“No pinto lo que veo sino lo que ví”, así comienza la exposición que estos días está en el Museo Thyssen Bornemisza (hasta el 17 de enero de 2016) sobre Edvard Munch y sus arquetipos emocionales, a través de los cuales nos revela diferentes obsesiones existenciales como amor, deseo, celos, ansiedad o muerte; o estados anímicos como melancolía, pasión o sumisión. La muestra reúne una selección de ochenta obras, la mitad procedentes del Munch Museet, y otras tantas de museos europeos y norteamericanos como el Nasjonalmuseet de Oslo, la Tate, el Städel Museum de Frankfurt, la Kunsthaus de Zúrich o el MOMA de Nueva York. Un exposición en la que se examina la larga y prolífica carrera del pintor que muestra su capacidad de sintetizar las obsesiones del hombre contemporáneo. Una ocasión excepcional de ver la aportación del pintor a la historia del arte moderno.
Pero si realmente quieres disfrutar al cien por cien de las pinturas del precursor del movimiento cultural surgido en Alemania a principios del siglo XX, que más que un estilo con características propias comunes fue un movimiento heterogéneo, una actitud llamada expresionismo; antes de visitar la exposición se debe leer “El friso de la vida”, título que corresponde al ciclo pictórico que incluye muchas de sus obras más conocidas que en su conjunto pretenden dar una visión unitaria de la vida. Son unos escritos editados por primera vez en castellano, a través de Nórdica libros, con una edición exquisita y muy bien cuidada, que reúne una selección de los mejores textos que escribió, y además está acompañado con ilustraciones de sus pinturas. Hasta hace poco no se habían digitalizado los miles de textos (unas 13.000 páginas) que escribió. Entre los escritos se incluyen temas de ficción, poesía, notas biográficas y sus apuntes de arte, que son claramente esclarecedores e impresncidibles para entender su obra.
Una obra en la que podemos adentrar mejor y entender a través de las cartas y los escritos publicados por el artista y que se alcanza a conocer desde un punto de vista, que a menudo, es práctico o narrativo y reflexivo. Escribe sobre su actividad artística acerca del sentido del arte y de la creación o sobre la esencia del arte. Él mismo publicó algunos de estos textos que en su mayor parte tratan sobre la creación, la clase de arte que deseaba hacer y sobre el fundamento de su ciclo de obras.
Hilde Boe, del Museo Munch de Oslo cuenta como los cuadros de Munch pueden considerarse narrativos, de la misma manera que sus escritos, puesto que los motivos suelen ser escenas de la vida de las personas. Los cuadros se pueden leer. En lugar de palabras, puntuación, sintaxis y tipografía, en la composición de sus cuadros Munch utiliza colores, texturas, extractos y elementos de motivos; narra con los recursos que le ofrece el medio. Y del mismo modo que la forma lingüistica no puede separarse del texto, tampoco la forma del cuadro puede separarse de la obra de arte. La forma es el texto, es la obra de arte. Así los textos literarios de Munch nos recuerdan que sus cuadros también pueden leerse como narraciones y desde este punto de vista los textos y los cuadros están estrechamente ligados.
“Todo arte – la literatura como la música – ha de ser engendrado con los sentimientos más profundos”.
“No se pinta la naturaleza –
se toma de ella
o se sirve uno
de su rica fuente”.
“Pinté algunos cuadros de El friso de la vida únicamente a partir de la imagen – que me había llegado al ojo en algún momento de agitación – pintaba lo que aún guardaba – en mi retina – Así que solo pintaba lo que recordaba – sin añadir nada de ahí la simplicidad – y a menudo aparente vacío de varios cuadros.
Pinceladas gruesas y atormentadas cargadas de dramatismo humano, ojos expresivos que evocan sufrimiento, colores vibrantes que indican tormento, toda esta combinación junto a la radicalidad de un lenguaje plástico que se revela a su vez en un juego entre las formas planas y sinuosas, en la deformación expresiva del cuerpo, o en la utilización de texturas y técnicas experimentales de grabado, hizo que Munch explorase las relaciones entre los signos externos del mundo físico y la dimensión espiritual oculta de la realidad. Hará que el observador experimente sensaciones y sentimientos que pocos artistas con tan poco hayan podido transmitir tanto en la historia del arte, y si además lo riegas todo con sus textos (imprescindibles para todo amante del arte) antes de ponerte delante de una de sus obras podrás entender mucho más y mejor el interior de un artista como Munch y a su vez descubrir realmente para que sirve y se hace ARTE.
“El friso de la vida” // Edvard Munch // Nórdica Libros // 192 páginas // 25 euros
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