Según datos publicados por la OIM en el 2020 había en el mundo 281 millones de personas migrantes internacionales. Concretamente, en la “frontera sur”, la nuestra, cerramos el año 2021 con más de 2000 personas fallecidas, según datos del Missing Migrants, un cruel récord histórico, la cifra más alta desde que existen registros. Paul Sagong, camerunés, nos señala que son muchas y muy diferentes las circunstancias que obligan a las personas a tomar la difícil decisión de migrar, arriesgando su integridad y hasta su vida en el camino.
Su padre era jefe del pueblo. “Somos doscientos hermanos”, sonríe y prosigue, “yo conocí a doce mujeres en casa a la vez, pero tuvo más”. Cuando murió su padre, había que cumplir con una tradición ancestral. “Todos los hijos tienen que presentarse a despedirse del fallecido”. Esperaron años para poderlo hacer, hasta que Paul pudo regresar. “En España los funerales son tristes, pero en mi país es una fiesta alegre porque celebramos la vida”. Fue en ese momento que aparecieron tantos hijos. Algunos incluso habían nacido el mismo día.
“Mi padre hacía una cosa espectacular. Todos los años conseguía reunirnos a muchos para una gran comida familiar. Todos poníamos una pequeña cantidad. Una parte se destinaba a pagar ese gran festín, pero la mayor parte se ponía en un fondo común de ahorro. Si alguno necesitaba un préstamo, lo podía coger de ese fondo y luego lo iba devolviendo poco a poco, pero sin intereses. De mi padre aprendí el valor de la familia, del esfuerzo y la honestidad”.
Paul comenzó su periplo migratorio cogiendo un tren hasta la frontera con Nigeria. «Una vez allí, conseguí una moto para cruzar el país”. Prosiguió camino hasta Níger donde le esperaba la travesía del desierto. «A lo largo del camino tienes que negociar con las mafias, para ellos traficar con personas es su modo de vida. En esta red de transporte negocias, pagas y cuando ellos creen que es momento idóneo, te llevan hasta el siguiente destino. Funciona casi como si fuera una agencia de viajes…macabra» en la que se dan situaciones de abusos, extorsiones y esclavitud.
Sagong atravesó el desierto, una de las etapas más peligrosas del viaje, junto con otros 15 pasajeros, en el maletero de un 4×4. Es consciente de que tuvieron mucha suerte, que el desierto es un gran cementerio. “Para la travesía levábamos tapioca, que se tritura, se seca con aceite de palma y aguanta mucho y un poquito de agua”.
Llegaron a Argelia, pero sabían que aún les quedaba lo peor. “Agadez tiene fama de ser muy duro entre otras cosas por la brutalidad y la corrupción de la policía. Desde Argelia a la valla de Melilla tienes que ir de bosque en bosque escondiéndote. La policía es muy estricta y si te ve, te manda atrás o te detiene”.
Para saltar la valla los mejores aliados son la paciencia y la noche. A veces hay que esperar hasta meses para poder hacer el intento. Sagong logró saltar y comenzó una nueva vida. “Sabemos que hay compañeros con los que convivimos en el bosque a los que nunca más volveremos a ver”.
Una vez en España fue la asociación Karibu quien le ayudó. “Es la pieza primordial para los emigrantes africanos que llegan. Es como la nave nodriza para nosotros. Nos dan el apoyo inicial, pero sabemos que siempre podemos volver si les necesitamos de nuevo. Siempre están ahí “. Paul ha conseguido legalizar su situación, está casado y tiene dos hijas. Es artesano y panadero. “Hacer pan es un proceso al igual que lo ha sido nuestro viaje. Hacer pan me gusta, me permite hacer arte. Requiere de la fermentación inicial para luego darle forma. Cada uno en su viaje camina a su ritmo. Cada uno tenemos un objetivo en nuestra cabeza. Unos se quedan, otros se regresan y otros seguimos con convicción y con fe hasta el final. Si pierdes la confianza en ti mismo en el camino, no lo logras”.
Además, gestiona una asociación con la que ha logrado financiar dos pozos en su país y sigue luchando para sacar adelante otros proyectos como la búsqueda de material para los centros de salud. “Seguir vinculado a Camerún y ofreciéndoles ayuda desde aquí a través de estos proyectos hace que todo el esfuerzo y los sacrificios hayan merecido la pena”.
Rocío Gayarre
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