algunas cenas y algunos viajes. Os entiendo porque cada hombre tiene una parte femenina que sufre como vosotras cuando está siendo derrotada. Pero también me divierte veros rabiar un poco como histéricas y otro poco como niñas consentidas que se han quedado sin muñeca. Me hace sonreír asistir al espectáculo de impotencia y de rencor que sois capaces de desplegar cuando ni el arma del sexo os llega a ser de ninguna utilidad.
No me tenéis miedo, me tenéis envidia. Todo lo daríais, todo, para que por un instante mis trucos fueran los vuestros y os funcionara el hechizo. Pero el igualitarismo se desvanece cuando la naturaleza impone sus diferencias y ni nosotros tenemos vulva ni vosotras tenéis pene.
Otros temas