«No hay camino hacia la paz; la paz es el camino». Esta cita, atribuida a Mahatma Gandhi, no se encuentra en el ensayo El silencio de la guerra (Acantilado) de Antonio Monegal (Barcelona, 1957), pero se ajusta a la perfección al alegato antibelicista del ensayo escrito por el filósofo catalán y catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad Pompeu Fabra. En el escrito, podemos encontrar la advertencia de los peligros que entraña glorificar la violencia sacándola de contexto a través de las artes, los héroes, el sacrificio por una nación o ideal, aun entendiendo la guerra como fenómeno cultural, conceptos aparentemente antagónicos, pero que no lo son tanto, pues no podemos olvidar que, efectivamente, «la representación de la guerra es un acto fundamental en nuestra cultura».
El ensayo comienza mencionando los actuales conflictos bélicos y la importancia de controlar el relato. El autor nos propone reflexionar no solo sobre «las hostilidades», sino también, sobre «el antes y el después», sobre la iconografía y didáctica para conocer situaciones no vividas o contadas por otros. Para ello, se centra en estudiar el impacto que las guerras han tenido en la literatura, la pintura, el cine, la fotografía, la cultura de masas; desde la guerra de Troya hasta nuestros días, pasando por los grandes acontecimientos bélicos que lastran el camino hacia el respeto de la dignidad humana, donde la Primera Guerra Mundial, con los avances técnicos en cine y fotografía, es el punto de inflexión en el modo de representar la guerra, siendo el lugar donde confluyen personajes anónimos con otros conocidos, o por conocer, que acuden enviados o voluntariamente a la primera línea de fuego para contar su versión de lo que pasa en el epicentro del horror.
Monegal aborda el tratamiento de la guerra desde su dimensión épica, como ideología, como poesía, donde prima la emoción sobre el sentimiento. Vence el cómo se cuenta la historia sobre el sentimentalismo y las emociones vertidas en la batalla, por eso nos cuenta en el ensayo cómo libros y películas pueden estimular el ardor guerrero e indirectamente, promover conflictos bélicos; todo ello apoyado en una herramienta tan útil como antigua: la propaganda, el control del relato. Un recorrido que va desde la Ilíada de Homero hasta Matadero cinco de Kurt Vonnegut, pasando por Adiós a las armas de Hemingway o Sin novedad en el frente, de Remarque, la pintura de Otto Dix, películas como Senderos de gloria, de Kubrick y Johnny cogió su fusil, de Dalton Trumbo, entre otros referentes culturales, como alegato contra la retórica de héroes y el «patrioterismo» de unas élites que en España supo desenmascarar Unamuno.
En el título del ensayo encontramos la palabra ‘silencio’, tan contradictoria en apariencia para ser utilizada al hablar de una batalla. El silencio es donde reside el núcleo de la investigación. Los paisajes cambian; antes el ojo era la herramienta necesaria para mirar el campo de batalla, hoy son los drones y los misiles. Tolstoi, en su Guerra y Paz, se remonta a Sthendal como maestro y precursor para el aprendizaje del método para contar la guerra; artes como la pintura, reduciendo la Historia a la guerra y la guerra a la batalla; la influencia de la guerra en las vanguardias, el silencio, de nuevo, en la fotografía, en los muertos, en definitiva, el silencio ante la imposibilidad de narrar lo que sucede en el frente resucitando el eterno dilema dentro de la cultura como representación bélica: mostrar los horrores de la guerra u ocultarlos, acudir al morbo o al realismo y crudeza de la barbarie, sin edulcorantes. Para Levi, en el último libro de su trilogía sobre Auschwitz, callar es un pecado porque el silencio es una señal ambigua que puede dar pie al olvido o la negación.
En definitiva, Monegal aborda reflexiones necesarias en tiempos revueltos. Reflexiones imprescindibles para conocer, pensar y alimentar el sentido crítico y cultural de la sociedad.
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