“Vengo de un país donde es imposible vivir en paz”. Tiene solo treinta años, y a lo largo de todos y cada uno de ellos, le han perseguido la injusticia y la violencia. Desde que recuerda, los terroristas de Al-Shabaab dominaban de forma sutil sus vidas, imponiendo su tiranía implacable. Su madre le mandó, junto con su hermana pequeña, a vivir con su abuela a Kismaayo, una zona algo más segura dónde al menos pudieron ir a la escuela con cierta normalidad.
“He nacido, me he criado y he vivido con miedo permanente”. Después de casi tres décadas de conflicto, Somalia sigue siendo una de las peores crisis humanitarias del mundo. “Cuando las niñas íbamos a la escuela, no podíamos hacer nada libremente, siempre íbamos con miedo, ellos forman parte de tu día a día desde que naces y logras normalizar su presencia”.
Cuando andaba por la calle pensaba, “este hombre me puede secuestrar o forzar”. Ha vivido con esa amenaza siempre. Al terminar la secundaria y sabiendo que no iba a poder ir a la universidad, colaboró con una pequeña ONG local que formaba a las niñas en la clandestinidad. Su país tiene una de las tasas de mutilación genital femenina más altas del mundo, alcanzando a más del 98 % de las mujeres entre los 15 y los 49. Lutfia no es una excepción a la regla.
Toda esta labor se hacía a escondidas. “De cara a la gente estábamos enseñándoles el Corán, pero las niñas sabían que una vez reunidas, se lograba hablar de otras cosas”. Ser mujer y activista es un crimen en su país. Sin más. “Creo que, si nos hubieran descubierto, nos hubieran matado. Para mí era una forma de trabajar la esperanza”.
Ayudaba a una vecina en su tienda y ahí se enamoró de un chico. Tras un noviazgo breve y en la sombra, se casaron. Sólo al nacer su hija se enteró el pueblo de su relación. “Entonces a mi madre le llegaron amenazas que, si nos encontraban, nos iban a matar a los dos”. ¿Cuál era su delito? Que su boda no había sido oficial. “De cara a la sociedad, no habíamos seguido las normas establecidas”.
Poco tiempo después, su marido no regresó a casa después del trabajo. Fueron unos días angustiosos. A la semana de su desaparición, le dieron la brutal noticia: había aparecido muerto. Unos encapuchados le habían ido a buscar a su tienda, le habían pegado y torturado y finalmente se lo habían llevado secuestrado.
Lutfia a pesar de su fortaleza, no puede evitar emocionarse. “No sé, a fecha de hoy, quien le asesinó ni por qué”.
Paso las siguientes semanas en un estado de shock profundo, sumida en el terror y la incredulidad. “Me sentía muerta en vida, paralizada. El dolor era extremo”. Pero aún lo peor estaba por venir. Su hermano pequeño fue para acompañarla a Kismaayo. Salió a jugar al futbol y al regresar a casa, en la puerta, le pegaron un tiro, completando una macabra radiografía del horror. A pesar de este nuevo golpe, Lutfia encontró dos motivos que le dieron fuerza para seguir. “Soy una mujer creyente y la religión te enseña que debes aceptar lo que Dios ha decidido y, en segundo lugar, soy madre, tenía que seguir luchando por mi hija, para darle una vida mejor que la que me había tocado vivir a mí”.
En una comunidad tan pequeña, saber que personas de tu entorno te están amenazando y matando a tu familia, es demoledor. Es un miedo real, directo, punzante. “No podía ni dormir por las noches. Fue mi madre quien me convenció que huyera a la frontera con Kenia, a los campos de refugiados”.
Conoció a un hombre que le prometió muchas cosas, “como estaba tan desesperada, acepté todo lo que me propuso”. Un viaje a otro lugar, una vida mejor. Y se quedó embarazada. “Con él creí que iba a poder salir de ahí, pero resultó ser una mala persona, me maltrataba. Pero traía conmigo tanto dolor, tanta necesidad de agarrarme a algo, que no tuve otra opción. Solo podía pensar en una vida mejor en el futuro”. Y esa vida mejor solo podía darse lejos de ahí.
Para huir, se tuvo que poner en manos de traficantes de personas, pidiendo préstamos para pagarles, logrando finalmente salir de Kenia a primeros de abril, “cuando tienes tantos problemas, te pones en manos de quien sea”. Ha dejado a sus hijos con su madre. “Como decimos en mi país, te atas un nudo en el estómago para soportar el dolor de la separación”.
Ha solicitado asilo con el apoyo de ONG Rescate. “Al salir sabía que mi futuro era incierto en todo caso, pero con tal de no volver atrás estaba dispuesta a cualquier cosa”. Lutfia es un ejemplo de fortaleza y de perdón. No ha dejado de soñar. “En un futuro cercano me veo feliz, con mis hijos de nuevo, me veo viviendo con seguridad y libertad y cumpliendo mi sueño de llevar a mi madre a la Meca”. Habla con el corazón en la mano. “La mente retrocede y recuerda el dolor, pero pongo el foco en el presente y en el futuro y voy a por todas”. ¡Inshallah!
Rocío Gayarre
AblacionMujerONGSomalia