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Venezuela es una guerra no reconocida – Andreina Monasterio (Venezuela)

Ignacio Gil el

 

Andreina Monasterio. ©Ignacio Gil
En el #DiadelRefugiado nos vemos obligados a revisar las cifras para dimensionar la magnitud la mayor crisis humanitaria desde la II Guerra Mundial. Según datos publicados por ACNUR, cada tres segundos una persona se ve forzada a abandonar su casa, 65,5 millones de personas han tenido que huir en el 2016 y el 51 % de los refugiados son niños. En España al cierre del año había 20.370 solicitudes de asilo pendientes de resolución. En el 2016, 3.950 venezolanos demandaron asilo en España, cifra casi siete veces superior a la registrada el año anterior, siendo así el colectivo que más solicitudes de protección internacional presentó.

Venezuela se desangra y Caracas, desde el año pasado, tiene un triste “primer puesto” como ciudad más violenta de América. Andreina, no necesita leerlo en prensa, lleva años padeciendo el miedo y la inseguridad extrema en su ciudad natal. “La situación actual es una guerra, sin bombas, pero la gente está muriendo, bajo un estado delincuente y asesino”. Hija de un fiscal del que habla con inmensa admiración y pasión, recuerda como por causa de la profesión de su padre, en su familia han sentido esa inseguridad y desconfianza desde muy pequeños.

Terminó sus estudios de periodismo y trabajó en El Nacional, uno de los principales periódicos de su país. Todas sus ilusiones se materializaron, como la de tantos estudiantes, en la posibilidad de marchar fuera para proseguir sus estudios, en su caso, concretamente, a España. El gobierno venezolano arbitraria y repentinamente cerró el control de cambios, haciendo del todo inviable la obtención de divisas para poder proseguir con sus estudios. Los estudiantes afectados por la medida, reaccionaron con fuertes protestas, pero de nada sirvieron. De la noche a la mañana Andreina, como muchos otros, se vio sin recursos para poder pagar sus estudios y su estancia aquí, y con la frustración y la impotencia de aceptar que por motivos de seguridad, tampoco podía regresar ya a Venezuela. Solicitó asilo con la ayuda de CEAR. En la actualidad está aún tramitando sus papeles.

Andreina tiene una sonrisa deslumbrante y una fuerza de voluntad a prueba de bomba. Explica que todo este proceso, aún siendo doloroso y frustrante, le ha hecho crecer mucho, y que ha descubierto que “como refugiado te toca ver las cosas desde tu lado más vulnerable, y se da la paradoja que desde esa posición descubres que puedes ser mucho más fuerte de lo que jamás hubieras imaginado”. La clave es “saber empatizar con los demás, pues nunca sabemos cuando vamos a estar en el mismo lugar que están ocupando otras personas”, refiriéndose a la precariedad y el sufrimiento.

Su generación ha visto sus proyectos paralizados. Aun así, no se arrepiente. Sorprenden su alegría y su optimismo y se aferra al lado más positivo de su experiencia de exilio. Hace una reflexión muy acertada. “Venezuela fue país receptor de exilados españoles tras la guerra, y precisamente esos emigrantes sacaron al país adelante”. Y, concluye “nosotros venimos con ganas de aportar, la migración, en realidad enriquece”. De momento ha abandonado su sueño inicial de fundar una editorial, pero tiene nuevas metas por delante como estudiar un Máster en Narrativa en otoño. “Lo importante es no desfallecer en el camino, aun cuando está lleno de dificultades”.

Rocío Gayarre

LatinoaméricaRefugiados

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