Las políticas discriminatorias contra las mujeres son una preocupante realidad en Afganistán desde que el pasado mes de agosto los talibanes tomaran el poder. Latifa tiene veintisiete años, es la octava de una familia de nueve y ha crecido en un país donde las niñas podían ser cualquier cosa. Ella es doctora y deportista de élite, considerada la mejor jugadora paralímpica afgana.
Los medios de comunicación se hicieron eco de su mensaje “¡Por favor, ayudadme!” en agosto. En esos primeros días hubo un éxodo masivo, se evacuaron más de 100.000 personas en riesgo de sufrir represalias por las nuevas autoridades. Latifa estuvo esos días en el aeropuerto y vivió el atentado suicida del 26 de agosto que se saldó con casi 400 vidas. “Fueron días terribles de incertidumbre y caos”. Finalmente consiguió salir en enero desde entonces está acogida por CEAR (www.cear.es) donde está estudiando y entrenando de nuevo.
Una parte de su familia se ha marchado a Irán y uno de sus hermanos está aquí con ella, aunque sus hijos y su mujer siguen en Kabul. “La separación es muy dolorosa, pero es peor el miedo que tenemos por los que siguen allí. Nos preocupa su integridad, su seguridad y nos duele su falta de libertad y de oportunidades”, denuncia.
Sonríe cuando habla de su vida antes de la llegada del régimen talibán, “era estupenda, yo era feliz, podía moverme con libertad y he logrado todo lo que me he propuesto”. Sin embargo, pertenece a la etnia hazara, que siempre ha estado en el punto de mira tanto de los os talibán como del Daesh. “Recuerdo que de pequeña lloraba a veces, preguntándome por qué tenía que ser hazara, consciente de que no nos querían, que éramos diferentes, que vivíamos amenazados y perseguidos”.
Vivieron situaciones muy complicadas cuando facciones del Daesh secuestraron a un hermano, pidiendo un alto rescate para su liberación. “Somos una familia humilde y en ese momento solo estábamos trabajando dos hermanos, era muy difícil juntar ese dinero”. Vendieron el coche y todo lo que pudieron. Poco después su padre falleció de un ataque al corazón.
Cuando ella tenía solo dos años padeció polio y le dejó secuelas en las piernas. Su familia le ha apoyado incondicionalmente. “Latifa, tu puedes con todo, me decían. Crecer en Afganistán y con una discapacidad era duro. Pero aprendes a convivir con las dificultades”. Trabajaba como protésica en Cruz Roja, preparando prótesis para personas como ella.
El deporte ha sido fundamental para ella. “Era muy difícil controlar la silla y a la vez la pelota. Pero en la cancha consigo olvidar mi discapacidad por completo. Me hace sentir fuerte, libre y capaz”.
Su madre sigue en Kabul y las noticias que llegan de allí son demoledoras. No están a salvo, cambian de casa porque se sienten amenazados e inseguros. “Las cosas en Afganistán están cambiando a peor. Yo pude ir a la universidad. Mis sobrinas me preocupan mucho. Son pequeñas aún pero dentro de unos años no van a poder salir de casa, no van a poder seguir sus estudios, no tendrán las mismas oportunidades que tuve yo”.
A pesar de todo tiene confianza en el futuro. “Quiero enseñar a los talibanes que las niñas y las mujeres podemos hacer las mismas cosas que los hombres, que somos iguales y que merecemos las mismas oportunidades. Nada me va a parar”. Ha sido testigo de los cambios instaurados desde la toma de control en agosto, tras haberse hecho con el poder han llevado a cabo represalias y homicidios. Desplazamientos y desalojos completan esta radiografía del horror en Afganistán.
La discriminación por ser mujeres es más evidente que nunca. Los derechos logrados en estas dos últimas décadas han retrocedido con rapidez. Las mujeres han sido despedidas de sus trabajos y obligadas a permanecer ocultas en sus casas. “La vida en Kabul se ha apagado y es un infierno para las mujeres, especialmente. Ya no podemos estudiar, no podemos trabajar no podemos entrenar. Con miedo no podemos vivir”. Y nos cuenta que vuelve a soñar. “Sueño con un Afganistán sin talibanes”.
Rocío Gayarre
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