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Blogs Fahrenheit 451 por Pablo Delgado

Las aventuras de Tom Sawyer

La mítica obra de Mark Twain, de naturaleza autobiográfica, está llena de acción, suspense y aventuras rebeldes en medio de los problemas sociales del siglo XIX. Una obra literaria atemporal que merece la pena seguir recuperando

Las aventuras de Tom Sawyer
Pablo Delgado el

Aprovechando el tiempo de vacaciones, me pareció buena idea volver a ciertas lecturas que en el pasado formaron parte de la infancia y juventud de mucha gente de mi generación. Y lo hago porque leer ciertos libros con la perspectiva que da la edad ayuda a descubrir muchos detalles que en su momento se nos pasaron por alto. En esta ocasión, me detengo en Las aventuras de Tom Sawyer, un libro escrito por Samuel Langhorne Clemens, conocido en todo el mundo como Mark Twain, nacido en 1835 en Misouri, lugar donde el autor ubica la ciudad imaginaria donde se desarrolla la acción.

El libro, que tiene mucho de autobiográfico, está lleno de acción, intriga, suspense y situaciones de verdadera angustia que rozan la claustrofobia, narra un periodo en la vida de Tom, un chico huérfano que vive junto a su hermano pequeño y su prima, todos al cuidado de su tía Polly, quien siente por él gran ternura y responsabilidad pero que somete a Tom a una férrea disciplina.  Aquí es donde entra en acción su vena rebelde, acercándose a la persona que cualquier padre, madre o educador desaconsejaría para sus hijos (así lo cuenta el propio Twain): Huckleberry Finn, con quien vivirá innumerables aventuras.

¿En qué se diferenciaría ser niño en el siglo XIX de serlo en la época actual? No habría consolas, internet, ni teléfonos móviles, pero seguramente habría más espacio para la imaginación y las aventuras al aire libre. Aventuras, por otro lado, que en la historia que nos ocupa, van desde la conquista y rechazo del primer amor a la dureza de tener que madurar por obligación, tras presenciar un asesinato y la injusticia posterior por la condena de un inocente.

Tom es un superviviente en un alocado mundo; es capaz de convencer a los que pasan junto a él, que el castigo que supone pintar una valla, es en realidad un encargo hecho solo a alguien competente, argumento que sirve para que los otros, creyéndose importantes, hagan el trabajo en lugar de Tom, que los observará cómodamente tumbado mientras come una manzana.

Nos encontramos ante una sátira incisiva que pone el foco en problemas sociales de la época como el esclavismo, la opresión, el racismo, la religión, las relaciones entre clases y la victoria de los prejuicios y los bulos. Así, el personaje indio (casi siempre el malo en el relato de la historia de EEUU) sufre una injusticia previa a su reacción desorbitada. Al borracho del pueblo, por su problema de adicción, se le presupone un asesino, a pesar de que los habitantes de la ciudad lo describen como alguien amable y atento con los demás. El propio Huckleberry Finn sufre el desprecio social solo por su ermitaña forma de vivir, su vestimenta y falta de aseo, hasta que, avanzado el relato y producto de un hallazgo de mucho valor, empieza a ser respetado por la sociedad, pero es tal su asombro y malestar, que decide renunciar a una fortuna a cambio de recuperar lo que para él es lo más valioso en su vida: la libertad.

El libro que he tenido entre mis manos estos días es una edición no abreviada de Círculo de Lectores (1980), con Ilustraciones de Vicente Badalona Ballestar y traducción de Mª Teresa Quintana, pero cualquier edición es buena para sumergirnos en un texto inmortal, que debería pasar de generación en generación con más atención de la que actualmente se le da a esta literatura dirigida a los más jóvenes (y no solo a ellos…)

Escrito por Javier DG

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