En los últimos años nos congratulábamos pues se estaba avanzando en reducir el hambre a nivel global, todo un logro. Pero la pandemia ha traído más que una crisis sanitaria sin precedentes. De repente y sin remedio son muchas las familias que solo pueden hacer una comida al día. O peor. Sí, está pasando en nuestras ciudades. El Banco Mundial estima que el confinamiento global está generando un colapso económico que llevará a millones de personas a la situación de pobreza extrema este año.
Juanjo Gasanz Aparicio es sacerdote y psicólogo clínico de la congregación de San José, cuyo especial carisma es la formación de jóvenes y muy especialmente el cuidado de los más pobres. No es de extrañar que esté al frente de dos parroquias, en Entrevías y en el Pozo del Tío Raimundo, barrios de los más desfavorecidos de Madrid. “La COVID ha impactado a los vecinos con el miedo. La inseguridad que ha generado ha supuesto una falta de confianza en sí mismos y en los demás. En estos barrios se vive como en los pueblos, muy en la calle, de manera colaborativa, pero ahora no se están dando esas relaciones de apoyo mutuo”.
Las personas mayores que viven solas, se han quedado encerradas, sin salir para nada, y este aislamiento les ha generado a muchos de ellos ansiedad e incluso depresión. “Desde el primer momento los vecinos han pedido mucha ayuda económica y de alimentos. Ángel, Franco y yo hemos estado al pie del cañón, no hemos parado prácticamente, ni siquiera cuando hemos contraído la enfermedad”. Su compañero Franco tras una convalecencia muy complicada falleció víctima del virus.
“Aun así teníamos que estar. En el Pozo han fallecido muchas personas muy queridas, además de Franco. Nuestro sacristán, un veterano que trabajaba aquí desde el tiempo del Padre Llanos, fue uno de ellos. Es una tristeza. Alguien que ha luchado tanto, que ha sacado adelante este barrio, verle morir así en soledad”. No han tenido tiempo para hacer el duelo “que se pasa entre abrazos, compartiendo las lágrimas y el dolor, y eso no se ha dado. El barrio está triste. La gente no sale por miedo, sobre todo la gente mayor. Temen al enemigo invisible que como no se puede ver, no se puede evitar”.
En estos barrios está siendo casi más duro el impacto económico. Muchas familias vivían de manera muy austera y precaria ya, con trabajos esporádicos y sueldos paupérrimos. Ahora se han quedado sin trabajo. “Cáritas está haciendo un sobre esfuerzo, porque las personas lo necesitan. Pero el Estado tiene que asumir su parte, su responsabilidad. Gracias a donaciones de particulares estamos resistiendo de momento”. Antes de la pandemia desde Cáritas- que en su parroquia lidera Ángeles y su equipo de seis voluntarios -atendían a noventa familias, y ahora la cifra casi se ha duplicado.
“Cáritas no es dar alimentos y punto. Es mucho más. Es acogida, escucha, acompañamiento, formación y búsqueda de empleo para las personas. Es trabajar en la educación y en la formación profesional. Franco luchó mucho para conseguir el campo de deportes para los niños del barrio. Si no les damos formación, no van a salir de la precariedad”. Se inspira en el llamado sistema preventivo. “Trabajar con los niños es trabajar con sus familias también. Y ahí se va generando una evolución, una metamorfosis. La parroquia tiene además de su objetivo religioso, un objetivo social y van de la mano. No se puede hablar de Dios sin ayudar a nadie. Hay que acompañar a las personas en todas sus dimensiones, en todas sus realidades. Estar con las familias es nuestro compromiso”.
Rocío Gayarre
CaritasCovid-19ONG