Desde hace más de una década rebeldes tuaregs y grupos yihadistas están provocando un conflicto en Malí y el Sahel Central causando una de las peores crisis que está viviendo el continente africano. Se ha cobrado 25,000 muertos y 2,5 millones de desplazados. Chaka Sissoko es uno de ellos.
Tiene 28 años y nació en una familia muy pobre. Le crio su abuela. “La considero mi madre. Tenía un restaurante y 40 hectáreas de tierra, con ganado y cultivos. Cuando era un crío yo iba a hacerle la compra. Con 10 años ya trabajaba duro y con 14 ya cocinaba. Cuando ella se iba de viaje, yo me quedaba al frente”. De Naná aprendió muchas cosas, como la honestidad y la puntualidad. “No le gustaban las mentiras”. Y recuerda sus consejos: “Chaka, no robes, no cojas nada que no es tuyo”. Sobre todo, le inculcó el respeto. “Esos valores me han acompañado todo el camino, la gente me respeta porque soy diferente, soy fiable”.
Chaka atendía al ganado y lo lleva a pastar al bosque cercano. Un día mientras regresaba, fue testigo del horror de la guerra. Un grupo de unos cien yihadistas había tomado su aldea. Vio los techos de paja en llamas. Vio a sus vecinos corriendo despavoridos en medio del caos. Vio a muchos tendidos en el suelo ensangrentados, quemados y asesinados, entre ellos a su mejor amigo. Paralizado por el espectáculo de fuego, sangre y devastación no llegó siguiera a entrar en el pueblo.
“Simplemente hui con lo puesto. Si me acercaba más me esperaba la muerte segura. Llamé a un amigo y me envió 11 euros a través del móvil.” Compró una mochila, unos zapatos y unos pantalones de repuesto y así de ligero de equipaje emprendió su largo viaje. “Me subí a una moto cuyo conductor se apiadó de mi y me llevó hasta el pueblo más grande y ahí conseguí coger un autobús hasta Bamako. Me topé con gente buena, les explicaba mi situación. Suplicaba que me ayudasen, por amor de Dios, y muchos me dieron comida, transporte e incluso me cobijaron en sus casas”.
Sin papeles ni dinero los recorridos y el cruce de fronteras eran una odisea. Aun así, consiguió llegar a Mauritania. “En Nuadibú empecé a currar descargando pescado. Pude contactar otra vez con familiares y sobre todo con mi hijo de dos años. Fue un gran alivio, me da paz saberle bien y es por quien sigo luchando”. Pensaba esperar un tiempo hasta que la guerra terminase y regresar. “Pero seguía y aumentaban los muertos. Si no podía volver, tenía encontrar un lugar seguro”.
Con regularidad salían pateras que cruzaban a Canarias. “Los traficantes me pidieron 1000 euros, como no los tenía, negocié hasta cerrar por 500”. Una semana más tarde zarpaba junto a 37 personas más, no sabía nadar ni sabía nada sobre España. “Era muy arriesgado y peligroso, pero lo tenía claro. Prefería morir ahogado en el mar que en mi país en manos de los terroristas”.
Durante los seis días que duró la travesía cada día pensaba que iba a ser el último. Al cuarto día se rompió el motor y permanecieron horas anclados. El agua inundaba la embarcación, durante todos esos días las piernas las llevaban sumergidas y ni las sentían. No divisaban tierra ni otras embarcaciones.
“Vimos flotar en el mar un cadáver y pensé que bien podía ser yo, que podía estar viviendo mi último día y reflexioné que sí así fuera, lo importante era haber hecho cosas buenas”.
Milagrosamente consiguieron encender el motor de nuevo. “Esa madrugada aparecieron en el horizonte las luces de Canarias y unas horas más tarde nos rescató un barco. Al intentar ponerme de pie, las piernas no me respondían”.
Probó suerte en a Almería donde estuvo 8 meses trabajando en la agricultura. Denuncia las pésimas condiciones en las que trabajaban. “Cobrábamos cinco euros la hora, las jornadas eran de 10 horas y sin protección. Es casi una situación de esclavitud”.
Vino a Madrid y solicitó asilo. Está muy agradecido a CESAL por el apoyo que está recibiendo. Está realizando un curso de jardinería y ha aprendido muy bien español. Tiene nuevos proyectos y sueña. “Me gustaría dedicarme a la política. Para hacerlo, lo primero es conocer perfectamente el idioma y la cultura y en eso estoy. Me siento bien aquí, acogido y seguro y en mi país no. Veo que tengo oportunidades, un montón, pero tengo que saber aprovecharlas”. Cree que la llave para la integración es el respeto.
Empezar de cero, no una vez, si no tantas, ha convertido a Chaka es una persona luchadora que no abandona nunca. “No puedes permitirte vivir con miedo, he aprendido a aceptarlo y a no dejar que me paralice”.
Rocío Gayarre
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