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Mis recuerdos están salpicados de sangre

Mustafa Sabeaa (Irak)

Mis recuerdos están salpicados de sangre
Ignacio Gil el

Nació y creció en un Irak casi siempre en guerra y sus recuerdos están salpicados de sangre. Mustafá lleva acumuladas tantas experiencias adultas que parece imposible que solo tenga 28 años. Con seis recuerda el miedo que sintió al oír los aviones y los bombardeos por la noche. Pero el miedo se hizo tan cotidiano que enseguida desapareció. “He visto morir a un amigo, estando sentados juntos, abatido por metralla”. En Bagdad el miedo es un lujo que no te puedes permitir.

“Al crecer en guerra, aprendí a ser fuerte y paciente. En realidad es sorprendente lo fácilmente que llegas a acostumbrarte a la escasez y la precariedad, al peligro, a la amenaza e incluso a la muerte”. Saber que la muerte te puede llegar en cualquier momento te hace vivir el día a día. “En Irak, pensar en el futuro es descorazonador. Aun así, queremos seguir viviendo ahí. Sé que mi vida en Bagdad no es normal, pero es mi vida, es lo que toca, cada uno procura crearse una buena vida a pesar de todo. Y yo encontré la felicidad en la música”.

“Desde los seis años empecé a tocar el violín, fue útil para comprender mejor la música. Pero al año me cambié a la percusión. Mis padres siempre me apoyaron”. Prosiguió sus estudios musicales y  desde muy joven destacó. “Varios grupos me solicitaron que tocase con ellos. Viajábamos a festivales. Cuando toqué mi primer solo me sentí muy bien, y constatar la valoración de mis compañeros y del púbico, oírles comentar mi actuación con admiración, fue muy importante para mí. Yo aún estaba en el conservatorio”.

Tras las giras, siempre volvía a casa. “La satisfacción por mi trabajo y por compartir mi talento era lo que me sostenía, por eso regresar a las dificultades del día a día no me costaba. Era mi realidad y mi vida estaba en Bagdad. Ahí quería volver siempre, a mis amigos, a mi familia, a mi música”.

Ser músico no es fácil en su país. Estás en el punto de mira de los fundamentalistas. Caminar con su instrumento libremente por la calle, algo tan cotidiano, ya era un problema, provocaba desconfianza. Aun así, Mustafá sabía lidiarlo. “Aun en la guerra, la música es vida. No puedo imaginar la vida sin ella, para mi es tan imprescindible como respirar”.

Comenzó una nueva etapa como profesor más joven en el Instituto de Bellas Artes. Creó el departamento de percusión. Formó una banda y compuso música solo de percusión, algo muy novedoso y difícil. “Desde el primer concierto que dimos la respuesta del público fue fenomenal”.

Como en los instrumentos de percusión donde el sonido se origina al ser golpeado o agitado, así, un concierto en una iglesia cristiana fue lo que agitó para siempre la melodía de la vida de Mustafá. “Aceptamos sin dudarlo. Siempre nos habíamos mantenido alejados de la política. Nada me hizo sospechar que aquí empezaba el principio de mi huida forzosa”.

Se publicaron en redes fotos del concierto. La amenaza de muerte por parte de milicias afines al gobierno no se hizo esperar. “Comprendí que no podía ignorar estas amenazas. Sabía que iban en serio. O salía del país en 48 horas o me matarían”.

No se lo podía decir a su familia, implicarles era poner sus vidas también en peligro. “Guardé la carta y salí de casa, rumbo al trabajo, como si nada. Tenía que ser fuerte y mantener la cabeza fría. Terminé y fui a casa de un amigo que vivía cerca del aeropuerto. Busqué el destino más inmediato. Aún tenía el visado Schengen válido. Volé a Viena con lo puesto, una pequeña mochila y mis instrumentos”.

Viena fue duro, sintió el rechazo y la soledad. Las autoridades no le brindaron ayuda alguna. Aun así, en los seis meses que vivió allí consiguió rehacer su vida.  “Descubrí de lo que era capaz, y que a las dificultades hay que mirarlas de frente y con actitud positiva”.

Le enviaron a España para solicitar la protección internacional, de conformidad con el tratado de Dublín. Vuelta a empezar de cero. “Este país me ha dado mucho. En España he sentido respeto y solidaridad. La gente es cercana y acogedora. Muy diferente al norte de Europa. Aquí ya tengo familia”. Mustafá Sabeaa toca con los dedos aun cuando está dormido. Su pasión y su talento le están dando la fuerza para recorrer el camino pedregoso del exilio.

Rocío Gayarre

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